Opinión

El rancho que no queremos

En Venezuela, más del 60 % de los hogares están liderizados por mujeres solitarias, luchadoras, madres solteras o divorciadas, abatidas por una sociedad irresponsable, desconsiderada, miope y machista.
jueves, 04 marzo 2021

En Venezuela, tenemos muchos ranchos. Existe el típico rancho; el original, ese que tiene estructura con paredes de bahareque y techo de palma o zinc; también puede ser de bloques sin frisar; pero, igualmente, es un rancho que tristemente funge como vivienda, de paredes grafiteadas, con incomprensibles símbolos o en sustitución de estos, palabras obscenas; es el rancho sin pintura y piso sin barrer.

Es el que alberga niños semidesnudos, ojerosos, sucios y despeinados; desnutridos, barrigones, pero hambreados.

Es el rancho de la miseria, de la indigencia; es el rancho que pulula en nuestros campos, en nuestros barrios y también en nuestras mentes; es la indigna unidad habitacional, con las cuales nuestros gobiernos equiparon a sus pueblos, en espacios de 50/70 mts.2, donde siempre vivió el desigual, ese a quien mientras tanto, le hicimos creer en desarrollo y evolución social.

Con estos cuadros, hemos aprendido todos a convivir sin que se nos arrugue el corazón, sin remordimiento y sin vergüenza.

También tenemos “otros” ranchos, metafóricamente hablando; además del de la familia, está el de la educación, la salud, los servicios públicos, el sindicalismo y muchísimos otros más.

De hecho, cada institución se ha ranchificado en una u otra medida; unas dejan mayor huella que otras en nuestra sociedad, pero todas sumadas, contribuyen a la violenta y casi irreversible destrucción de la nación.

En Venezuela, más del 60 % de los hogares, están liderizados por mujeres solitarias, luchadoras; madres solteras o divorciadas, abatidas por una sociedad irresponsable, desconsiderada, miope y machista; ellas son ese “pilar” institucional que suministra el techo, hace la procura y brinda el soporte emocional posible, al clan.

Por lo general, este está compuesto por la abuela, la madre y los hijos. En muchos casos, los infantes nunca conocieron a quien los engendró.

Para ellos, este despertar a la vida, los marca, y en su conjunto, a todas esas nuevas generaciones, perpetuando el patrón de anormal convivencia. Lo peor del caso es que este comportamiento no se registra en nuestra sociedad, ni siquiera se entiende como un serio problema social, uno que sempiterna.

La irresponsabilidad paterna, que altera la cadena de valores tradicionales y que falta a la perpetuación de tradiciones, costumbres y cultura en general. Es la propagación y eternización de una pseudo civilización, socialmente criminal.

El rancho también se hizo presente en la forma de educación; esa de medio tiempo, medio pensum, medio formal; la de las extensas vacaciones, que paradójicamente, los gremios presumen de conquista; esa es la educación que además, en incontables ocasiones, sufre adicionalmente, inverosímiles suspensiones de clases.

Es un sistema tullido por sus inmensas carencias, en términos de contenido, espacios, dotación, presupuestos, salarios, actitudes (motivación), orientación, y peculiar idiosincrasia de la política, sus gremios y de la sociedad en general.

El rancho también hizo presencia en la salud de nuestras vidas. Por ejemplo, la mayoría de los hospitales o módulos de salud, fueron construidos con elevados estándares, similares a los del primer mundo, pero los resultados de la gerencia pública de este sector, se parece mucho a la tercermundista.

El equipamiento original, poco duraba y se “distraían” las medicinas, por lo cual, poco quedaba para los pacientes suministros menores como materiales de primeros auxilios, dotación de sábanas, etc., prontamente se terminaban o se “dañaban” y desaparecían.

Nunca hubo presupuesto suficiente, ni celo para optimizarlo, como ocurre con todos los bienes del Estado; es decir que también ranchificamos la salud, y lo peor es que el pueblo y sus instituciones de lucha, como los partidos políticos, gremios y sindicatos, asociaciones de vecinos, etc., todos permanecieron indiferentes, sumergidos en una pasmosa e indescriptible apatía.

También los servicios públicos se ranchificaron. Tanto San Félix como Puerto Ordaz, emplazadas entre los dos ríos más caudalosos de Venezuela, con demasiada frecuencia, quedan sin agua, con sed, en un estado donde el oro y los diamantes “ruedan” por las calles.

Faltan recursos para dotar a esa institución (Hidrobolívar), de un equipo gerencial eficiente y efectivo, que planifique, supervise eficientemente y controle el esencial suministro de este bien.

Lo mismo ocurre con la electricidad; a pocos kilómetros de Ciudad Guayana, se encuentran emplazadas cinco centrales hidroeléctricas con una capacidad total de 17.000 MW. y sin embargo, de noche, nos tropezamos en la sombra.

Ni hablar del aseo urbano. Algunas avenidas están desbordadas de basura. Allí pululan y compiten por las miserias, los indigentes, los perros callejeros, los ratones, pero más que ellos, los zamuros.

Afortunadamente estos carroñeros están presentes, de lo contrario no se soportaría los malos olores; y esto ocurre ante los ojos indiferentes, no sólo de autoridades municipales y estatales, sino ante la mirada estéril de un pueblo flemático, indolente y cómplices.

Ciudad Guayana pasó de ser una de las ciudades más limpias, con mejor servicio eléctrico, semáforos en toda intersección, y con una de las más extensas redes de agua potable de Venezuela, a ser una de las ciudad peor servidas.

Para colmo, ahora también, tenemos pandemia y carencia de combustibles; aún no sabemos su interrelación o interdependencia, pero todo nos lleva a concluir que existe entre ambas, un estrecho vínculo.

La ranchificacion también llegó a los sindicatos. Los actuales son mucho más subdesarrollados, insensibles y hasta primitivos, que aquellos pocos, que nacieron a la sombra de una floreciente industria petrolera.

Los actuales son casi invisibles y los pocos que aún tienen presencia, casi todos, se convirtieron en mafias criminales como los de la construcción y la minería, en el Sur del Estado.

En general, todas las instituciones, las públicas y las privadas por igual, han sido condenadas a la ranchificación, en uno u otro grado.

La desmoralización, la falta de meritocracia en la ejecutoria, la muy notable carencia de recursos, la periódica y progresiva mengua de talento humano, el creciente deterioro de las vías públicas y del parque automotor, denota la miseria, la injusticia y la desesperanza en la que vive el pueblo.

El rancho físico no es más que un símbolo de pobreza, pero la ranchificacion del país es la constancia de la degradación de valores y su correspondiente y destructivo retroceso moral y ético.

La involución cultural no habría sido tan dañina de no ser porque hasta los sueños y esperanzas, también se ranchificaron. A lo largo y ancho del país, se demolieron ideales y se abatieron ilusiones.

Sin embargo, la lucha por nuevos horizontes, la contienda por obtener renovados espacios republicanos, con justicia y libertad, los deseos por instaurar un estado democrático con iguales oportunidades para todos, no puede ni debe cejar.

Es nuestra obligación organizarnos, planificar, enseñar y convencer, que nuestros designios libertarios están por venir, y que los alcanzaremos con unión, inteligencia y fuerza, si fuere necesario.

“Nadie es más esclavo que aquel que se considera libre, sin serlo”. J. W. George.

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