El profeta armado y el profeta desarmado
“El modelo venezolano”, así se le ha dado a conocer como suerte de estigma, consecuencia directa del balance que arroja el veinteañero proceso chavista. Nuestra nación se ha convertido en el mal ejemplo internacional, pertinente para asomarlo como espantajo y captar votos en diferentes elecciones. Así lo han descubierto en España, en Bolivia y en Argentina, que deberán tener comicios para renovar sus diferentes jefes de Estado y de gobierno durante 2019. En las recientes elecciones para alcaldes en Ecuador se utilizó el tema Venezuela para mantener a raya al correismo. Igual cosa pasa con la reelección de Donald Trump, quien usará la causa contra el socialismo, y desde luego la invocación a Nicolás Maduro, en su campaña en el sur de Florida, de cara a las presidenciales de noviembre de 2020. Hay a quienes les conviene que el ejemplo indeseable continúe allí un buen tiempo más para conseguir réditos electorales a expensas de la crisis económica y política que afecta a Venezuela.
Mientras tanto Venezuela tiende a asomar síntomas de balcanización. Región altamente inestable, centro de disputas y juego de tronos de las potencias mundiales. Peligro de desintegración territorial. Corredor de tránsito de armamento, equipos y asesores militares extranjeros. Perfecta locación para una “amenaza creíble” del uso de la fuerza por parte de ejércitos aliados de las partes en conflicto. Lo peor es observar como con enorme irresponsabilidad se fomenta el escenario para una conflagración de esta naturaleza. Ya lo escribió en una ocasión el gran pensador español Julián Marías a propósito de la guerra civil en España: “Y llegó un momento en que una parte demasiado grande del pueblo español, decidió no escuchar, con lo cual entró en el sonambulismo, y marchó indefenso, fanatizado a su perdición”.
El profeta armado y El profeta desarmado, los dos primeros libros del historiador Isaac Deutscher sobre la vida del revolucionario ruso León Trotsky, son propicios para describir este momento en la severa crisis política venezolana, claro está, salvando las diferencias históricas y personales del caso. Por obra del curso de los eventos, a Juan Guaidó se le vio como un líder que tenía tras de sí una capacidad de fuego disuasiva otorgada por el apoyo de EE.UU, países vecinos y sectores castrenses internos. “Todas las opciones están sobre la mesa” y expresiones como,” sí o sí”, síntesis de la determinación para ingresar a territorio venezolano la ayuda humanitaria, parecían confirmar esta idea. Después de lo ocurrido el pasado 23 F y del fracaso de la estrategia del quiebre en la lealtad de la FANB al régimen, se puede concluir que tal cosa nunca existió o que realmente jamás estuvo planteada.
Pero la expectativa de una intervención armada a gran escala desde el exterior, o tal vez quirúrgica, para deponer a Maduro, ha quedado allí como agua derramada, e instalada en la mente de muchísimos venezolanos, al tiempo que sigue siendo manoseada por algunos actores políticos de la oposición. Tal circunstancia, por su parte, ha sido convenientemente utilizada por el gobierno madurista, para estrechar todavía más los vínculos económicos, militares y de seguridad con sus aliados internacionales de siempre.
Desde hace tiempo, en atención al enfoque retóricamente antiestadounidense de la política exterior venezolana, el chavismo como proyecto ideológico, estableció fuertes lazos con esa parte del mundo tradicionalmente hostil a la forma de civilización occidental. Las cosas que en correspondencia con esa línea de pensamiento y acción no se pudieron del todo adelantar en 20 años, ahora, a propósito de la actual circunstancia de sanciones económicas, financieras y comerciales por parte de las democracias de occidente sobre el régimen de Maduro, están siendo ejecutadas, esta vez sí a todo vapor.
De mantenerse en el poder, el chavismo nos habrá finalmente sacado del eje de relaciones internacionales que históricamente ha tenido de Venezuela desde su fundación como república. Un cambio geopolítico de enorme trascendencia y que de consumarse representará un nuevo impacto que deberá sumarse a los otros ya ocurridos en nuestros hábitos y forma de vida durante las últimas dos décadas.
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