El misterio revolucionario

Los reclamos, los paros, los diálogos, las guarimbas, el boicot financiero, el coronavirus y afines, extrañamente pareciera que han influido en la alta dirigencia de la Revolución Bolivariana para que olviden el amor, la humildad, la sinceridad y la lealtad que una vez el Comandante le entrego a su pueblo, ya que el mismo, hoy día, reclama mayor atención política y rechazan todo estimulo diferente al afecto profesado por el arañero de Sabaneta.

Sobre este tema hay mucha tela que cortar porque muchos han dejado de estudiar y de interesarse por la historia revolucionaria y de aquí las equivocaciones políticas que destruyen las esperanzas de un pueblo revolucionario como un día así lo reseñó un editorial basado en la teoría de Trotsky, que decía, con sorpresa, que hoy día “la madeja de la historia se estaba desarrollando por el lado equivocado”, por falta de interés en conocerla. Leamos: Lenin en ocho meses convirtió a los bolcheviques, un partido definitivamente minoritario, en el primer partido en el mundo que toma el poder para dirigir una Revolución Socialista. Fidel, en dos años, transformó a los sobrevivientes de Alegría de Pio en los legendarios barbudos dirigentes de la primera Revolución Socialista en el Continente Americano. Chávez, desde los calabozos de Yare, se trasformó en huracán.

Surge entonces la pregunta que es la angustia de todos los analistas políticos ¿Dónde reside la clave, la llave que consigue movilizar el alma del pueblo y conducirlo a una Revolución? ¿Dónde está la fuerza de una Revolución? ¿Qué la motoriza? La respuesta se busca como una suerte de piedra filosofal. Quien ha visto la fuerza del pueblo en la calle, disciplinado y caudaloso tras objetivos políticos, quien ha sentido la electricidad colectiva de la fraternidad que en esos momentos se producen, aceptará sin remilgos que se trata de una energía propia de la especie humana, la única capaz de activarla.

Es así, los momentos que marcan la Revolución son explosione de esa energía especial. La vimos el 23 de enero de 1.958, cuando Fidel entró a la Habana, cuando Lenin entró al portal del Palacio de invierno, cuando el caracazo y el 4 de febrero del 92. Ese rayo enigmático tocaba a Páez ante de las batallas, esa euforia inexplicable no dejaba dormir al Libertador, esa energía fantástica derrotó a la meritocracia en el sabotaje petrolero.

Si estudiamos a la Revolución Bolivariana con el ánimo de buscar el origen de esa energía extraña que la impulsa y la hace invencible, encontraremos un elemento que enlaza todo su accionar; en todos los movimientos de la Revolución, en todas sus acciones, erradas o acertadas, siempre estará el sentimiento amoroso y la entrega del Comandante.

El amor de Chávez, demostrado desde el 4 de febrero, unido a su capacidad de entrega para evitar sufrimientos a la gente, provocó en el pueblo humilde, que detecta la sinceridad, un sentimiento reciproco estableciendo una conexión amorosa que emerge en los momentos de necesidad, de urgencia.

Esa conexión sólo la establecen la sinceridad y el amor, nada puede sustituir a esos sentimientos, es imposible construirla por otras vías, utilizando otros estímulos diferentes al afecto. Es por eso que los oligarcas capitalistas no la pueden construir, no pueden pasar más allá de un clientelismo frágil y minoritario. Ellos perdieron la capacidad de dar y recibir amor, sólo pueden recibir y dar números para sus contabilidades.

En síntesis, esa conexión de amor y de sinceridad en la Revolución Bolivariana, los conductores de la misma, están obligados a mantenerla porque asa ha sido la energía y la fuerza de la misma, sólo esa energía podrá reeditar los aluviones electorales que apuntalaron al Comandante. Esa energía, ya se sabe, sólo la activa el sentimiento, el amor, la sinceridad, más que los helados números de la recompensa material. El misterio de la revolución es la energía amorosa, y el amor está en la Revolución por Chávez. Esa es la garantía de todo triunfo siempre y cuando la preserven.

Hasta el próximo.

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