Opinión

El indulto presidencial

Estar preso no es cualquier cosa, yo lo estuve por pocas horas con ocasión de protestas estudiantiles.
lunes, 14 septiembre 2020

“Ni aun el placer de la verdad es tan intenso como el placer de la justicia”
Eugenio María de Hostos

Sin pretensiones filosóficas ni en plan de romántico pensador, sino como un hombre normal que ríe, llora y se equivoca hago este comentario frente a la reacción de la opinión pública y en especial de algunos beneficiados por el indulto recientemente decretado por el presidente Nicolás Maduro. Una nota a modo de súplica de tantos que imploramos paz y armonía.

Estar preso no es cualquier cosa, yo lo estuve por pocas horas con ocasión de protestas estudiantiles en mis ya lejanos años de estudiante en la Universidad de Los Andes, mi amada Alma Mater.

Fue poco tiempo, es cierto, pero cuando entré en aquél lúgubre recinto policial yo no estaba al cabo de saber cuándo ni cómo saldría, lo cual tiene el poder de ensombrecer el alma de angustia difícil de describir porque es un estado mental que no da tregua.

La incertidumbre no tiene enemigos en esa situación, es la reina patrocinadora de horas de insomnio y sueños alterados donde las convicciones pueden permanecer intactas, pero el dolor físico y afectivo es capaz de debilitar el espíritu más fuerte e incluso abatirlo por desesperación y miedo.

Dicha experiencia me permite entonces imaginar de primera mano lo que han pasado los hoy indultados por decisión presidencial. Distan mucho las circunstancias y como tal respeto las diferencias, pero mi breve encierro bastó para que mi mente recreara los más atroces escenarios aún sabiéndome inocente de delitos, porque mis acciones respondían a motivos plenamente justificados por los ímpetus de juventud y rebeldía.

Recuerdo que cuando la puerta del retén policial se abrió y el aire puro de la calle me refrescó los pulmones, le di el más expresivo gracias a Dios y a quienes participaron en el proceso de nuestra liberación, y juré que más nunca pisaría un lugar como aquel, excepto por motivos de trabajo como efectivamente ha sucedido con los años.

Quizás hoy aquella experiencia obra como un obstáculo para comprender por qué muchos de los beneficiados con el indulto no ensayan aliviar sus almas con alguna expresión de gratitud que propicie la lucha bajo el signo del respeto mutuo por encima del poderoso orgullo de los egos, en lugar de utilizar el hecho para profundizar la inquina y el agravio.

Pero a menudo la realidad esquiva nuestros mejores deseos, y con inevitable pesimismo que tanto me critica un buen amigo estoy en el umbral de ceder ante la idea de que aquí el odio y la división nacional se impondrán por largos años, de hecho nada hace suponer que la actitud fuese diferente si los papeles estuvieran invertidos, porque nos hemos dedicado a suprimir los márgenes para un esfuerzo común que efectivamente agregue pisos al sagrado edificio de la Patria en vez de sótanos de vergüenza y destrucción, quizás hasta una nueva generación que asuma el diálogo constructivo como la mejor manera de relacionarse para bien del país, en lugar de enceguecerse con la imposición excluyente de programas y modelos.

Es una calamidad provocada por otra enfermedad tan peligrosa como la que hoy padece el mundo, un virus psicológico que nos puso a ver en blanco y negro, alejados de la moderación y de los saludables matices en que naturalmente debería transcurrir la vida, incluyendo en este caso la responsabilidad de aceptar sin mezquindad una decisión presidencial que lejos de humillar a la individualidad que lo recibe, nos beneficia a todos como nación libre y soberana.

viznel@hotmail.com

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