El idioma del Espíritu (Serie resúmenes)
Hace poco comencé la tarea de releer el libro Los cuatro acuerdos, del escritor mexicano Miguel Ruiz, pero esta vez de manera más reflexiva, con la intención de que sus enseñanzas al menos me sirvan de campana recordatoria cada vez que necesite aplicarlas, es decir, todos los días.
Y vaya que no son fáciles de cumplir, sobre todo el primer acuerdo: “Se impecable con tus palabras”, porque si uno se ha acostumbrado a usar un tipo de lenguaje que a menudo surge de la comodidad coloquial, sucede que cuando la memoria nos recuerda sobre la impecabilidad que debemos guardar con nuestras palabras, muchas veces éstas ya han hecho tan bien su trabajo en los oídos del interlocutor, que recogerlas resulta imposible, e intentar rectificar lo expresado sería como agregarle otro ingrediente al pastel, de manera que nos toca cambiar la conversación, o dar la media vuelta, prometiéndonos que para la próxima no le fallaremos al maestro Ruiz.
A propósito de este tema hallé un artículo titulado El idioma del Espíritu, cuyo autor (anónimo) se plantea la pregunta de si el espíritu puede tener su propio Idioma, si habla inglés, español, japonés o mandarín.
Y él mismo responde que no, que el idioma del Espíritu se llama Intención. Dice que cuando las personas hablan es la Intención la que va a proveer de energía a las palabras pensadas, y estas van a salir de la boca emanando la frecuencia con la que fueron unidas en el pensamiento, y así serán transmitidas.
Resalta que la importancia de cómo se piensa y se habla reside en que la manera de expresarse representa el carácter y la personalidad de una persona.
Mi comentario inicial se desprende de lo que más adelante dice el artículo, y es que en el transcurso de las etapas de la vida los seres humanos nos acostumbramos a expresarnos de equis manera, tanto que muchas palabras alcanzan tal grado de arraigo y adaptación que las usamos sin darnos cuenta, a partir de un catálogo que el cerebro selecciona y activa automáticamente cuando lo cree necesario.
Pero volvamos a lo del idioma del espíritu, es decir, a lo que el autor llama la Intención. Él señala que la intención es el objetivo que se persigue cuando se habla, escribe o se emite algún mensaje, por ejemplo, si se quiere informar el mensaje tendrá ciertas características, y si se quiere enseñar cómo se realiza algún procedimiento, el lenguaje por supuesto será otro.
Tanto la estructura como las palabras empleadas en cada caso son diferentes, sin embargo un mismo mensaje puede tener más de una intención, donde el cómo, cuándo, por qué y dónde, son muy importantes porque ayudan a definir la verdadera intención de la obra, acción y pensamiento en el diario vivir.
Cuando el Espíritu se va formando va eliminando poco a poco del lenguaje interno infinidad de palabras o expresiones que no son afines a él, va apagando de la memoria las frecuencias, vibraciones y ritmos que le puedan causar sobresaltos en el electromagnetismo de su cuerpo espiritual, y así favorecer su propia estabilidad y equilibrio.
El autor considera que el espíritu es un ordenador que no puede existir dentro del desorden, caos, emociones conflictivas, negatividad, desequilibrio, desarmonía, desamor, incultura e inestabilidad; que cuando el espíritu comienza a formarse, el ser automáticamente también empezará a cambiar su naturaleza interior; sus dos cuerpos, material y psíquico, ya no soportarán alimentos, ambientes, programas, películas, mensajes, maneras de ser, personas, lugares que sean groseros, impropios, burdos, maleducados, incorrectos, inadecuados, hirientes, violentos etc.
Por esta razón el pensamiento-vocabulario del Idioma Espiritual, comienza también a sofisticarse y a transformarse en pensamientos y palabras que expresan la verdadera naturaleza y espiritualidad del Ser. Irá transformando los pensamientos-palabras que son duros, rígidos, soeces, severos, insensibles, groseros e inadecuados, por pensamientos-palabras que realmente se dicen de otra manera, más amorosa, comprensiva y humana. Significa que ya no gritarán ni levantarán la voz, ya no insultarán, no perderán la paciencia, no ofenderán ni calumniarán.
El autor finalmente señala que el destino de todo ser espiritual del universo es convertirse en una frecuencia y vibración estable, armónica, equilibrada, pacífica, amorosa y rítmica. Y termina diciendo que sólo así nos convertiremos en seres espirituales y estaremos listos para unirnos al latido, frecuencia y vibración cósmica, que pulsa y palpita en dichas condiciones.
Hasta el próximo resumen. Un abrazo para todos.
viznel@hotmail.com
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