Opinión

El emperador Cupertino

El creador del apodo es un personaje del mismo barrio, quien lo odia desde que eran pequeños, porque siempre creyó la falsedad de que Cupertino fue quien le robó su bolsa de metras preferidas.
lunes, 01 febrero 2021

El emperador Constantino fue quien legalizó la religión cristiana mediante el Edicto de Milán en 313; refundó Bizancio (Actual Estambul) y la llamó Constantinopla; convocó el Primer Concilio de Nicea en 325, y entre otras leyes que dictó está la que prohibió mantener a los prisioneros en completa oscuridad, siendo obligatorio que pudieran ver la luz del día, y la que declaró el domingo como día de reposo.

Pero eso fue en la antigua Roma. Aquí en Ciudad Bolívar nosotros tenemos a Cupertino Joao Rocamboli, una especie de envase humano lleno de sangre de diversas latitudes, un ser al que le falta menos de una cuarta para ser una merengada religiosa de Cristianismo, Budismo y Ateísmo, razón suficiente para justificar que en 2015 también quiera incursionar en el Hinduismo, para así, según él, poner su granito de tierra negra en pro de la conservación del hábitat natural de la población autóctona de nuestro estado.

Se puede decir que su forma multidimensional y multidiversa de pensar guarda similitud con un desayuno de avena quaker revuelta con aceite de sardinas agridulces y contorno de rodajas de mango verde; quizás sea por eso que una vez alguien empezó a llamarlo El Emperador Cupertino, sobrenombre por el que él atiende gustoso, sin haberse percatado que su origen se remonta a una fórmula de burla.

El creador del apodo es un personaje del mismo barrio, quien lo odia desde que eran pequeños, porque siempre creyó la falsedad de que Cupertino fue quien le robó su bolsa de metras preferidas, rencor que con el tiempo ha recrudecido por los motivos más pendejos que se puedan concebir desde los orígenes del homo sapiens.

Se llama Tancredo, pero le dicen Queso Amarillo, acaso por su color de piel o bien por el tufillo que empieza a pegar apenas su figura aparece en la distancia.

Pero el jamón de ese sándwich es la maldición que echó para que más pronto que tarde a Cupertino se le “congelara” la quinta extremidad, término que utilizó para enfatizar el cese prematuro de las funciones del miembro viril del inefable Cupertino, a quien la fulana maldición lo que le provocó fue risa, pues no dudaba que eso le llegaría, pero en la ancianidad más avanzada, fe cimentada en el entusiasmo de que a pesar de ser como es o quizá por ser así, siempre se las arregla para tener numerosas y bien satisfechas amantes, motivo por el cual Queso Amarillo transita por la vida convertido en una suerte de globo estratosférico inflado por la envidia e impulsado por la ira.

Efectivamente, el genoma de Cupertino parece permitirle tener sexo a diestra y siniestra, y además lo hace en modo de ráfaga con sus compañías femeninas, una de las cuales fue la primera en detectar que algo no marchaba como de costumbre, si bien por razones de frenesí en aquel momento se lo atribuyó a una pérdida menor de presión en el fluido hidráulico, y continuó la faena sin alterar el ritmo.

Al contrario, El Emperador Cupertino, encaramado en el segundo piso de la churuata carnal, sintió en el rostro una oleada abrasadora de sensaciones muy diferentes a las del placer erótico, que arrastraron sus pensamientos directamente hasta la maldición de Queso Amarillo, y lo condujo a una conclusión definitiva y fría, pues aun cuando la maldición era de reciente data, la era del hielo ya había comenzado.

Del libro Anecdocuentos y otras especies, del mismo autor.

viznel@hotmail.com

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