Educación y sabiduría
Educación
Al momento de dar mi aporte semanal, no hay luz en el Colegio; añádase a esto que el agua se va a diario. Son estas situaciones donde afloran una seria de convicciones, junto con el debido estado de la cuestión: en nuestro retroceso como país, que nos ha colocado en la primera mitad del siglo XX, donde el primitivismo, junto con el canibalismo, se ha instalado golpeándonos inmisericordemente, el necesario mantenerse en pie y resistir, incluso a despecho de algunos padres y representantes, para quienes la única solución es no enviar los niños a la escuela.
Aun respetando las decisiones particulares, es menester lanzar una vez más la flecha bien alta, para alcanzar el objetivo: la educación es parte de la solución a la catástrofe en que nos metieron. Hay que mantenerse firmes para que, en la medida de lo posible, demos nuestro aporte a Venezuela, pues producimos educación. Y Venezuela está necesitada de producción.
Sabiduría
Sin “tirar de los pelos” las lecturas del domingo próximo, éstas nos plantean algunas pautas que deberían ayudar a los seguidores de Jesús en el cumplimiento de la misión que Él les encomendara.
Estamos en el capítulo 5 del evangelio de Mateo. Hemos oído las Bienaventuranzas, después algunas indicaciones de cómo hacerlas realidad. Finalmente, se sugirieron las actitudes que todo apóstol debe observar, precisamente para ser coherente con el compromiso que se lleva entre manos. Ahora, las recomendaciones se extienden al mundo de enseñanzas y tradiciones que han atesorado los discípulos que, para poder ser considerados “discípulos”, deberán respetar y superar, hasta alcanzar la Sabiduría.
Las lecturas abordan el tema, dando un matiz diferente a esta única realidad. Lo primero que salta a la vista es la cuestión de que el Sabio es aquel que se mantiene fiel a la voluntad de Dios —para el Israel de los inicios, dicha voluntad está concretada en la Ley; el sabio pues es quien observa los mandamientos—; ahora bien, lo que Dios finalmente quiere es que nos hagamos sabios a través del conocimiento de su Hijo Jesús, nuestro Hermano. Lo reitero, pues está en boca del mismo Jesús la idea: hay que conocer la Ley, y hay que respetarla. Pero el Señor da un paso más, al enseñar a los suyos lo apenas dicho, al tiempo que insiste en que por encima de la Ley —especialmente cuando ésta se presta a interpretaciones interesadas— está el Amor. Entender esto nos hace sabios.
Respeto la Ley y enseño su cumplimiento. Hoy día, me parece un valor nada despreciable, especialmente cuando el ambiente nos echa en cara que en un sinfín de situaciones quien la incumple es precisamente aquel que por oficio debería acatarla en todas sus dimensiones.
Lo anterior vale igualmente para la Iglesia, que justamente posee sus normas y leyes, pero que está al servicio de Aquel que enseñó que por encima de todo está el Amor. Este Amor no es únicamente un sentimiento, sino un “principio rector”: ante situaciones humanas adversas, misericordia.
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