Dios da vida a todas las cosas
He participado de una cultura comensal donde los adultos de casa comen una vez que hayan comido los más pequeños. Esto lo viví en carne propia; pero no es exclusivo de mi casa, ni de un pasado que se pierde de vista. Es una actitud consolidada hoy día en muchos hogares venezolanos, a Dios gracias.
El inicio anecdótico de mi comentario semanal está directamente relacionado con el evangelio de Lucas que leeremos el próximo domingo. Se trata de un pasaje muy conocido por todos, bautizado como “la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón”. De entrada, los nombres de ambos personajes nos adelantan la trama del relato de Jesús: “Lázaro” significa “aquel que es ayudado por Dios”, mientras que “Epulón” no es un nombre propio —de hecho, este “nombre” no aparece en el Evangelio, mientras que el de Lázaro sí está explicitado—, sino una manera de designar a una persona glotona.
Es un estilo propio de san Lucas narrarnos episodios donde aparecen personajes diametralmente opuestos
Esta es una de esas ocasiones: Lázaro, pobre y enfermo, mendiga por su sobrevivencia justo enfrente de Epulón, hombre rico e hinchado, el cual, por su parte, se da a la satisfacción irrefrenable de los propios apetitos sin considerar mínimamente al infeliz que tiene debajo de sus narices. Ambos fallecen —continúa Jesucristo con su relato—, y sus vidas adquieren nuevos significados. Lázaro es recibido en el seno de Abrahán; Epulón, en cambio, va a parar al suplicio eterno.
Así las cosas, Epulón ruega a Abrahán se valga de Lázaro para apaciguar sus sufrimientos: que aplaque su sed, que avise a sus hermanos que aún viven, para que no cometan su mismo error, etc. A cada solicitud, Abrahán tiene una respuesta bien argumentada. Finalmente, sentencia: “hay un abismo entre ambos, y nadie puede superar esta distancia”.
Ahora bien, lo más llamativo de esta parábola —lo lamentablemente más llamativo— es que Epulón conocía el nombre de Lázaro, pues se lo menciona a Abrahán. Es decir, Epulón consciente y sistemáticamente rechazó al pobre hombre. No se interesó por su situación; voluntariamente lo ignoró. Este es su pecado, y el abismo que él mismo se construye y que no superará eternamente.
Lo anterior se comprende con facilidad en nuestro actual contexto, donde unos pocos “Epulón” han decidido desinteresarse de la suerte de la inmensa mayoría de “Lázaro” que deambulan en los ambientes más atroces e inimaginables de nuestras principales ciudades.
Estas personas crean su propia historia a propósito de nuestro estado desastroso, desentendiéndose del mismo. Es decir, están conscientes del mal que padecemos, pero no lo mencionan.
En medio de este estado de cosas, nos llega la voz de Pablo invitándonos a buscar la justicia y la piedad, la fe y el amor, la paciencia y la mansedumbre, precisamente para que esta situación no nos robe la dignidad, única capaz de permitirnos de reconocernos todavía como personas, y no terminemos en el extremo que Epulón representa.
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