Desvaríos de pandemia
Una cruel pandemia, un pequeño virus, una gran conspiración, un solo destino. Gente y cosas importantes como los presidentes que no dejan de hablar, y las vacunas que no terminan de llegar. Un problema, dos rebaños, una virtud teologal, siete pecados capitales; diez mandamientos, millones tras oradores que aturden a quienes oyen sin escuchar, por motivos que no son míos como nuestro si es el tiempo y la libertad.
Una moral alta en la cima de un alfiler, mucho arroz, pocas presas; un versículo, dos testículos, tres miserables monedas; tripas ruidosas, varios insultos, un dolor de cabeza con infarto incluido, cuatro huérfanos, una viuda, un testamento, ojos secos de lágrimas, ¿por qué?, yo no lo sé.
Un ministro, tres directores, cuatro soles, muchas estrellas, cantidad de estrellados, puertas que se abren y otras que se cierran, todo alrededor de un lápiz que se niega a firmar el documento del soñador elocuente, que duerme pensando en cómo callar sin que se den cuenta de que por falta de papel nunca aprendió a escribir.
Un adolescente de mente perdida gritando que quiere ser millonario y su hermana también. Yo pregunto, tú callas, él dice, nosotros respondemos; el siglo de las luces, el año del gato, un bachiller sin título, un día de farra, y nadie se explica cómo se inventó el bombillo. Blanco y negro, no me importa porque soy ciego. Aliméntate bien, haz ejercicio, ve a misa, reza, ama a tu esposa, acuéstate temprano, ríe, goza, no jodas, jode, en fin, por dónde empiezo si no puedo ser yo mismo.
Una biblioteca sin libros, un carro sin motor, una sociedad sin ciudadanos, un presidente mudo, un escaparate vacío, la nevera también y la calle desierta de gente es un inútil derramamiento de aire y melancolía tras una puerta de dolores que se mitigan viendo al bebé en el regazo de su madre feliz, y viceversa.
Mientras abres tu corazón yo cierro mi ventana para librarme de las malas palabras, que es el mejor proyecto de un proyectista que se proyecta hacia la constelación de Orión, junto a tres borrachos que discuten por una botella de ron, y por quien tiene razón sobre cuántos trimestres tiene un siglo.
La tinta se acaba, la idea se escapa, una sola es la verdad aunque otra cosa de la misma estirpe sea la necesidad. Todo queda en las familias, unidas quizás por estados de júbilo o tal vez desunidas por periodos depresivos que puedan evocar imágenes al lector, porque así son los desvaríos de pandemia que todo lo pueden complicar.
viznel@hotmail.com
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