¡Democracia con votos!
Del abanico de opciones para la reconquista de la democracia, la vía del voto, es la más deseable.
Ese, además, fue el camino elegido por los líderes primigenios, por aquellos que despejaron, con muchos tropiezos, el camino para su instauración.
Los años 40 del siglo pasado, fueron tiempos difíciles para el ejercicio de las libertades; estuvieron plagados de marchas y contra marchas, de errores y aciertos, pero finalmente, el sendero fue marcado: la cita, aún en medio de las tinieblas, fue con ese emblemático faro de la libertad, denominado “democracia”.
Desde entonces, ha resultado simplemente lógico, una alternabilidad en el poder; y ello solo se pudo y debería seguirse realizando, mediante la celebración de legítimas, libérrimas y civilizadas elecciones de candidatos; de aquellos que pudiéramos calificar como los mejores exponentes de la política, por su perfil moral y ético, nivel de conocimientos y antecedentes o acción.
Este ejercicio debería efectuarse, representando cada uno de ellos, una ideología o una forma constructiva de hacer país.
Los contratiempos para encepar la democracia, siempre estuvieron en la raíz de algunos “movimientos revolucionarios o emancipadores” y en la prolongada agonía, vivida gestando el “rompimiento de cadenas”; ello obstaculizó la creación y perfeccionamiento de dicha democracia y del enfoque para determinar el perfil que deberían poseer quienes sustituirían a los verdugos.
Dimos por hecho, que ellos serían cabales, honestos y respetuosos del derecho y de la libertad; se intuyó que la sola motivación y deseo de sustituir el yugo oprobioso, garantizaría un ejemplar desempeño, coincidente con el esperado por los nuevos adalides de los derechos humanos.
Nadie imaginó que un “Estado nuevo y además, inmensamente rico” pudiera desarrollar su propio “caballo de Troya”, y que tanto el “poder con ventajismo”, “la viveza criolla” y aquello de que “acta mata voto”, se tornaría en células erosivas, destructivas de un sistema, que alguna vez prometiera el brillo de un “Shangrilá” de libertad, de estabilidad y de progreso.
Nuestro error fue olvidarnos que los humano, también debemos aprender sobre valores, particularmente, cuando carecemos de los adecuados y convenientes marcos de referencia.
Hubo un tiempo durante el cual, desatendimos y en algunos casos, hasta olvidamos las fundamentales normas de respeto, la que debió ser una cristalina conducta de honestidad en el manejo de los bienes públicos y el insustituible ejercicio de la justiciera y equilibrio del poder.
Las consecuencias de tan inexcusable desatención es hoy historia triste y dolorosa, que todos los venezolanos conocemos.
La gran pregunta que por años. nos hemos venido haciendo, es: ¿cómo efectuar la transición del oprobio actual a un régimen de libertades y derechos? Esta ha sido tantas veces efectuada, que casi perdió su solemnidad.
Hay quienes creemos en el trabajo arduo, continuo, perseverante y este es el que se realiza, cuando armado de un mensaje claro, volvemos a la conquista del pueblo, de ese que alguna vez olvidamos y del cual nos distanciamos.
Debemos volver a comunicarle las bondades de un Estado libre, justo y democrático.
Tenemos que entregar esperanzas con fe; compartir sueños sin mentiras, con determinación y convencimiento.
Como dicen por ahí, “tenemos que volver a Carabobo” para sembrar la ilusión de ese país posible, donde los niños vuelven a su escuela, los hombres a sus empleos, el cura a su iglesia y el país al camino del progreso franco y de paz ardiente.
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