Opinión

De pie ante la muerte

De pronto percibimos un cierre en los planes del Creador que nos los puso en el camino.
lunes, 26 octubre 2020

Es razonable que la pandemia provoque pensamientos sombríos que evocan el final de la vida y paz a las almas de los fallecidos por la Covid-19, quienes para mayor tristeza no pueden ser acompañados ni despedidos como normalmente hacemos con nuestros muertos.

Cuando uno se planta frente a la urna nos parece increíble que no podamos hablar más con la persona que habitaba el cuerpo que yace inerte dentro de esa caja; nos negamos a aceptar que ya no podremos escuchar sus consejos y opiniones ni disfrutar de sus chistes y disputas, en fin, nos damos cuenta de que junto a él o ella ya no sumaremos más tiempo como humanos, y nos aturde la sensación de su presencia adueñándose de nuestros sentidos.

De pronto percibimos un cierre en los planes del Creador que nos los puso en el camino, o quizás un punto y seguido en la línea del propio destino cuando intentamos congeniar las alegrías compartidas con las lágrimas que saltan del alma compungida.

Nos parece una visión surrealista el rostro inexpresivo de quien nos regaló las luces de su encanto, la sabiduría de su vida, la belleza de sus gestos, el inagotable manantial de su amistad, y miles detalles que pasamos desapercibidos; nos cuesta superar la impresión del cuerpo definitivamente inerme del que nos confió sus tristezas y además cantó con nosotros melodías perfectamente desentonadas en juergas sin final, en las que las preocupaciones quedaban suspendidas sin decreto ni manual.

Haremos una rueda alrededor de sus recuerdos e iremos reuniendo lo mejor de su vida y los malos tiempos que también tuvimos. Pasarán las horas y con ellas las veces que miremos a través del frío cristal del ayer, viendo que es cierta su partida tanto como verdadero es nuestro dolor.

Si la lluvia cae alguien dirá que el cielo está llorando, si el sol brilla entonces será el sudor que se confunda con el agua triste de nuestro corazón, y cuando la brisa fresca del campo abierto cierre la última ventana detrás de su rostro, nosotros quedaremos de pie ante la muerte abrazados a la pérdida irreparable que ya no tiene solución.

Y cuando el tiempo pase y nos abrume los huesos con el peso de los años, o aunque los años sean pocos cuando nos corresponda transitar, el viento nos golpeará en primera persona con la postrera señal, sin más opción que la resignación y la esperanza bendita del retorno a la fuente original.

viznel@hotmail.com

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