Cuenta La Leyenda: “El sabroso pan indígena llamado casabe”
Leyendo una publicación de un artículo en una revista de Editorial Santillana, me encontré una historia la cual me pareció que debía compartirla con las personas acostumbradas a leer mis crónicas en el periódico Primicia, Primicia Digital, en Facebook o bien escuchando el programa sabatino que se titula Remembranzas en la emisora News 105.3 f,m.
Después de tantos años que en Venezuela se consume casabe, sobre todo en la región oriental; no estamos claro si fue sacando el poderoso veneno del tubérculo conocido como: la yuca, que nuestros ancestros (indígenas) por accidente que, fabricando las tortas de casabe se dieron cuenta del veneno. Lo cierto es que de la yuca amarga, desde hace mucho tiempo-dos productos radicalmente opuestos: uno que es el pan ancestral de los habitantes originarios de estas tierras, el casabe; y otro que es una toxina mortal, ácido cianhidrico o, en lengua propia, el “yare”.
En los prodigios del saber y de las aplicaciones técnicas de los habitantes originarios que maravillaron a los españoles estuvo, sin duda, la confección del casabe. No tanto porque el alimento los haya seducido. Por el contrario, a la mayoría de los colonizadores les parecía un pan bastante pobre y soso. Lo que les hizo alucinar fue cómo con instrumentos rudimentarios, de las raíces de aquella planta llamada mandioca, los indígenas extraían, al mismo tiempo, esencia de vida y esencia de muerte.
Los españoles no le perdieron detalle a aquel arte de alto riesgo consistente en separar la ponzoña del alimento para darle uso a ambos. Asombrados vieron como las diestras manos de indígenas pelaban los tubérculos, rallaban su pulpa blanca y luego la retorcían en los sebucanes para extraer de ella el letal jugo.
Con la harina seca podía continuar el proceso para fabricar las tortas de casabe, mientras que el sumo era para utilizarlo contra los enemigos o, en algunas comunidades, en ceremonias religiosas en la que los predestinados, por instrucciones de “piache”, se entregaban en brazos de la muerte.
Mientras tanto, en Europa los destinatarios de las cartas de los colonizadores, no daban crédito, no creían que una planta podía ser alimento y veneno al mismo tiempo.
Los cuentos que cruzaban el Atlántico también juraban que los guerreros embebían sus flechas y dardos con el “yare” y con ellos atacaban a los españoles para hacerlos morir en medio de terribles tormentos. Meras fábulas, según parece, pues la leche de la yuca amarga es ciertamente mortal- hasta para un elefante- pero solo si la victima la bebe.
La alquimia aborigen tenía aún más prodigios para deslumbrar a los europeos. Poco a poco éstos fueron entendiendo que el “yare” era un veneno si estaba crudo. Los indios-como les decían- colocaban el producto a hervir, lo dejaban serenar y de esa manera su mortífera naturaleza se desvanecía, dando lugar a una sustancia que servía para hacer deliciosos caldos o, debidamente madurada, como un estimulante licor.
Los cronistas hispanos describieron con lujo de detalles el proceso casi mágico de los mellizos casabe-yare, separados al nacer, y el fascinante instrumental que esos pueblos habían ideado para tan importante industria que se ha mantenido en el tiempo.
Algunos dicen que los indígenas comenzaron a procesar la yuca amarga para extraer el veneno y, en algún momento, por un solo mero golpe de suerte, descubrieron que el bagazo no era toxico y, además resultaba un estupendo alimento. Otros afirman que primero aprendieron a fabricar la torta de casabe y después, tal vez por un fatal accidente, que el resultado del líquido sobrante era un veneno.
Sea como haya sucedido, el casabe se convirtió en un factor clave para el desarrollo de las comunidades indígenas del Centro, Suramérica y las Islas Caribeñas. Por ser un producto capaz de conservarse por mucho tiempo, los pueblos pudieron llevarlo en largas migraciones y en las guerras, acompañados con carnes, aves y pescados salados.
Han transcurrido muchos años, era de desarrollo industrial, muchos fabricantes de alimentos, envidian la durabilidad y valor nutricional de este invento de los primeros americanos, ese “pan prodigioso” hermano mellizo de un mortal veneno.
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