Cuando el país despierte

¿Cuántos años más habrán de transcurrir para que el país despierte? Ya van muchos, y este último, agravado con pandemia oblicua, es decir, delincuencia organizada, Covid-19 y gasolina severamente racionada.

Ese ansiado despertar, será como hacerlo, con la sensación de haber tenido un largo y tumultuoso sueño, plagado de tenebrosas y angustiosas pesadillas.

Abriremos los ojos para notar que la otrora Democracia, aunque imperfecta, fue sustituida por un estado tribal, desordenado, corrupto, autoritario y miope; notaremos que la libertad fue mortalmente herida.

La justicia, que en Venezuela, nunca fue muy virtuosa, mutó a maniquí, servidor de capataces políticos de intereses socialistas internacionales.

La bandera nacional, por capricho subalterno, fue transformada con la adición de una estrella más y ahora, quizás con otra; igualmente ocurrió con nuestro escudo.

Al despertar, esa Venezuela en coma inducido, observará con horror, que el aparato productivo en toda la nación, fue parcialmente confiscado o condenado a la paralización; que el sistema de salud está compuesto solo por un amargo recuerdo de lo que fue y ya no es, con algunas edificaciones  descoloridas y malolientes, sin medicinas y con una plantilla reducida de personal; algunos hospitales, como el J.M. de los Ríos, hasta tuvieron que cerrar por falta de personal médico.

Al despertar, tomará conciencia que el sistema educativo involucionó y se desvirtuó; le asignaron a propósito, un mísero presupuesto, con programas de estudios que poco responden a las necesidades de una sociedad moderna, con profesores improvisados en su mayoría, y también con una matrícula reducida.

Experimentará que el sistema de carreteras del país, no solo se deterioró por los múltiples baches y cárcavas, sino porque a lo largo de ellas operan bandas de delincuentes armados, que asaltan vehículos, roban y secuestran a sus ocupantes;  veremos que la policía levanta alcabalas, no para controlar a los malandros, sino para pedir mendrugos de pan para comer.

Nos daremos cuenta que aquel metro de Caracas, el inmaculado del siglo XX, fue transformado en uno mal mantenido y bochornosamente desvencijado. Ya los operadores de tráfico aéreo no sufren de estrés, pues por los cielos del país, solo vuelan pájaros y alguno que otro avión.

Los puertos del país son ahora instalaciones sin bullicio pues en ellos, ni siquiera las inexistentes olas arrullan.

Han sido tantas las conversiones que se hicieron, que despertar en la Venezuela de hoy, será como hacerlo en un país extraño, lleno de enormes contrastes.

Podremos otear las crecientes desigualdades al presenciar la miseria, con gente hurgando en  basureros para comer, por un lado, y grandes y modernos “Bodegones”, repletos de productos importados del mismísimo “Imperio” y pagaderos en US Dollars; las calles solitarias, entre otras razones, por la falta de combustibles para la flota automotriz, podrán ser observadas, con carros ya antiguos de pintura quemada, pero también unas pocas “camionetotas” de última generación, de entes oficiales y también, propiedad de la nueva  desaguisada e insurgente clase social.

En la Venezuela de hoy, quienes despierten, verán un Salto Ángel esbelto y orgulloso, pero igualmente, un Parque Nacional Canaima invadido por malhechores que devastan su bosque en busca del codiciado oro.

También verán un río Orinoco apacible, pero sin barcos que por él naveguen, porque la industria que propulsaba su cadena, feneció.

Verá un país con mayúsculas desigualdades sociales y grandes, pero ocultas concentraciones de capital; verá un país político atomizado, irreverente, sin principios ni valores; verá un país sin líderes,  muy desorientado, confundido, frustrado, impotente, sin esperanzas, destruido…

¿Veremos algún día el despertar de la que fue, nuestra bella y pujante Venezuela?

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