Opinión

¿Cómo combatimos el odio?

El odio es tenido como una emoción, un sentimiento, una manifestación expresiva y sensorial y en nuestro país es hasta un delito previsto y sancionado en una ley.
lunes, 05 abril 2021

“No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Inicio mi artículo de hoy con esta poderosa frase equivocadamente atribuida al político y pensador francés Voltaire, que más bien la expresó un contemporáneo suyo en esas lides políticas de la Francia pre independentista, me refiero a Helvetius, quien acuña esta frase para darle mayor valor al derecho de expresión que a la expresión misma.

El odio es tenido como una emoción, un sentimiento, una manifestación expresiva y sensorial y en nuestro país es hasta un delito previsto y sancionado en una ley, me refiero a la Ley contra el odio, la convivencia pacífica y la tolerancia, esta ley nos lleva a los abogados por fuerza a analizar que es la primera y única ley derivada de una emoción.

Recientemente se le ha aplicado a buena parte de personas por expresar a través de las redes sociales, algunos mensajes que al ejecutivo le han parecido más a una ofensa que a una manifestación del derecho a la libertad de expresión, derecho del que gozamos todas las personas por gracia de la Constitución.

Es cierto que hay situaciones muy delicadas en las que se difumina aún más esa línea diminuta y casi invisible entre la Libertad de Expresión y el ultraje a la reputación o al honor de las personas, pero con la misma delicadeza ha de manejarse cada escenario, para no invadir o lesionar el sagrado derecho Constitucional a la Libertad de Expresión.

No parece una buena práctica para las democracias utilizar una ley penal para disminuir un Derecho Constitucional, pero es lamentablemente el ejercicio más común de los regímenes totalitarios, quienes siempre buscarán formas con apariencias legales para bajar el volumen a las libertades.

Dos han sido los episodios recientes en los que se ha visto reflejado todo esto de lo que les hablo, el primero de ellos el relacionado con los dos comediantes venezolanos radicados en los Estados Unidos, quienes basados en comentarios poco profesionales fueron el epicentro de una polémica que se volvió viral y que decantó con una orden de aprehensión en su contra, solicitada por el Fiscal General designado por la Asamblea Nacional Constituyente por el delito de Instigación al Odio y aunque imprecisa resulte su amenaza de expedición de una alerta roja internacional a través de Interpol, no deja de llamarnos a reflexión sobre lo nefasto que resulta no saber manejar los equilibrios entre la libertad de expresión y la injuria.

El otro infame episodio fue el acontecido con la detención de dos célebres escritores septuagenarios, motivado a sendas publicaciones hechas por ambos en las que se mencionaba una posible relación entre el contagio masivo por covid-19 en el estado Anzoátegui y una multitudinaria fiesta con ocasión a la celebración de una boda, donde se expuso mediante imágenes y videos la presencia de nada más y nada menos que del mismo Fiscal General que solicitó las órdenes de aprehensión contra los injuriosos comediantes, en fin, el mejor ejemplo de contrasentido.

En estos tiempos de globalización y de inmediatismo es cada vez más necesario el manejo prudente de los contenidos, mucho más en nuestras realidades políticas donde la opresión del estado se encuentra en las cosas más cotidianas y en las que aquello que nos puede llevar a la gloria, también puede comprarnos un boleto directo a la cárcel, imponiéndose con ello lo realmente perseguido por esa forma de actuación del estado: la autocensura.

La Constitución de la República y la Declaración Universal de los Derechos Humanos protegen con celosa devoción el Derecho a la Libertad de Expresión y esa dedicada protección es debido al carácter humano de la expresión misma, por ello es uno de los Derechos Humanos de Primera Generación.

La expresión como mayor manifestación de la palabra contiene el sagrado elemento de la acción, elemento del que está compuesto todo lo fáctico, lo real, lo que existe, la humanidad misma ha sido construida en base a la expresión y es estrictamente esa razón por lo cual a la expresión se le tenga protegida con carácter universal.

Si por ley se debería prohibir o imponer una determinada emoción o sentimiento, sin dudas yo hubiera escogido la empatía o el amor, pero nadie obliga por ley a no odiar, el odio como el amor es algo innato de las personas, por ello si deseo ser amado, simplemente amo y definitivamente si deseo ser odiado haré lo propio, y en honor a la verdad y domésticamente hablando ¿quién o quiénes nos han expresado a diario su odio por todos los medios?.

Hay también un viejo adagio quizás no tan famoso como el equivocadamente atribuido a Voltaire, que reza “las leyes siempre se vuelcan contra quienes las crean”, pues casi siempre esas leyes extremas o rigurosas se sancionan bajo el fragor político o en respuesta a alguna afrenta contra el poder, contrario a lo que es el espíritu de la ley que debe siempre responder a las necesidades de una determinada población, por ello nunca será buena una ley que se dicte desde la necesidad de un gobierno contra la necesidad de un pueblo y por lo general, perdido el poder se recibirá la dosis de aquello recetado en esas leyes extremas, lo ha demostrado la historia.

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