Ciudad y ciudadanos (Cuento)
Me llamo “Bobby” y soy un fuerte perro guardián, de apenas 3 años de edad, el equivalente a unos 20 de un humano; peso 47 kilogramos y aunque soy muy amigable, infundo temor. Tengo la cola cortada. Ahora, esa es una práctica legalmente prohibida, pero la siguen realizando sin sanción alguna.
Mi dueño y amigo, reside en Ciudad Guayana desde 1987, hace ya unos 35 años y se llama Ezequiel, es “político”; no tengo idea de lo en realidad hace, porque nunca lo veo trabajando. Habla con mucha gente, pero poco entiendo lo que dice; por ejemplo, su discurso es de “sacrificios y pobreza”, pero vivimos en una lujosa “Quinta”, la cual irónicamente, se llama “Democracia”; su esposa posee muchas y valiosas joyas y paseamos en suntuosos automóviles.
Pronuncia mucho, la palabra “libertad de expresión”, pero ahora no veo circulación de periódicos y la radio sólo tiene música, por cierto, muy chabacana, en la mayoría de los casos. En nuestra casa, solo se ve el canal 8; pero bueno… a otro perro con ese hueso.
Ahora prosigamos con el verdadero cuento: Cierro los ojos y duermo, inmediatamente se inicia “mi viaje”. Vamos a pie, paseando; Ezequiel dice a sus amigos, que lo hace para que yo, (el peludo) ejercite; lo que se calla, es que él también necesita rebajar algunos kilos; come mucho y bebe güisqui como Cosaco.
Estamos recorriendo una amplia avenida, la principal de esta hermosa ciudad, esa que un 2 de julio de 1961, Don Rómulo Betancourt, bautizó con el nombre de Ciudad Guayana.
Ella, en mis sueños, luce inmaculada, esta es avenida, de tres canales de ida y tres de vuelta, para vehículos; una de ida y otra de vuelta, para ciclistas, todas claramente señaladas con rayas blancas, perfectamente trazadas; amplias aceras, sembradas con árboles cada 20 metros; en cada poste de luz, hay, a una altura prudencial, una cesta removible para la basura.
Al llegar a la esquina, mi “amigo” se detiene a esperar que la luz verde para peatones, se encienda. Me llamó la atención que los ciudadanos, en forma ordenada, cruzan por las esquinas y solo sobre un rayado con franjas de color blanco o “camino de cebra”, como también le llaman.
Este fue, para mí, un nuevo hábito que en la suntuosa finca donde crecí (de Ezequiel también), no existía; súbitamente, me dio la impresión de estar viviendo en algún planeta de otra galaxia.
A media cuadra, nos detuvimos frente a un elegante local con marcos de puertas y ventanas, todas de color nogal. La entrada, muy amplia, abría el acceso a una distinguida cafetería, colmada por gente, aparentemente, apurada; era las 6:30 de la mañana, y estas personas estaban allí para tomar su primer café y planificar cierto tipo de actividad o trabajo con algún amigo o compañero, previo al ingreso a su oficina, antes de las 7:00 de la mañana.
Ezequiel compró pan caliente para el desayuno en casa, y proseguimos la caminata. Y de repente, desperté a la realidad.
En ella no encontré rastros de limpieza, orden, elegancia, ni puntualidad. Abrí los ojos para ver una lastimosa, empobrecida e indignante realidad. La basura regada en islas de avenidas, semáforos descompuestos, huecos en las calles, niños pidiendo limosnas en las esquinas y barrios como las “favelas” que alguna vez llegamos a denigrar.
Y es que como decía un notable escritor extranjero, nuestro país no está subdesarrollado, sino “muy desorganizado” o algo aún peor.
Sígueme; semanalmente, yo, Bobby, el perro guardián, seguiré relatando mis experiencias con Ezequiel el “político”, y mis extraordinarios sueños.
E: mgarciat84@gmail.com
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