Opinión

Candelaria

La fe que piensa.
jueves, 30 enero 2020

Cuando Venezuela era tierra de posibilidades, la comunidad canaria que echó raíces acá, trajo consigo además de una simpar cultura del trabajo, una honda devoción por Nuestra Señora de La Candelaria. Esta recurrencia mariana se da cada dos de febrero y resalta la realidad de la luz que es Cristo, a partir del relato bíblico de su presentación en el Templo y la respectiva purificación de la Virgen María.

En este mismo contexto, nos sale al paso el Cuarto Domingo Ordinario, con el pasaje de las bienaventuranzas de Jesús, según san Mateo. Como bien se ha señalado en otro espacio, las bienaventuranzas son la “cédula de identidad” de Jesucristo. Es decir, cada una de las nueve apelaciones es una descripción pormenorizada de la persona de Jesús de Nazaret. Por otro lado, hay quienes enfatizan que las bienaventuranzas son el “programa de gobierno” del Señor.

Independientemente de las interpretaciones alrededor del capítulo quinto de Mateo, quiero ahondar en una de ellas, siempre desde nuestra situación regional y nacional, con la firme esperanza de que nos guía la luz de Cristo.

Vale la pena recordar las condiciones en que se dan las bienaventuranzas. El Señor sube a la montaña acompañado de sus discípulos y de una masa de personas. Una vez llegados, Jesús se sentó y comenzó a enseñar a la gente. Los gestos de subir al monte y sentarse nos remiten a Moisés, que sube al Monte Horeb (o Sinaí), a hablar con Dios. El gesto de sentarse significa que quien habla, lo hace envestido de autoridad. Resumiendo: Jesús es Dios, y nos dará a conocer su mensaje divino.

Los hambrientos y sedientos de justicia, serán saciados
Las brechas socioeconómicas son cada vez más profundas y evidentes. La ostentación vulgar, pecaminosa, golpea la mirada y los estómagos de las mayorías, secando sus gargantas, que van desde quienes rasgan cada vez menos desperdicios de la basura para nutrirse, hasta quienes pierden calidad de vida por surtir veinte litros de combustible a su vehículo. Desde quienes estiran los pocos bolívares invirtiéndolos en unos pocos productos, hasta quienes pierden la vida de modo inconcebible, muriendo de muerte temprana, cazando conejos.

La gran paradoja de nuestra ciudad: rodeada de agua por doquier, salvo en las tuberías domésticas. Después habrá que añadir, por otro lado, la calidad del vital líquido.
Venezuela es un pueblo hambriento. Venezuela es un pueblo sediento. Estamos urgidos de alimentos y de agua. Pero también lo estamos de justicia. O sea, de apelar al Árbitro para escuche nuestra parte y atienda las realidades, de manera que nuestros derechos básicos no se conculquen sistemáticamente, como viene sucediendo lamentablemente a diario.
Dios es luz. Ello vale igualmente para nosotros. La luz que el Señor trae consigo es la propia de la Justicia Divina, es decir, la de asumir nuestra causa, abriendo el juego una vez más, dándonos el ánimo y las fuerzas suficientes para exigir lo que por derecho nos corresponde. Nos dé La Candelaria esta gracia.

 

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