Biografía de un Inmigrante (III)
“Juan, ponme atención: Venezuela es una tierra prodigiosa que lo tiene todo: temperatura primaveral continua, hermosas playas, miles de kilómetros de costa y mar cálido, altas y verdes montañas, gigantescos ríos, extensas y frondosas selvas, vastas y hermosas llanuras, fabulosos yacimientos de petróleo y grandes reservas de hierro, ganado, pesca, balatá, café, cacao, mucha tierra para la agricultura y además, una gente amigable y muy noble. Es un país, virgen y promisorio, y lo que Venezuela necesita, son más habitantes; su densidad poblacional, debe estar en el orden de 3,5 personas por kilómetro cuadrado, y los inmigrantes o nuevos pobladores, deben ser laboriosos, creativos y emprendedores; te invito a que nos acompañes”.
Esas fueron, palabras más, palabras menos, los términos de la descripción de esta tierra prometida, que hizo Francisco Herrera García, a su sobrino Juan Pérez Guzmán.
El capitán Herrera, como le decían, llevaba ya unos años residenciado en Venezuela, contribuyendo con la canalización del río Orinoco y ayudando a estructurar la flota de barcos mineraleros de la Iron Mines Co.; que, transportarían el hierro desde el puerto de Palúa, localizado en la hoy denominada, Ciudad Guayana, hasta Puerto de Hierro, en el estado Sucre. Este puerto se convertiría, por muchos años, en una especie de estación o puerto de transferencia.
En la madrugada del 3 de diciembre de 1953, recalaba al puerto de La Guaira, el “Franca C”, y en él, Juan, un anónimo luchador español, con mujer y 2 hijos. El arribo fue una sorpresiva y grata vivencia; el cerro el Ávila se parecía, de madrugada, a un árbol de Navidad: luces sembradas por toda su ladera, hasta una cierta cota.
La subida a Caracas, fue aún más espectacular; el día anterior, 2 de diciembre de 1953, había sido inaugurada la autopista Caracas-La Guaira, (esa era la fecha establecida por el Régimen de Pérez Jiménez, para las inauguraciones de toda obra realizada y terminada en el curso del correspondiente año). Fue como una deslumbradora función: mil luces a todo lo largo de la vía, una fantástica autopista con viaductos y dos inmensos túneles muy bien iluminados y ventilados. El pavimento era negro como la noche, pero liso como hoja de papel. Todo un derroche de ingeniería y buen gusto.
El grupo familiar había llegado a Shangrilá… pero Juan seguía añorando a su querida España, y continuaba sintiendo el muy arraigado encono antifranquista, que aún lo mantenía en el exilio, y que impedía su regreso a la amada tierra.
Al llegar a Guayana, incursionó en agricultura; fue por la zona de Pozo Verde, vía El Pao, pero mientras lo hacía, seguía activo en pos de la libertad para su España querida, y ahora, también comenzaba a hacerlo para la nueva tierra que le había dado tan calurosa bienvenida; y fue así, como una madrugada, a las 1:00 aproximadamente, allanaron su vivienda.
Un comando de la muy temida Seguridad Nacional, irrumpió en su domicilio y no dejaron ladrillo sin levantar, ni pregunta por efectuar; fue intimidación y violación de su hogar, y también a esos “derechos” que en dictadura, no existen.
Juan, por su experiencia con un régimen despótico mucho más feroz que este, sabía que todo material “comprometedor”, como libros, revistas y periódicos, que de Francia recibía, debía ser muy bien resguardado; es un hecho incontrovertible, que las ideas y sus libros, son el gran enemigo de los regímenes autoritarios, y que toda literatura promotora de libertad y justicia, conspira contra la tiranía.
El Cesarismo o Perezjimenismo de la época, aunque criminal y cruel, supo sostener una economía próspera. El país iniciaba el desarrollo de interesantes proyectos de trascendencia económica y de impacto social.
Nacía la hidroelectricidad, la siderurgia, la construcción crecía agigantadamente y se impulsaba la gran agricultura. Mientras, seguía creciendo la floreciente industria del petróleo.
Había mucha prosperidad, pero Juan sentía que además de la represión, también se vivía mucha desigualdad y pobreza. El régimen de Pérez Jiménez, equivocó el modelo económico para desarrollar el país, como también lo hicieron quienes le sucedieron.
Llegó el 23 de enero de 1958 y Juan, como casi todos los ciudadanos de la época, fueron sorprendidos por la noticia del derrocamiento del dictador; sin embargo, un mar de pasiones lo asalto; por un lado, era un frenesí desbordado, por la recuperación de la libertad y la justicia; se había reconquistado la democracia; pero por el otro, se empañada su alborozo, por la tristeza de sentir que su España, estaba aún bajo la autoritaria bota dictatorial de Franco.
Para Venezuela, fueron 40 años de libertad y democracia, y en su discurrir, Juan dejó la agricultura; el “conuco” no parecía ser una solución económica ni viable para el hombre de campo, ni tampoco, para el país.
La “repartición” de tierras conforme a los términos de la novísima Reforma Agraria, parecía ser una política equivocada. También perdió a su mujer, más no a sus hijos; ella, después de comunes reflexiones, prefirió seguir un sendero diferente.
No obstante, un par de años después, Juan contraría nuevas nupcias con Rosinda, mujer que con devoción, le ayudaría a levantar a sus hijos y con quién engendraría su tercer vástago.
Al abandonar la agricultura, trabajaría en la construcción y Macagua I, para entonces, fue una imponente obra hidroeléctrica que lo absorbería; le parecía que la misma, abriría las puertas de la modernización y del desarrollo, aunque quizás, nunca se imaginó las enormes dimensiones y el impacto socioeconómico de los proyectos que habrían de venir.
Posteriormente, laboró en la Iron Mines Co.. Juan Pérez, nunca ambicionó riquezas y por ello, quizás, seguía como asalariado. Allí, se dedicó a cumplir con su trabajo, pero, como dice el viejo adagio criollo: “perro que come manteca, mete la lengua en tapara”, se dedicó también al sindicalismo y a combatir, epistolarmente, a “los molinos de vientos” del Franquismo; esa era una batalla que no dejaría jamás y que duraría hasta que murió el inquisidor.
Víctor Mezzoni fue uno de sus grandes amigos, aún con los normales desencuentros ideológicos. Fue muy afecto también a la “primera Acción Democrática”, como él le decía; esa que duró hasta el año 1973, y a cuyos principales líderes fundadores, admiraba por sus luchas contra el cercenamiento de la libertad y por el arraigo de la democracia.
Le traía gratos recuerdos, y congeniaba con el esfuerzo que hacían los partidos, por educar políticamente al pueblo; él entendía que el objetivo del naciente régimen de libertades y sus organizaciones políticas y gremiales, era inducir a las masas a pensar y sentir como ciudadanos libres; sentía que había un empeño político por transformar el país, acrisolando ideas que conducirían a la consolidación y respeto de los derechos ciudadanos y a hacer de Venezuela, una nación donde sería la ley, el fiel de la balanza; una nación donde periódicamente, se construirían y renovarían las escuelas para formar generaciones de hombres y mujeres, no solamente libres, sino de excelencia educativa.
También; estaba convencido que el Estado procedía con inteligencia, cuando ofrecía una educación laica y gratuita; por lo que intuía que el futuro de Venezuela era más que brillante, pues se realizaba un inmenso esfuerzo en la creación de un medio ideal, en el cual crecería el hombre nuevo.
Llegaron los años setenta y para finales de la década, comenzó a sospechar que “el rumbo político, se torcía”; esto lo acongojaba. Había abundancia de todo; comida, ropa, carros, buenos salarios, diversión, viajes al exterior, pero también, sólidos destellos de corrupción y desviación del objetivo original.
Venezuela fue contaminada con su primera pandemia, esa enfermedad que genera la excesiva abundancia sin esfuerzo alguno; ella trocaba vertiginosamente los sólidos valores que se venían estructurando y los convertía en vicio, ineficiencia y corrupción.
Así y por eso, llegamos al año 1998. Un indefinido y oscuro poder, asumió la presidencia del país; representaba la antagonía de la democracia, aunque paradójicamente, había sido ésta, instrumento de su ascenso al mismo. Juan, ya en una silla de ruedas, no perdía alocución alguna del nuevo mandatario.
Con mucho pesar se quejaba de su mala suerte; decía: “de España huí por causa de una tiranía militar y pareciera que mi destino es morir bajo la bota de otra similar”.
Juan observaba desde su inmisericordiosa silla para inválidos, las prolongadas, interminables alocuciones, casi siempre amenazantes y chabacanas, de un mandatario que además, se burlaba de los empresarios y se reía de los “escuálidos”; con desparpajo, decretaba alguna expropiación, seguida de mofa y amenazas.
Poco le importaba efectuar despidos en masa y luego, con cinismo, invocar a Dios. Un día ponderaba la educación y al siguiente, atacaba a las universidades y su autonomía. El lenguaje presidencial podía ser piadoso a veces, pero no se le arrugaba la piel para condenar al periodismo independiente y a la libertad de expresión. No le temblaba el pulso para clausurar periódicos, ni emisoras de radio libre que no “cumplieran” con la “línea editorial” del Estado.
El deceso del primer mandatario de la revolución del Siglo XXI, no dio tregua a la falta de respeto al pueblo; por el contrario, su “designado”, esta vez, un civil, aunque menos verboso, no fue menos pernicioso. Este se rodeó de colaboradores, en su mayoría, indiferentes a las necesidades de la nación; ellos eran los resentidos de cuello blanco, oportunistas y enchufados y gendarmes sin honor.
Este “nuevo” gobierno, tampoco dio nunca “puntada sin dedal”. Desde su nuevo sitial, asumimos que Juan percibía la “cólera contra una clase media” desasistida y un pueblo acoquinado e indefenso, debido a la inseguridad y al hambre; esa clase media era la que este grupo gobiernero, estaba empeñado en abatir.
Para ello, arruinó la industria del petróleo; fue un esfuerzo consciente, premeditado y alevoso; era parte de ese “control social” que el socialismo del siglo XXI, pretendía aplicar para racionar, primero la comida, luego la medicina, siguió el efectivo, ahora la gasolina y el gas y por último, también el gasoil.
Esa clase media debía “morder el polvo”, debía extinguirse y lo estaban logrando; eran instrucciones de Fidel y de su hermano.
También este gobierno, desencadenaría una gigantesca hiperinflación y pulverizaría el signo monetario.
En lo político, desacreditarían al CNE para propiciar desconfianza y abstención; fraccionarían los partidos y atomizarían el voto popular y con él, al pueblo de Venezuela. Este, por efecto de macro manipulaciones y conspiraciones, sería postrado a los pies de esta mutilada, pero por ahora, aún victoriosa revolución.
Lo que jamás pasó por la mente de Juan, es que una clase dirigente opositora, heredera de firmes convicciones ideológicas, sólidos valores democráticos y una praxis victoriosa, no hubiese sido capaz de capitalizar ese gran legado emancipador de aquellos que en los años 40, 50 y 60 fueron maestros de la libertad.
Germinal García éerez, como en realidad se llamó nuestro protagonista, fue testigo de la transformación del Shangrilá original, en uno libre, industrial y humano; nunca viviría para entender como ese Shangrilá pujante y productivo, pudo derruirse hasta convertirse en algo así como un paraje lunar, atribulado además por escombros morales y éticos y cargando un fardo de inmenso dolor.
P/D. Germinal García Pérez nació en Vejer de la Frontera, provincia de Cádiz, España, el 9 de noviembre de 1910; luchó como anarcosindicalista que siempre fue, por liberar a su país del franquismo, y a la clase obrera, de la opresión esclavizante de patronos inescrupulosos.
En Venezuela, continuó con la lucha antifranquista y apoyó la labor que los partidos políticos desarrollaron durante los primeros años de democracia. Se sintió abrumado con la llegada al poder de un régimen oscurantista que nunca se definió ideológicamente.
Germinal García Pérez, quien como inmigrante llegó, trabajó y luchó por Venezuela; murió el 23 de septiembre del 2002, a los 92 años de edad, en Ciudad Guayana, Venezuela, con el profundo pesar de haber tenido que nacer y morir en dictadura.
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