Biografía de un inmigrante (II)
Eran las 2:00 de la mañana, de un 17 de febrero de 1944. Hacía mucho frío; era invierno, de noche clara. “Había llegado el momento de partir; siempre hay ansiedad cuando debes abandonar tu “zona de confort”; debíamos iniciar camino a Francia; ya estaba decidido; por ahora, sería muy difícil defenestrar al Franquismo.
Por otro lado, la Guardia Civil, recientemente había estado incursionando en las zonas aledañas a Badalona, donde teníamos el campamento; ya había allanado, con su brutal estilo, tres casas de compañeros carboneros, buscando armas y Maquis.
El peligro estaba cerca y el camino a Francia, era largo y riesgoso.
Tomaríamos atajos desconocidos y “tendríamos que hacer camino” atravesando montes. Aunque aún quedaban simpatizantes republicanos en cataluña, (eran fuente de apoyo y nuestros mayores aliados ideológicos), ya comenzaba a multiplicarse los Fachas; estos eran una nueva casta de simpatizantes y soplones también, del nuevo régimen criminal.
Fueron tres largos y agotadores días con sus correspondientes noches frías. El temeroso deambular por caminos, predios y prados, de repente, nos trajo a Francia; pasamos abruptamente, de ser presuntuosos, petulantes y vanidosos luchadores españoles, a humillados, perdedores y sometidos ciudadanos de segunda clase, sin voz y sin voto, en una país, aún conmovido por la guerra, el miedo y el hambre.
Habíamos salido de España, bordeando La Junquera, un pueblo catalán algo afrancesado, y llegamos a Céret, primer poblado francés con el cual nos topamos; el mismo, todavía estaba atestado de refugiados españoles, desorientados aún, sin sueños y con pocas esperanzas; fueron esos que se mantuvieron cerca del “hogar” (frontera), esperando la oportunidad de volver; eran hombres y mujeres, abatidos y taciturnos; estaban derrotados.
Inmediatamente decidimos seguir hasta Perpiñan, donde, aún con el vivido recuerdo de la crueldad nazi y la no siempre armónica ocupación de aliados, ya se respiraba aires de libertad; allí, parecía encontrarse la entrada a un nuevo, aunque diferente capítulo de vida republicana.
Aquí hicimos contacto con el Comité de Asistencia al Refugiado (CAR); esta era una organización creada en 1939 por la CNT, para asistir a los perseguidos y descontentos españoles que venían huyendo.
Ese comité ofrecía orientación legal, asistencia para la ubicación geográfica, consecución de trabajo, habitación, medicina y hasta escuela para los niños. Era una organización sin fines de lucro, dirigida y operada por los propios refugiados, en sus ratos libres; prestaba servicios las 24 horas del día, todos los días.
Ella estaba presente en toda Francia y también tenía contactos y ramificaciones en la propia España Franquista. Era una cadena informal, tejida con talento, conciencia y responsabilidad, operada por grandes servidores públicos y verdaderos patriotas; una organización ejemplar.
Fue entonces cuando enfrentamos otra realidad: teníamos que buscar trabajo y alojamiento; eso, con mucho dolor, rompería ese lazo de hermandad construido durante cuatro largos años de lucha, privaciones y esperanzas; eran 12 compañeros, quienes más que compañeros, nos sentíamos hermanos”.
Esto lo contaba Juan, con lágrimas en los ojos. Era el triste llanto del exiliado, por la obligada renuncia a sueños, ahora truncados, a familia y amigos, desamparados y atrás, dejados; por un abrumador vacío ideológico, por la tanta sangre inutilmente derramada, por las siempre recordadas luchas infructuosas y por esa patria, para siempre perdida y olvidada.
Esteban Hernández y Juan Pérez, se las ingeniaron para seguir camino juntos; a pie, en camiones y en trenes, hacia Toulouse. Tanto Juan como Esteban, eran hombre fuertes, campesinos rudos, acostumbrados a largas y exclavizantes jornadas de trabajo; así que no tuvieron temor ni empacho para emprender faenas como “bucheron” (leñadores), o peón de albañil, combinado, en algunos casos, con actividades agrícolas, en uno que otro huerto de algún privado, durante el día libre de la semana; esa era la faena del día a día.
Estaban en un país depauperado, que exigía sacrificio y colaboración; pero esta, también era una nación solidaria, que gustosamente, les había tendido la mano, y a ellos correspondía su cuota de generosa reciprocidad. Comían pan negro, arroz y algo de leche; el café era sustituido por chicoria. Muy rara vez podían consumir aves o carne roja.
El país estaba en guerra y se imponía racionamiento; este, por cierto, se prolongaría por varios años, pues Francia salió de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y en 1946 se enroló en otra, contra el Viet Minh. Ho Chi Minh pedía la independencia de Indochina; esa que había sido colonizada por los franceses.
Este conflicto, como era lógico, drenaba una gran parte de los recursos del país; el mismo duró desde diciembre de 1946 hasta agosto de 1954; esta fue una guerra de desgaste, en la cual Francia, como todos los conquistadores, a lo largo de la historia, perdió lo mejor de su juventud, muchos y valiosos recursos, reputación y gloria… esa grandiosa gloria francesa que hasta surcó los mares.
Juan Pérez Guzmán, poco antes de terminar la guerra civil, fue a Barbate para despedirse de Juana, su novia. Allí convinieron que tan pronto el primero estuviera en Francia, le mandaría su dirección para encontrarse. Ella, por su parte, le prometió una fiel espera.
Y fue por ello que en junio de 1941, recibió noticias para que se trasladara hasta Badalona, Cataluña. Ambos estuvieron en las montañas circunvecinas, hasta principios de enero de 1944, cuando Juana, ahora en compañía de su primer hijo, regresaría a Barbate, a la espera de que su marido y bravío guerrillero, exitosamente hubiere franqueado la frontera y en Francia, se hubiere instalado.
Juana era la primogénita de 10 hijos; había nacido en Barbate, provincia de Cadiz; hija y nieta de una conocida familia de pescadores. Mientras estuvo en Cataluña, trabajó hombro a hombro con su marido, haciendo carbón para sobrevivir; también realizaba alguno de los quehaceres del campamento.
En diciembre de 1945, meses después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, esta valiente mujer a pie, de noche y con su pequeño hijo a cuesta, hizo un primer intento de atravesar la frontera; lamentablemente fue descubierta y llevada a prisión por la Guardia Civil Española; un mes después, fue liberada e inmediatamente, hizo un nuevo intento, esta vez, con éxito, y se dirigió hasta Perpiñan. Allí la esperaba Juan; juntos se dirigieron a Cazere-Sur-Mer, pueblo donde residirían hasta su venida a Venezuela.
El exilio francés trajo cierta estabilidad al hogar y un nuevo hijo. El trabajo, abundante para ambos, seguía siendo rudo, pero había educación para los niños y los servicios de salud fueron muy eficientes.
Por unos cuantos años, Francia fue el destino dorado de estos inmigrantes y de un millón mas de ellos. Poco a poco se iban integrando en una cultura de libertad y progreso.
Es verdad que en un principio hubo privaciones y cierto grado de rechazo social, más no político. Era una resistencia a la competencia por el empleo, la comida y hasta el espacio; pero prontamente, el mismo fue superado con inteligencia y educación.
Un 25 de enero de 1953, Juan recibió en Toulouse la visita de un tío que vivía en Venezuela. Se trataba de Francisco Herrera García, Capitán de Fragata (Ret.) quien capitaneó el “Churruca”, navío de guerra del lado Republicano.
Al finalizar la guerra, el CFF. Herrera García, se fue a Canadá y allí, fue empleado por una empresa Americana, Bethelhem Steel, quien tendría una concesión de mineral de hierro en el estado Bolívar, Venezuela. Necesitaban un Capitán de barco para realizar el balizaje del río Orinoco.
P/D. Si los Españoles pudieron establecer redes de comunicaciones muy efectivas, con tecnologías tan primitivas como “radio bemba” y “notas” mal escritas, teniendo solo un millón de exiliados, ¿porque los venezolanos no los hemos emulado, estableciendo organizaciones para la orientación legal en cada país; para gestionar empleos, vivienda, educación y salud?
Somos siete millones de exiliados y hoy tenemos celulares, Internet, redes sociales para facilitar las comunicaciones.
Por tal motivo, se impone organizarnos y prestar más asistencia y apoyo a nuestros coterráneos en el exilio, para disminuir su dolor.
Esa es la patria bajo cuya sombrilla debemos vivir, la solidaridad que debemos sentir y la única forma de reconstruir. No vivamos en el exterior como lo hacemos aquí: en desunión. ¡Tengamos un solo país!
Seguirá la “Biografía de un Inmigrante (III)”, la próxima semana.
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