Opinión

Biografía de un inmigrante (I)

"Se habían activado aún más, los paredones de fusilamiento que llenaron las fosas comunes, con cadáveres de valientes españoles, que bravíamente habían luchado por justicia y libertad....".
jueves, 25 marzo 2021

Corría el año 1936, en una España, históricamente estremecida por el conflicto de clases y marcada por la dominante, opresiva y cruel influencia de una iglesia católica, sierva de la monarquía. Esa España estaba en ese momento, convulsionada por atentados contra importantes instituciones, huelgas generales, enconos obreropatronales, irreconciliables discordias políticas, inquinas clasistas y la tenebrosa amenaza de una guerra civil en ciernes.

Un gobierno republicano y democrático, regía los destinos de la nación, encabezado para entonces, por el presidente de la segunda República, Manuel Azaña, periodista, escritor y político, miembro fundador de Acción Republicana, partido político creado con el objetivo de defenestrar la Monarquía.

El ejercicio de gobierno de esa época, estaba flanqueado por la acción de dos centrales obreras de izquierda: la UGT (Unión General de Trabajadores), de corte socialista, y la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) de corte anarquista y otras agrupaciones políticas menores.

Ese gobierno y los antes señalados sindicatos y partidos, entre otros, propugnaban por radicales cambios para un país en crisis. Sin embargo, todo intento de transformación, era resistido por una “Monarquía recalcitrante y sus avasalladoras cortes”, decía Juan Pérez Guzmán.

España, estaba decididamente sometida; y lo estaba, por una nobleza, que aún creía ser parte de aquel victorioso Imperio Español de antaño; era imponente y arrogante; muchos de ellos, aún eran terratenientes, avaros y opresores.

Fieles a los de “la derecha” y haciendo causa común con ellos, estaba una iglesia, altiva y servil, demasiado indulgente con las graves injusticias sociales, que por siglos, ofendió al pueblo.

Este intolerable binomio, era sostenido a su vez, por una casta militar de encumbrado linaje, autoritaria y cruel. Esa era la trastocada España, cuando para colmos, sufrió el alzamiento de un ejército, que con esta acción, violentaba el debido orden Constitucional.

El golpe de Estado fracasó, pero se desencadenó una cruenta guerra civil. Por casi tres largos años y con la ayuda del nazismo alemán (Hitler), y el fascismo italiano (Mussolini), lograron, después de más se un millón de muertos y otro millón de exiliados, someter a un pueblo, abrumado por la miseria, las contradicciones y los desencuentros.

El fascismo de Franco, finalmente derrotó al menesteroso Ejército Republicano, preñado de convicciones y mucho arrojo, pero también, desentrenado, indisciplinado y con armas de mausoleo. Por ello se impuso la traición, la tiranía y la injusticia.

España vivió una guerra civil infame, fraticida. Lo que la catapultó, no fue sólo el inducido odio de clases, sino un encono visceral llevado al seno de las familias, círculos de amigos, compañeros y vecinos; en todos los casos, por razones, fundamentalmente, ideológicas y religiosas; fue una guerra a muerte entre los azules y los rojos, por así decirlo.

En ese medio, creció y vivió Juan Pérez Guzmán, oriundo de Vejer de la Frontera, municipio de la Provincia de Cádiz, Comunidad Autónoma de Andalucía; ese es uno de los hermosos pueblos blancos, erigido en una colina de unos 200 msnm, a orillas del río Barbate y a unos 8 kilómetros del mar.

Tenía 22 años para la fecha (1936) y era campesino, como lo fue su padre y también su abuelo. Fue monaguillo en la iglesia de su pueblo, aunque pocos años después, renunciaría a la religión católica, para convertirse en un radical ateo, como tantos otros, también lo hicieron. Era su forma de romper cadenas.

Juan llevaba en la sangre, devoción justiciera y por ello, se convirtió tempranamente, en un resuelto sindicalista y anarquista también; esa misma preclaridad, lo hizo soldado para defender la República; fue combatiente por devoción y también por convicción.

Aprendió tempranamente, que su lucha tenía que ser contra el estado autoritario, opresor y corrupto; igualmente, contra una iglesia que secundaba estas conductas y lo hacía “intoxicado la mente del pueblo”.

Este joven, desde muy temprana edad, se dedicó a las faenas del campo, en el “Cortijo El Olivar”, propiedad de Don Andrés Ortiz de Zárate, Conde de Villa Vicencio, andaluz de abolengo; ese era un “Cortijo” enclavado en el municipio de Vejer de la Frontera, Andalucía, la joya que fue conquistada y gobernada, varios siglos antes, (VIII al XV), por los musulmanes.

En ese Cortijo, por cierto, también trabajaba su padre (yeguero), su hermano Pepe, así como también, una gran cantidad de campesinos de la comarca. Era una de las poquísimas fuentes de empleo disponibles en la región. Allí, se criaban toros de lidia y finos caballos Andaluces; también se sembraba cebada y se cuidaba de los Olivos.

La vida discurría sosegadamente, como mascota recluida, con campesinos habitando míseras buardillas y con hijos sin escuela. Juan, aunque producto de ese medio, fue un autodidacta; ávido lector, posó sus manos en obras como las de Auguste Comte, William Godwin, Pierre-Joseph Proudhon y a J.J. Rousseau, entre otros.

A muy corta edad, fundó una filial de la CNT (sindicato) y en ella, inscribió a la mayoría de los trabajadores de esos predios. Eventualmente, ellos formarían parte de las milicias anarquistas que enfrentarían, con Juan a la cabeza, las columnas de Moros invasores que desembarcaron en las costas del sur.

Antes de la guerra, la vida de Juan discurría entre largas jornadas de trabajo, efímeras clases nocturnas, reuniones sindicales con los campesinos, visitas esporádicas a Barbate, donde residía su novia y los calabozos del pueblo, a los cuales, de vez en cuando iba a parar, por orden de alguno de los “señoritos”, dueños de Cortijos, afectados por alguna u otra reclamación sindical. Así lo sorprendió el 17 de julio de 1936, cuando los Generales Emilio Mola y Francisco Franco se sublevaron para derrocar la República, elegida democráticamente, por el pueblo español.

En esa época no se estilaba aún, tomar el poder por vía democrática, para luego convertirlo en dictadura, como se se ha venido haciendo en algunos países, desde 1958 a esta fecha.

Comenzada la guerra civil, las luchas en los frentes se daban día tras días y con ellas, alguna victoria, pero eran muchas más las derrotas por parte de los Republicanos; eran luchas que se libraban con viejos fusiles y poca municiones, sin uniformes y con menguadas raciones.

Los recorridos de un frente (sitio donde tenía lugar la contienda), a otro, generalmente se hacían a pie, mal calzados, y en invierno, con mucho frío.

Unos cuantos de esos fusiles usados, fueron otorgados por México, y otros, a precio de oro, les fueron vendido por la Unión Soviética y México, fueron los únicos países que ayudaron la causa republicana del pueblo español, mientras que los golpistas fueron auxiliados con cientos de aviones y cañones provenientes de una Alemania Nazi y una Italia fascista; fueron esplendidos, dándole material bélico al fascismo y a la opresión.

Esa guerra civil, resultó ser un gran laboratorio; los anarquistas vivieron un período de oro. Tuvieron la oportunidad de ensayar muchas de sus ideas, de propagarlas y de engrosar generosamente las filas de esa organización. Sin embargo, la suerte no duraría mucho.

Por otro lado, los comunistas que también lucharon por restituir la república, fueron muchos menos en número, y desarrollaron indeseables guerras intestinas, lo cual restó efectividad al empeño por ganarle la batalla a los insurgentes. Los comunistas, sin embargo, dejaron una fuerte e indeleble huella política en España, que aún hoy, perdura.

El gobierno de Manuel Azaña se caracterizó por las profundas reformas socioeconómicas y políticas, que imprimió a la sociedad española y que recibían el rechazo de la “derecha”; lamentablemente, no logró el objetivo de liberar la República del zepo fascista.

Bien conocido por todos, es que el 1 de abril de 1939, Francisco Franco declaró la victoria del ejército “Nacional”.

A partir de esa fecha, la frontera de España con Francia, se vio atestada de excombatientes y civiles de ambos sexos y edades, provenientes de todas las provincias, huyendo despavoridos de la represión y el exterminio; se habían activado aún más, los paredones de fusilamiento que llenaron las fosas comunes, con cadáveres de valientes españoles que bravíamente lucharon por justicia y libertad y que sucumbieron ante el oscurantismo y la mas sangrienta de las tiranías; desde ese momento, se multiplicaron las listas de desaparecidos y las cárceles se llenaban a reventar.

También, hubo grupos guerrilleros que se escondieron en las montañas, esperando una promesa internacional de asistencia para desalojar el Franquismo. Creyeron ver reproducir lo ocurrido con los americanos, cuando ayudaron a Francia e Inglaterra, al abatimiento del Nazismo en Europa; ellos intervendrían en España. Lamentablemente, dicha incursión, nunca se cumplió.

Juan fue uno de esos Maquis Españoles que se mantuvo en retaguardia, por las montañas aledañas a Barcelona, esperando la promesa internacional que nunca se materializaría. Esta permanencia duró hasta que la Guardia Civil de Badalona se percató de la presencia de intrusos guerrilleros; así que con los perros en los tobillos, Juan y su grupo, de unos 12 compañeros, emprendió también, la huida hacia Francia.

Ese país era para los españoles, como lo es hoy, Colombia o Brasil, para los venezolanos.

Nota: El personaje protagonista de esta historia (Juan), es real, aunque no así, su nombre. Se relata su biografía a grandes rasgos, pero con vivencias y en lugares reales.

(La próxima semana, continuaré con la historia de Juan, El Inmigrante).

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