A propósito de la muerte
Este escrito no es la segunda parte del anterior, primero porque el tema de la muerte es interesante, complejo y misterioso tanto como generoso en los enfoques y conceptos que sobre ella surgen, y segundo porque realmente muy pocas segundas partes fueron buenas. Se trata más bien de una reflexión sobre la manera de relacionarnos durante los 73 años de vida que en promedio tenemos los seres humanos, un período que no alcanza siquiera la categoría de soplo en comparación con los parámetros astronómicos incomputables para el cerebro humano, órgano al que a falta de inventario en el departamento de modestia, sus portadores le asignamos el sitial más excelso entre las maravillas de la creación, y herramienta por excelencia para resolver todo en esta vida. Pero, ¿de qué manera lo hacemos?
He allí el motivo de esta reflexión, pues a despecho del amor a la sabiduría y de la inteligencia del cerebro y del corazón, son demasiadas las situaciones que resolvemos mediante algún tipo de violencia. Por supuesto, no siempre es así, pero pareciera que sin los límites de la ley y otros medios de control todo lo resolveríamos conforme a los dictados de nuestra naturaleza belicosa, antisocial y contraria a la llamada civilización, un concepto a mi modo de ver creado para mimetizar la realidad entre ficciones auto impuestas, con las que se intenta neutralizar la molécula primordial que nos induce a luchar hasta el caos para conseguir nuestros objetivos. Son 73 años de los que no podemos restar siquiera los de la niñez o los de la vejez, pues en ambos la violencia también existe, si bien en intensidad, forma y motivos diferentes a los que se manifiestan en el período de mayor vitalidad, donde poco se piensa en que las necesidades y caprichos que motivan los conflictos algún día cesarán junto con la fuerza que los crea. Es decir, una preciosa parte del reducido tiempo de que disponemos para vivir, aparentemente malgastado en peleas, desencuentros y guerras de todo tipo y en todos los ámbitos, porque visto a pleno sol puede que concuerde con el diseño original de la poderosa mente universal del que no fue creado.
En uno de los mensajes de corte filosófico que circulan en las redes, el autor pregunta si estaríamos dispuestos a invertir el tiempo en enojos y odio, si supiéramos que vamos a morir mañana. La respuesta lógica debería ser no, pero como nadie sabe cuándo va a morir permanecemos inmersos en la actividad más afín a nuestra naturaleza, gruñéndonos unos a otros a la menor provocación.
Desde el momento en que concienciamos que algún día nos abrazará la muerte empezamos a no pensar en ella, cubrimos el frío de su certeza con abrigos de conflictos y guerras que jamás deberían suceder, y así entretenemos el miedo sublevándonos ante nuestros semejantes, quienes a su vez reaccionan desencadenando un proceso que nos da soporte para sobrellevar con premeditada indiferencia la indoblegable perspectiva del final y el misterioso tránsito hacia lo desconocido. viznel@hotmail.com
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