Opinión

A mis amigos Sindicalistas

"En las nuevas arenas de los últimos 21 años, la lucha debió darse para enfrentar la ignorancia y la gerencia autocrática prusiana". 
jueves, 24 diciembre 2020

Dice el proverbio popular: ¡”A ponerse alpargatas que lo que viene es joropo”!

La democracia venezolana, gestada tempranamente por los inquietos sueños de los años 28’s, y vigorosamente activada a partir de la caída del Gral. Marcos Perez Jimenez, trajo con ella una honorable y combativa institución: EL SINDICALISMO.

Este organismo hace su aparición en el mundo, como consecuencia de profundos cambios económicos y políticos y en medio de radicales turbulencias y conflictos sociales.

Eran tiempos de cambio (siglo XVIII), gestados a la sombra de la insurgente Primera Revolución Industrial, la cual se fundamentó en el racionalismo, la innovación y el desarrollo de  economías de mercados.

Se inicia, contrario a lo pronosticado por Carlos Marx, no en la Rusia agrícola Zarista, sino en una Inglaterra más libre y desarrollada considerando la época; este fue un país que venía de ser sacudido por severas reformas religiosas, como las propulsadas por Martín Lutero y Juan Calvino.

Dijo Max Weber, que gracias al protestantismo de Lutero, se aceleró la Revolución industrial en el Reino Unido, los EEUU y algunos otros países Europeos, pues ellos “veían el trabajo como un bien o como un valor fundamental”, mientras que la ética católica, lo “sentía como un castigo”.

Esto explicaría el porque algunas naciones se desarrollaron mucho más que otras, patrón que aún hoy, persiste. En medio de esta transición que llevó al mundo, de una economía agrícola primitiva, a otra de  desarrollo tecnológico incipiente, y aún con tumultuosos y conflictivos movimientos sociales, surgieron nuevas ideologías y organizaciones que propugnaban mejoras para las clases más desfavorecidas; estas fueron el socialismo y el anarquismo.

La naciente revolución industrial, fue también la responsable o madre del Sindicalismo. Este se concibió como un movimiento  reivindicador de la clase  obrera, y desde el comienzo, fue estructurado, no sólo para lograr reivindicaciones laborales, sino también, para convertirse  en un controvertido órgano popular de luchas sociales.

Por ejemplo, los sindicatos ingleses, entre 1833 y 1838, lucharon y conquistaron la instauración del “voto universal y secreto”.

Volviendo a Venezuela; los 40 años de democracia que transcurrieron desde 1958 hasta 1998, sirvieron para crear un sindicalismo volcado al logro de prebendas para los trabajadores, aunque inicialmente, también establecieron como objetivo relevante, la configuración de una especie de casta de “sindicalistas y operadores políticos” simultaneamente, cuyo propósito consistió en respaldar/afianzar los gobiernos democráticos de turno.

Recordemos que en aquella Venezuela rural de los años 60, pululaban aún, rudos y confundidos militares, con muy poca cultura democrática. Fueron individuos acostumbrados al conflicto, que aunque fuere subalterno, posaban una amenaza para el naciente Estado de Derecho.

La prueba de ello, fueron las varias insurrecciones ocurridas durante la presidencia de  Rómulo Betancourt. Es por eso que los líderes políticos de la época convirtieron a estas organizaciones obreras en  apéndices de dichos partidos, rol este que nunca más revirtieron.

Ellos se dieron a la tarea de fortalecer esta combativa institución, en el seno de la masa laboral, para catequizar adeptos y consolidar el poder del gobierno. He aquí la razón por la cual los conflictos laborales iniciales, salvo contadas excepciones, se urdían para demostrar fuerza y crear adhesión, más que gremial, política.

Esos 40 años sirvieron igualmente para constituir un entramado de poder, compuesto por Sindicatos, Federaciones y Confederaciones. Fue una estructura que demostró ser poco democrática, y mas que sindical, política.

El Ministerio del Trabajo y las Inspectorías respectivas en los Estados, eran, más que mecanismos para la administración de una justicia laboral imparcial, un elemento de control político de la estructura sindical. Las empresas por su parte, fueron marionetas que servían también, un propósito político-sindical.

Así andábamos, en una especie de “equilibrio”  que contribuía a sostener ese andamiaje. Con el tiempo, las carencias de solidez ideológica en lo sindical y profundas fisuras éticas, día a día, fueron desmoronando la firmeza de ese, que alguna vez, fue un movimiento obrero-patronal combativo.

La democracia sindical nunca fue virtuosa. Practicaban las mismas conductas de los lideres políticos: se perpetuaban en sus cargos, torciendo el principio de la alternabilidad.

La mayoría gozaban del pago de salario sin trabajar, práctica bochornosa y corrupta, aceptada por el universo laboral del país, por aquello de los “usos y costumbres”.

Los cuadros sindicales, nunca hicieron esfuerzos para crear generaciones de relevo. Cuando descollaba algún líder dentro de la organización, ante la imposibilidad de ascender, dividía al sindicato, con el consentimiento del partido político respectivo y del Ministerio del Trabajo; la rotación de dirigentes sindicales, aún cuando parecía conveniente a los intereses del movimiento obreros, desestabilizaba los cuadros políticos que ellos representaban y por tanto, los procesos eleccionarios, o no se celebraban, o los mismos se realizaban de manera amañada.

Fueron tiempos en los cuales se hizo abstracción de un pretendido sistema de meritocracia sindical; los dirigentes gremiales solo podían ascender por la vía “express”, es decir por la de la política.

Con el inicio de esta nueva etapa de “gobierno revolucionario”, a partir de 1999, los sindicatos pudieron haberse estrenado como organizaciones de sólidos principios éticos; habría sido fácil convertirse en auténticos representantes del  poder obrero y en gestores sociales para la consecución de reivindicaciones populares.

Pero faltó un liderazgo probo,  inteligente y de principios, que interpretara la realidad del momento y determinara cuál debía ser el sendero a seguir. Para diferenciarse de los sindicatos tradicionales, se fraguó una cuasi organización denominada “Control Obrero”; esta, después de un período de corta vida, distrajo su atención en querellas diversas y en inútiles simulaciones de pretendidas prácticas gerenciales, todas condenadas al fracaso, con la inexorable destrucción de lo que tuvieron entre manos.

No entendieron jamás que los “zapateros se debían a sus zapatos”. Sin embargo, a pesar de ese estruendoso fracaso, pudieron haber sido  abanderados, no solo de la contienda laboral, sino también, activos gestores para el mejoramiento del medio ambiente, luchadores en materia de DDHH y voceros activos para las reivindicaciones sociales comunitarias, en las áreas de desarrollo de  vivienda, transporte y servicios públicos.

Pudieron haber combatido la descapitalización y eventual quiebra de las empresas básicas, catapultado la productividad y enfrentando la incapacidad, la pereza y la corrupción.

Pudieron haber levantado un frente de lucha para multiplicar el empleo y combatir la miseria y el hambre que a tantos hogares alcanzaba. Debieron enfrentar medidas económicas populistas que desencadenaron la ruinosa hiperinflación y empobrecimiento de las familias.

Los líderes sindicales debieron desafiar todos los retos antes señalados. Era su razón de ser y obligación. En vez de ello, la mayoría, prefirió bajar la cabeza y dejarse comprar. Permitieron sucumbir y dejar  envilecer un honorable movimiento de trascendencia universal.

Los sindicatos de la “Cuarta”, por “diseño”, compartieron responsabilidades: preservaron y fortalecieron su  democracia, tomando también acciones en la contienda laboral.

Los sindicalistas del Socialismo del Siglo XXI, por su parte, durante 21 años, dejaron envilecer y atomizar  al movimiento obrero, el cual  perdieron por falta de ideales,  de integridad y de valor.

En las nuevas arenas de los últimos 21 años, la lucha debió darse para enfrentar la ignorancia y la  gerencia autocrática prusiana; también debió desencadenar la pelea contra un  poder político  irreflexivo que día a día abatía el aparato productivo nacional y el empleo, con ilegales y absurdas expropiaciones o incautaciones; de hecho, la figura e importancia  de la empresa y del trabajador, fueron disminuyendo hasta llegar a niveles de irrelevancia.

Paralelamente, también fue desapareciendo la figura del sindicalista revolucionario; fue obvio que no congeniaría la militarización de la gerencia propugnada por el gobierno,  con la función sindical, y por ello, esta fue soterradamente sustituida por la del líder político.

Así las cosas, y vista la historia del sindicalismo nacional y global, observamos que el criollo, siempre fue marioneta del Gobierno y permanentemente le sirvió al estamento político y no a su raíz, los trabajadores.

El sindicalismo en Venezuela pocas veces fue instrumento de lucha para las verdaderas y grandes conquistas sociales. Algunos sindicatos inclusive, mutaron y se convirtieron en mafias criminales, con prácticas semejantes a la de los Sicilianos; ello ocurre en el sector de la construcción, hoy paralizado por la ruina económica, el chantaje, la extorsión,  el terrorismo y la corrupción.

Sin embargo, hubo mil razones para una lucha sindical honesta, equilibrada, apolítica, de reivindicaciones sociales y obreras; y existe aún la necesidad de que esa voz se levante.

Puede y debe hacerse ante las injusticias cotidianas que se cometen en los cuarteles de policía y en las cárceles; se impone levantar la voz para que nuestras calles se mantengan limpias y nuestra basura no se convierta en una amenaza para la salud y la existencia del ser humano.

Debe elevarse esa voz para que el sistema de salud pública nuevamente preste  atención eficiente y efectiva a una población, que por derecho lo merece. Se debe levantar la voz para que nuestros hijos puedan gozar de un sistema educativo integral y de calidad.

La voz debe alzarse para solucionar el grave problema de transporte, la falta de repuestos, de combustible y hasta de operadores educados. Se impone levantar la voz para que se siembren más parques, teatros y complejos deportivos populares; para que se tomen medidas drásticas que garanticen la seguridad de los ciudadanos.

Hay que levantar la voz por las anteriores y muchas más razones. Esas, mis amigos sindicalistas, también son deberes y funciones de un gremio sensible, educado, responsable y honesto, como el de ustedes.

Esa es una institución, la del sindicato,  que siempre la podremos reconvertir en honorable, digna y de trascendencia, pero son ustedes, los sindicalistas, quienes poseídos de ese rol, deben “tirar la primera piedra”, emprendiendo la verdadera lucha social, esa que nunca termina y en la que, también todos los ciudadanos estamos comprometidos. “A ponerse alpargatas que lo que viene es joropo”

” No somos un país pobre, somos un país empobrecido por políticos, empresarios y sindicalistas malandros; también por ciudadanos indiferentes”. Autor anónimo.

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