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¿Porqué hay que preservar la inocencia en la infancia?

¿Es bueno protegerles del mal del mundo? ¿No se les está impidiendo crecer y aprender a defenderse?
martes, 17 septiembre 2019
Cortesía | La inocencia de un niño se refleja en una inicial ignorancia

La inocencia de la infancia es para muchos un estado natural en la vida de todo niño y niña que debe ser preservado.

Otras teorías más radicales consideran que este es un estado no natural sino construido por determinadas estructuras sociales que, por ejemplo, en Occidente, protegen a la infancia en aras a determinados intereses de clase. Esta postura consideraría que preservar la inocencia es una actitud muy discutible. En este sentido propondrían una educación sexual desde los tres años.

No se trata de generar un Peter Pan que nunca crece, que permanece fatalmente siempre instalado en una infancia interminable. Los padres hiper-parentales podrían estar perpetrando un atentado “contra” sus hijos si no le permiten hacerse responsable de su propia vida.

Si la infancia, si la inocencia de la infancia, es ese periodo feliz de ensayo-error, de intentar avances sin responsabilidades, sin miedos o grandes fracasos, la llegada de la adolescencia exige ensayar ya casi sin red y saber que vivir en sociedad supone calibrar las consecuencias en función de los actos que uno realiza. Porque no dejaríamos salir por la noche a un niño de 7 años pero sí daríamos los primeros pasos, con sus límites, en las primeras salidas nocturnas de un chico de 16.

Camino de la vida adulta ya no valen los cuentos que explica Wendy sino que se deben comenzar a asumir las responsabilidades que plantea la madurez unida a la autonomía de valerse por sí mimo.

No hay que correr

Pero no hay que correr. Preservar una mirada inocente e intocada en la primera infancia, llena de receptividad y atención supone facilitarle al niño, al hijo, un afán de saber, de descubrir y explorar que ha perdido aquel niño que lo ha visto todo, lo sabe todo, y que, sobrestimulado a menudo por las pantallas, nada le parece relevante pues solo atiende a la excitación del espectáculo, de la estridencia, cuando no de la violencia y la morbosidad de un videojuego.

La atención y la capacidad de sorprenderse que atesora un niño con altos niveles de inocencia le permite focalizarse en la novedad de cada descubrimiento: volar en avión, navegar en una pequeña o grande embarcación, alcanzar la cima de una montaña. Entonces las preguntas brotan a raudales y si los padres son receptivos y a la vez sugieren nuevas preguntas entonces los niños se entusiasman y buscan saber más y más.

La sucesiva pérdida de inocencia

Situemos la inocencia más pura del niño hasta los seis años, quizá siete. Una segunda inocencia más avispada hasta los 11. Y una sucesiva pérdida de la inocencia, desde los 12, que nace con los tirones hormonales y las preguntas de la pubertad. Que emerge con la mentira y el desprecio, con la violencia y la frivolidad.

Hay que ir abriendo poco a poco la mano para que el niño que va superando la vulnerabilidad infantil logre, paso a paso, asumir aspectos del dolor, del mal, de la muerte, de la violencia y la sexualidad.

Pero el niño no debe caer bajo el estrés de un dolor terrible que le paraliza ante los acontecimientos con tres años. A veces una guerra, una catástrofe natural detendrán esta inocencia. Las discusiones y la tensión de la pareja no encajan en la visión idílica que de los padres tienen los niños más pequeños. Esta agresividad daña la delicadeza del corazón del niño. Siempre es deseable preservarla para ir avanzando a un ritmo adecuado.

Qué dice la psicología

Y es que consideramos que, en el marco de la psicología evolutiva, las capacidades cognitivas, lingüísticas, afectivas y relacionales del niño progresan desde la inmadurez –ligada a la inocencia- a la madurez –ligada a una mayor capacidad de entender el mundo. Su inocencia les hace capaces y valientes para incorporar nuevos conocimientos cada día.

Capaces de estrenar cada mañana el mundo, paladear las sorpresas que les depara la vida, la maravilla de las novedades que descubren. La limpieza de una mirada sin procacidad ofrece pasos para crecer.

 

 

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