La valentía de emigrar, evolucionar y reinventarme
La mañana del 15 de julio de 2017 llegué a Buenos Aires.
La temperatura era de 10 grados, pero yo moría de calor.
Eran los nervios que me hacían sudar. No tenía idea de a dónde iba, aunque mi primo me había reservado una cama en un hostal en la ciudad y por lo menos tenía dónde dormir.
Compartí habitación con dos chicas más y teníamos baño privado, lo cual era totalmente un lujo.
Llegué y dormí súper abrigada, disfrutando de mi primer invierno.
Luego salí a recorrer un poco la zona y me di el gusto de comerme una buena hamburguesa ¡Les juro que sabía a gloria!
Mi primer mes aquí fue muy fuerte, muchas veces me cuestioné el haberme venido, me sentía sola.
El día que más me pegó fue el 21 de julio, mi cumpleaños; había quedado con mi primo de ir a tomar algo en algún local para celebrar, y él llegó tarde, ese fue el único cumpleaños en el que no soplé mi velita.
“Cambiamos unas cosas por otras”
Poco a poco fui conociendo a más gente en el hostal, hice tres amigas de Puerto Ordaz, quienes me ayudaron a conseguir mi primer trabajo y a guiarme un poco para sacar mis papeles.
Ese primer trabajo fue horrible, eran casi 13 horas en una tienda de ropa, parada, sin descanso y con lo que me pagaban apenas alcanzaba para cubrir la habitación y la comida, pero era preferible a gastarme mis pocos ahorros.
Mientras hacía los trámites para poder trabajar legal, buscaba empleo.
Poco a poco las cosas empezaron a acomodarse; me mudé a un apartamento con una amiga, cambié de trabajo y ya sabía moverme en la ciudad.
Cuando los venezolanos salimos del país cambiamos unas cosas por otras.
Es difícil conseguir un trabajo de tu área y que te paguen bien, pero se vive mejor.
Voy al supermercado y encuentro comida, lo mismo con las medicinas, además puedo ayudar económicamente a mi familia.
Ya se van a cumplir dos años desde que estoy aquí, pero siento que es más tiempo por todas las cosas que he hecho, las mudanzas, los trabajos, muchos cambios.
Aprendes a valorar Indudablemente crecí bastante, mis prioridades cambiaron. Aprendí a valorar muchas cosas, estoy más estable y me siento feliz.
Aunque es una felicidad que no está completa porque no tengo a mi familia cerca, me hacen mucha falta.
A veces me parece verlos en los rostros de otros pasajeros del transporte público, pero sé que pronto los voy a abrazar de nuevo.
Hace un poco más de un año conocí a mi novio, empezamos a vivir juntos y con él me siento en casa.
Su familia me abrió las puertas y me hicieron parte del “círculo” como dicen ellos, siempre les agradeceré eso.
También hice buenas amigas, personas mágicas que llegaron a mi vida para darle más alegría.
Me siento feliz por todo el camino que he recorrido para llegar a donde estoy ahora, y muy pronto voy a comenzar una de las etapas más importantes de mi vida: voy a ser mamá, y desde ya sueño con el día en que pueda llevar a mi hija a conocer Venezuela.
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