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La devastación de la Guerra: Henrique Avril

La población en Venezuela no pasaba en ese entonces de dos millones, y Caracas no llegaba a cien mil habitantes.
domingo, 09 julio 2023
Cortesía | Exposición que fue cerrada por las autoridades y criticada fuertemente

La fotografía ha creado una memoria visual, dimensión analítica de la que en el pasado carecíamos.

Estas huellas de luz, pulsares de la conciencia del venezolano, van más allá de la descripción, de la realidad y se hunden en campo el de lo estético, lo ético, y lo histórico.

Así las fotografías tomadas por Henrique Avril (1866-1950), barinés nacido en Libertad de Barinas, es pionero del fotoperiodismo en Venezuela, en una cámara de fuelle, semejante a un acordeón, con pesados trípodes de madera; era difícil de manipular y necesitaba de ayudantes para cargar la pesada cámara con las placas por nuestra inhóspita geografías, en las que no existían aún las redes de comunicación vial.

Y que debido a la técnica del daguerrotipo, el tiempo de exposición era aproximadamente de unos diez minutos. Esto nos da una idea de la pasión, que lo movía por crear ventanas al futuro.

Fue enviado por su padre de origen francés, a edad temprana a París a formarse, que hizo realmente no lo sabemos, pues no existe documentación fidedigna para seguir su itinerario.

Pero seguramente se familiarizó y conoció las nuevas técnicas de la fotografía de Louis Daguerre (1781-1851), quien inventó y desarrolló el daguerrotipo, y seguramente conoció las invenciones de los hermanos Lumier, vinculados al cinematógrafo.

Su padre Luis Avril según algunos historiadores fue asesor militar de Ezequiel Zamora y participa activamente en varias batallas, en los inicios de la Guerra Federal en 1859, incluso lo hacen consejero y es quien da la idea y diseñó el sistema de trincheras que hicieron posible el triunfo de Zamora en la batalla de Santa Inés.

Lo cual es un error, pues quien realiza y diseña el sistema de trincheras en Santa Inés es José Ignacio Chaqret, ingeniero militar de origen checoslovaco, que hizo el famoso retrato en tinta de Ezequiel Zamora.

Formó parte en Carúpano y Cumaná del “Club Daguerre”, que agrupó a fotógrafos y aficionados a la fotografía – Domingo Lucca, Rafael Requena, José Carbonell – durante el año mil ochocientos noventa y siete, para difundir esta técnica visual.

Vivió gran parte de su vida en Puerto Cabello, de ahí que muchas de sus fotografías se dediquen a este puerto y a sus alrededores. Se caracterizaron sus portafolios por fotografiar las montoneras en formación, paisajes nacionales, arquitectura, y escenas de la cotidianidad.

Publicó más de trescientas fotografías, en el Cojo Ilustrado (1892-1915) por más de 23 años, el nombre de dicha revista proviene que uno de los fundadores de la publicación, era cojo y por un toque de humor, uso este defecto físico para darle nombre a la publicación.

Cada fotografía de Avril es un registro visual de nuestra historia, que nos muestra las primeras imágenes de la foto-periodismo en el país.

Tras cerrar esta publicación, trabaja con Rómulo Gallegos en las revista Actualidades (1919-1922). Estas miradas del pasado al ser contextualizadas, nos transmiten una perspectiva histórica, son espejos de nuestro devenir y documentos visuales esenciales para la comprensión de nuestro pasado, presente y futuro.

De su vasta obra destacaremos una fotografía visionaria, testimonial, y auténtica publicada el 1 Julio de 1903, en el Cojo Ilustrado, N 277, p. 331.

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Es un ícono visual de nuestra historia fotográfica, nos enfrenta a la destrucción y la devastación que dejaron más de cuarenta años de guerra civil continua (1860-1903), titulada por el autor: ¡La Guerra! Después del paso del ejército. Esto evidencia una intencionalidad, mostrar una imagen natural y espontánea, para describir el legado que dejó casi medio siglo de guerras fratricidas.

Sentido que también se encuentra en su fotografía titulada un Héroe Independentista, donde muestra lo que era una soldado en la guerra civil post-independentista: Rostro casi alineado con una mirada irónica desilusionada, en su boca se percibe un gesto irónico, su vestimenta hecha despojos, descalzo sentado sobre signos de la devastación como la resequedad del suelo y en una de sus manos sostiene cansinamente su arma un grotesco cuchillo…

A diferencia de los primeros fotógrafos, que cuidaban mucho sus composiciones y les preocupaba en exceso la estética, pues existía en ellos una clara conciencia de que eran artistas, y poseían sus propias técnicas y lenguaje que los distinguían de la pintura, el grabado.

El objetivo del fotoperiodismo no es esteticista, sino busca registrar documentar, para dar a conocer realidad de manera rápida e impactante. Imágenes cuyos contenidos al conceptualizarse a través de un título describen una historia.

En el año que se publicó esta fotografía, Juan Vicente Gómez casi acaba con el caudillaje en Venezuela, al derrotarlos militarmente uno a uno.

A través de una cruenta guerra que terminó con la toma de Ciudad Bolívar. Fueron dos años de guerra por toda nuestra geografía. Lograron así imponerse las fuerzas de Cipriano Castro sobre Venezuela, las tropas eran dirigidas por Gómez al entrar a Caracas huyen los herederos del Guzmancismo, representados por Ignacio Andrade (1898-1899).

El bagre como lo llamaban entre dientes, se convirtió en la máxima autoridad de Caracas, bajo la presidencia de Cipriano Castro (1899-1908) ambos de Capacho, Estado Táchira de donde salieron con una montonera mal armada de sesenta hombres a tomar Caracas, y lo lograron.

En estos años que recorre Cipriano Castro, con el general Juan Vicente Gómez, general apasionado de los guantes y promotor de torturas artesanales con ingeniosos mecanismos para ahorcar los testículos.

Eso sumado a la tenebrosa Rotunda, donde los presos vivían con pesados grilletes, que a muchos les impedía moverse por su excesivo peso. Crea una tipología personal de férrea dictadura militar.

Finalmente se convierte en el presidente que regirá Venezuela en 1908 hasta 1935 al morir.

Se logra hacer del poder tras la enfermedad de Castro, que se exila y muere en el exterior. No solo gobierna sino logra a apoderarse de casi toda la economía del país y de sus riquezas, que van desde los telares Maracay, mataderos, hasta lecherías, haciendas de cientos de miles de hectáreas… Su ideal de país, era convertir a Venezuela en su hacienda personal.

Esta compleja realidad se encuentra presente en la fotografía de Avril. No solo está presente en la imagen la devastación que provocó el caudillismo, sino también el legado post-independentista, que dejó al país completamente desarticulado, por el esfuerzo de pertrechar a los ejércitos liberadores del yugo español.

La población en Venezuela no pasaba en ese entonces de dos millones, y Caracas no llegaba a cien mil habitantes.

El antecedente directo de esta fotografía de 1903, es un país que a todo lo largo y ancho está plagado de caudillos, con hordas armadas luchando entre sí, cada uno deseando imponerse al otro, era la barbarie de toda guerra civil. Se guerreaba para robar, violar, asesinar, y saquear.

Este contexto a los venezolanos del siglo XXI, nos parece muy lejano y anormal, pero cada vez parecerían peligrosamente acercarnos más a él. Ya en los sesenta, gracias a la insurrección armada de las guerrillas, estuvimos a punto de dar ese salto atávico.

Venezuela vive en un clima de tensiones políticas, sociales, y económicas cada vez más agudas. Debido a altos niveles de violencia, inestabilidad económico-productiva, polarización política excesiva, deuda social y estimulación al saqueo o a las pobladas, que parecieran ser un arquetipo que se está activando.

Si algo nos enseña esta dramática fotografía es que debemos actuar para restablecer un clima de tolerancia, donde la mesura y la solidaridad entre los diversos integrantes de la sociedad, sea algo más que una arenga política, y se convierta en una concreción histórica.

Este tenebroso lapso histórico fue fotografiado no en un campo de batalla, ni en cruento de fusilamiento, sino a través de osamentas, cabezas de ganados acumuladas unas sobre otras. En diversos estados de descomposición, rodeadas de horcones de madera. ¡La Guerra! Después del paso del ejército, es una fotografía que crea una visión de lo que era este país caribeño en 1903.

Lo que siguió siendo por décadas y en lo que nos estamos convirtiendo. Sentido que se encuentra también en fotografías como: Héroes anónimo, donde un soldado pos-independentista sentado entre piedras, tierra reseca con un rostro desilusionado, da la impresión de locura, con una mirada lejana, y sonrisa irónica, su indumentaria se ve convertida en despojos, y en una de sus manos sostiene una letal arma blanca..

Henrique Avril, con esta fotografía deseaba documentar una realidad socio-cultural, conceptualizarla y visualizar para comunicar una historia, un fragmento de la caleidoscópica naturaleza humana del Venezolano: el impulso de muerte y autodestrucción que palpita en nuestra alma colectiva.

Sí reconstruyeramos esta composición fotográfica en físico en un espacio instalativo: Suelo de tierra reseca, pasto devastado, rodeada de horcones, y cubiertas de osamentas de ganado en diversos grados de putrefacción. Sería una propuesta visual contemporánea, y se podría titular: ¡La nueva economía del siglo XXI.

Esta capacidad simbólica le transmite a esta fotografía un sentido universal, al describir de manera cruda uno de los síntomas de nuestra Venezuela y de la naturaleza humana.

Esa difícil capacidad de vernos en el espejo de la verdad, y de tener una praxis pragmática determinada por el sentido común adecuada a las causas, para generar las soluciones adecuadas a la problemática.

Estos contenidos de impiedad, destrucción, intolerancia, egoísmo, caudillismo están representadas en esta fotografía de Henrique Avril.

Y se proyecta en nuestro arte contemporáneo en piezas como la de Carlos Contramaestre Estudio para Verdugo y Perro, 1962, expuesta en la Galería del Techo de la Ballena.

En el Homenaje a la Necrofilia, exposición que mostraba piezas elaboradas por el artista con huesos y vísceras de res, ubicadas en el suelo y paredes, sin ningún tratamiento químico que impidiera su putrefacción.

El aroma fresco de la sangre, poco a poco fue sustituido por el olor rancio de la grasa, para dar paso al olor y la gusanera nauseabunda de la carne podrida.

Exposición que fue cerrada por las autoridades y criticada fuertemente por el medio cultural del status quo, pues hería su sensibilidad.

La muestra nos enfrentaba cara a cara a la muerte del día a día, pues era la época de la guerra fría, de los frentes guerrilleros, la crisis de los misiles rusos en Cuba, que casi llevó al borde de una guerra nuclear al planeta, los levantamientos cívicos-militares del Carupanazo y el Porteñazo.

En este contexto Carlos Contramaestre recrea en 1962, los contenidos visuales y conceptuales presentes en la simbología de fotografías de Henrique Avril como ” ¡La Guerra! Después que pasó el ejército…

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