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Hacedor de Santos: El vendedor de milagros

Fray Bernardo apenas pudo controlarse del acceso de ira, lo evito al recordarle al santero, que parecía un penitente cubierto de un tosco sayal, y no un pícaro vendedor de milagros.
domingo, 31 enero 2021
Cortesía | Fray Bernardo comía muy lento, saboreaba cada pedazo de alimento que entraba a su boca

En lugar de estar mirándome como si fuera una aparición, por qué mico no me ayudas a secar las ropas mojadas, medallas y esculturas de bulto que traigo en la mochila.

Sin esperar respuesta alguna, me lanzó un bulto envuelto en tela, en cuyo interior se encontraba una preciosa Virgen, cubierta de medallas de oro y plata.

Trátalas con cuidado es la Virgen de Coromoto, aparecida según algunos en la Villa del Espíritu Santo, siglos atrás, pero no imagino a una Virgen tan blanca apareciéndole a un cacique Cospe, en fin uno nunca sabe ¡Cuidado no la dejes caer!, es un encargo para una capillita que van a construir en el Páramo de la Ventana, cerca de San Rafael de Mucuchíes.

Un jalado ermitaño que lleva años sin cortarse el pelero. Luego me lanzó otro paquete menos pesado, al sacar y extender su contenido: era una sotana negra de seda con una capa roja, en su interior tenía bolsillos, donde guardaba un par de alpargatas con unas maracas cocidas en el empeine. Al ver mi sorpresa el santero dijo:

– Ese mico es mi traje de San Benito ¿Será verdad que ese santo atraía tanto a las mujeres que se cubría de hollín para repelerlas, y no caer en tentación?, dicen que al ver su fe, el señor lo convirtió negro. Son solo creencias ¿No crees tú que la fe las convierte en verdades?

-Sabes novicio llevo conmigo esa trapera porque se acerca su celebración en Mucuchíes. Ese día de enero desde el amanecer hasta el atardecer bailo de casa en casa, embadurnado de hollín, rezo las cocinas y respondo las preguntas que angustian a esa gente, pero siempre parecen preocupados por lo mismo:

-¿Cómo va ser la cosecha de papa?, ¿dónde se encuentra la vaca o el becerro perdido?, ¿cuál es su número de suerte para jugarlo en la lotería del mercado? Algunas veces atino y otras no, algo de teatro no hace mal a nadie. ¿No crees? Después de eso no hay familia que deje de comprar las estampas y medallas del santo negro.

¡Cuidado niño!, con esa bolsa que te acabo de dar, es yeso en polvo para a hacer unos milagros y algunos corazones de Jesús en estaño y plomo, quizás hasta te enseñe a hacerlos. Ya veo que no te gusta que te digan mico, pero acaso no eres eso. Ah, disculpa entiendo tu mala cara, imagino tienes nombre ¿Cómo te llamas?

-Eduardo Rojas –le respondí-, entonces serás hijo de Macario Rojas, el guitarrero de Trujillo. Sabes conocí a tu padre tocando la guitarra en una pulpería de La Puerta, era famoso entre los vecinos por la picadura de tabaco que hacía. Entre unos de los rincones del morral aún tengo un bojote de cuero que nunca fumé, hace tiempo perdí la pipa, quizás haga una en uno de estos días o le robe una al padrecito de su colección.

No pude responderle, el dolor me aguijoneó enmudeciéndome. En esa ocasión no tuve el valor de preguntarle: ¿cuándo había ocurrido aquel encuentro? y ¿cómo estaba papá? El Padre Bernardo al sentir la tensión en que me debatía exclamó:

– ¿No puedes dejar de gritar por un momento vendedor de santos?, estoy tratando de seguirle el rastro a la constelación de acuario. Después de este aguacero, el cielo se limpió de nubes, pero no completo al aguador. Seguro vienes a que te lea las estrellas para saber tu destino, este naciente año. Eres de escorpio, qué otro bicho rastrero que no fuera un alacrán negro podía estar relacionado contigo.

-Sigues igual Barbarroja, no cambias a pesar del tiempo siempre tratando de adivinar lo que otros quieren. Tienes razón, deseo que hagas mi carta astral para este año de mal agüero, y ruego no te vayas a equivocar tanto como el año pasado que en todo erraste, creo que los astros del cielo están peleados contigo. Algo les habrás hecho. En el rostro del vendedor de fe se dibujaban rasgos de picardía, una sonrisa le surcaba el rostro y estaba a punto de provocarle un arranque de ira al fraile. Casi estuvo a punto de lograrlo.

Fray Bernardo apenas pudo controlarse del acceso de ira, lo evito al recordarle al santero, que parecía un penitente cubierto de un tosco sayal, y no un pícaro vendedor de milagros. Al romperse la tensión, ambos se rieron y terminaron recordando viejos tiempos.

Al terminar de conversar era casi de madrugada, se habían quedado sin palabras, finalmente ambos se dijeron: “por los momentos es mejor acostarnos”. Empecé a hacerle un sitio para que durmiera, cerca del fogón, mientras yo subía a dormir a la buhardilla. Antes de dormirse Juan Crisóstomo me dijo:

– Mañana cuando este más descansado conversaremos, te tengo varias sorpresas.

– Crisóstomo es mejor que duermas y descanses, que Eduardo y yo tenemos que ir a la misa de la madrugada. Sólo espero que este novicio no se duerma orando.

Al salir de la misa todavía no había amanecido y cuando regresaba a la celda con Fray Bernardo desapareció como por arte de magia.

No me quedó de otra que seguir al taller, para empezar el trabajo del día, y empecé a luchar con el mortero, mezclando algo de fruta vera con miel, y zumo de noni, para el dolor de huesos de uno de los frailes.

Cuando empezaba a entrar en calor, apareció en el taller el abuelito con el desayuno, lo traía escondido dentro de una de las carretillas del convento; nos sorprendimos al ver varios huevos pasados por agua, con abundante queso ahumando y arepas recién hechas.

Antes de terminar de bendecir el desayuno Juan, empezó a comer cual fiera, como si tuviera días sin probar un bocado no levantó la vista de la mesa hasta que acabó con todo lo que tenía frente a él.

Fray Bernardo comía muy lento, saboreaba cada pedazo de alimento que entraba a su boca, como si fuera una golosina y conversaba mientras desayunaba.

El almuerzo lo debía hacer como novicio en el comedor del convento, a veces iba acompañado del fraile, en esas ocasiones no abría la boca ni se le sentía tras terminar de comer.

Solo de vez en cuando el Superior le dirigía algunas palabras, para hacerle alabanza a sus medicinas y de lo sabroso que quedaba el almuerzo, gracias a las yerbas que les daba a los cocineros, decía que le cambiaban el sabor a todo. El fraile no respondía a estos halagos, solo sonreía.

Al terminar de desayunar recogí los platos y tazones de barro cocido, para llevarlos al huerto donde había un lavadero que se nutría con agua del pozo, tras la fregada matutina regresé al taller y encontré conversando a los viejos amigos.

Te guardé unos cortes anchos de caoba -le decía el sacerdote a Juan Crisóstomo-, es una madera dura y noble, de un viejo árbol que tuvimos que tumbar en el huerto, con el harás buenas matrices para las estampas.

Espero se te hayan quitado las ganas de talar los árboles del huerto, aún en uno de los cajones de mi escritorio guardo algunas de las matrices; los tacos que hiciste el año pasado, se les han ido debilitando los surcos, los entinté muchas veces para hacer estampas y dañé algunas cuando hacía oraciones y fragmentos del evangelio de San Mateo, más por hacer algo que otra cosa, porque no creo que sirvan de algo.

Casi todos los fieles que por aquí vienen los domingos a las misas se llevan las oraciones por idolatría, pues no saben leer, terminan usándolos como objetos mágicos.

El colmo es que las oraciones de San Benito del Monte Tabor las entierran en las tierras cultivadas y las amarran a las plantas cuando empiezan a germinar, dicen que así evitan las plagas. Es ese el destino de las estampas que tanto me cuestan hacer, en lugar de tenerlas en los altares de sus casas las usan para sus exorcismos.

– Cada vez que nos vemos te repito lo mismo ¡Bernardo!, te empeñas en hacer las matrices en maderas blandas, le replicó con un tazón de guarapo entre las manos el santero.

-No sé de dónde sacas que con la madera de caoba serán duraderas, con eso solo se pueden realizar solo unas cuantas series de estampas y tengo que empezar de nuevo cada vez que vengo. Necesito para trabajar maderas como la del peral o el cerezo, pero nunca me has dejado cortar uno de esos árboles.

Y nunca te dejaré -le respondió el padre, no voy a talar los árboles del huerto para que tú vendas unas estampas por ahí, tendrás que esperar que cumplan su ciclo, y sea necesario cortarlos y por lo que veo tu morirás antes que ellos, por qué mejor no vas mejor al aserradero de La Grita a buscar esos cortes que tanto deseas. No lo haces, porque sabes bien que nadie cortara un cerezo o un peral en estos páramos solo para hacer tacos, dibujarlos y luego tallarlos, con incisiones a los lados de las líneas y ¡aprende de una vez por todas, que las líneas no pueden ser tan finas, porque al darles presión para hacer la impresión se van debilitando! El aliso y el haya, pareciera que no comprendieras, son muy difíciles que se den en este clima y sigues intentando sembrarlos cada invierno.

Estas palabras del fraile molestaron a Juan Crisóstomo. Al fin había logrado sacar de quicio al vendedor de santos, que parecía un burro atarantado.

Para evitar que la cosa pasara a más, empezó a ser conciliador el fraile y le ofreció unas copas de un licor de café que estaba añejando y al fin tenía el gusto que deseaba.

El santero cada vez que venía se iba sin poder saborearlo, había deseado tomarlo durante años. Al sacar la botella de un escaparate de roble, pudo ver la gran cantidad de licores que hacía Bernardo.

Pero fue directo a la que tanto deseaba, la tomó con cuidado para ponerla sobre la mesa y ver con orgullo su color, al abrir el corcho de la botella brotó un penetrante aroma que invadió el taller, recordaba el olor de café, de naranjales y ron.

Tras unos tragos el ambiente cambió y me atreví a preguntarle por mi padre al vendedor de santos.

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