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El Hacedor de Santos: Enkidu el primer Adán

Los rumores de su existencia llegaron a Uruk, la ciudad de los muros curvos, porque destruía las trampas de los cazadores.
domingo, 13 diciembre 2020
Cortesía | En el amor de hombre y mujer dos se convierten en tres

Al fraile Müller le gustaba encerrarse en su torreón, allí encontraba la soledad y la quietud que necesitaba, solo interrumpida por el trinar de los pájaros. Nadie se atrevía a molestarlo, cuando mezclaba los ingredientes de las pócimas, jarabes y ungüentos que creaba.

Cuando necesitaba ayuda tiraba de una cuerda, que hacía repicar una campana en el techo de mi celda, y yo, tras oír ese tintineo, sabía que me necesitaba en la torre.

También tiraba la bendita cuerda cuando olvidaba ir por las tardes, pues tenía la costumbre de que le leyera las páginas de algún libro. Se concentraba en enseñarme la relación que existía entre las resonancias de las palabras y el poder que tenían.

Entre estas lecturas la épica de Gilgamesh era su predilecta, recitaba fragmentos de memoria, y cada vez que le escuchaba le encontraba alguna novedad. Admiraba la amistad que unía a Gilgamesh, el poderoso de Uruk y a Enkidu el salvaje, quien dejó su vida entre el bosque y los animales para hacerse hombre.

Los rumores de su existencia llegaron a Uruk, la ciudad de los muros curvos, porque destruía las trampas de los cazadores y evitaba que sus flechas acertaran en los ciervos y los jabalíes y empezaron a escasear sus jugosas carnes en las comilonas del palacio.

Al conocer la causa de la mala suerte de los cazadores de Uruk, se envió a una sacerdotisa del templo de Ishtar a seducir al salvaje, y desnudarse frente a él, al verlo debía dejar caer sus ropaje para mostrar su tentadora belleza, fue una visión desconocida y excitante para Enkidu.

Hasta ese momento no había visto a mujer alguna, por seis días y siete noche la virgen del templo lo poseyó y lo humanizó, le cortó la pelambre que lo recubría, los rizos de su cabellera, y cubrió su desnudes con finas telas. Pero al intentar volver al bosque, los animales huían de él como si fuera un extraño. Al llegar la lectura a ese punto, gustaba Fray Bernardo pausar su ritmo para pensar y repetir una y otra vez:

– Dejó de ser Enkidu un salvaje, de andar desnudo como Adán y Eva, retozando y revolcándose entre animales. Al conocer los placeres amorosos, como los del Rey Salomón a su querida esposa la Sulamita, en la Biblia en el Cantares de los Cantares, se dice:

¡Qué hermosos son tus amores,/hermana mía, novia mía!
/Tus amores son más deliciosos que el vino, /y el aroma de tus perfumes, /mejor que todos los ungüentos.
/ ¡Tus labios destilan miel pura, /novia mía!
Hay miel y leche bajo tu lengua, /¡y la fragancia de tus vestidos
es como el aroma del Líbano./

Cantar de los Cantares 4:10, 4:11

Algunos teólogos y eruditos no aceptan que son versos sobre el amor entre un hombre y una mujer, sus pasiones, alegrías y sufrimientos. ¿Acaso estos lazos no pueden acercarnos a Dios? En los ojos de la mujer amada, y en la miel de su boca el amante fiel puede encontrar a la divinidad.

Nunca comprendí porque Abelardo rechazó un amor tan sublime y puro como el de Eloísa, luego de haber sido castrado por Fulberto y sus secuaces. El pensador más brillante de la edad media, seguido por cientos de alumnos por Europa, acampados en las afuera de París solo para oírlo y deslumbrarse por su retórica y su lógica.

A pesar de todo esto, no pudo entender la pureza del amor de su amada, pero sí interpretó la Biblia como pocos y logró crear los fundamentos de la confesión como huellas palpables del perdón divino, al buscar la redención de su pecado que fue de soberbia y no de lascivia al no comprender a Eloísa:

Nuestra unión fue legítima y sincera,/Los hombres la acusaron de delito,/y el cielo ¡El mismo se resiste!…Todo lo cedí, mi honor,

mi gloría te rendí gustosa en sacrificio,/tú fuiste mi querer, mi destino,mi anhelo, mi placer, mi Dios, mi todo./Todo Abelardo…

Eloísa, carta a Abelardo

En el amor de hombre y mujer dos se convierten en tres, la carne y la sangre se convierten en alma. Este milagro y este gozo sublime que se Canta en los Cantares y que devoró la existencia de Abelardo y Eloísa son metáforas del amor y de la fidelidad del devoto a Dios, pero también pueden reflejar la pasión amorosa entre un hombre y una mujer.

Enkidu tuvo que dejar ser un animal salvaje, para empezar sus aventuras y su historia. Así cómo Adán y Eva tuvieron que ser expulsados del Edén para dar inicio a nuestra historia, la tuya, la mía y la de todos.

Las errancias de Gilgamesh, junto a Enkidu, se hicieron eternas. Las estoy recordando y leyendo tras tres mil años de haber sido creadas, y contadas alrededor de esta fogata cuyo único techo es el cielo tachonado de estrellas. De generación en generación pasaron de boca en boca, hasta ser escritas en barro y llegar por azar hasta este convento en un pequeño pueblo de los andes venezolanos.

Fueron civilizaciones tan antiguas que su existencia ha duplicado en tiempo a la civilización de Occidente, desde el siglo I d.C hasta el siglo XIX, y han transcurrido solo mil novecientos años.

Así transcurrían las horas… entre la larga interpretación de Bernardo y su monólogo, y yo no podía comenzar otra vez con la lectura. Leer unas cuantas páginas podía tardar semanas, por las continuas reflexiones del fraile. Las veces que intenté dar mi opinión o discrepar de lo dicho por él, sus respuestas me hacían sentir como un gazapo.

Así, de tarde en tarde, nos adentrábamos por ratos en la historia. La excusa por lo común era Gilgamesh, y las diferentes versiones que había de la saga, por lo que pasábamos meses atrapados en ellas. Los últimos folios de las tabillas que leímos relataban cómo el poderoso de Uruk era feroz enemigo del salvaje y no su protector. Y luchó a muerte con él, corroído por celos por la bella amante de Enkidu, se había enamorado ciegamente de la bestia venida del bosque.

Lo venció cuerpo a cuerpo y le hizo morder el polvo. Al abandonarlo el furor, se dio cuenta del crimen que había cometido al matar por una ciega y pasajera pasión. Gritó al cielo, adolorido por su acción, hasta convencer a los señores del inframundo que lo dejaran bajar, al reino de la muerte para rescatar del abismo a Enkidu. Fue un viaje lleno de peligros y penalidades. Solo fracaso y dolor le trajo la búsqueda al ser burlado por los señores de la muerte y comprendió que ese también iba a ser su destino: vagar como una sombra por siempre.

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