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“Descubrí de qué estoy hecha”

Fue una locura cuando salí a trabajar por primera vez de cara al público, parecía Tarzán, el guayuco lo tenía puesto, pero pegado con teipe de plomo.
sábado, 06 julio 2019
descubrí
Cortesía Gabriela Monteverde | “Estamos aquí, pero con la raíz intacta”

Un 13 de agosto de 2015 pasó lo más estremecedor que he tenido que experimentar en mi vida: tener que empezar de cero y aún así mantener la esencia, la raíz.

Emprender un nuevo rumbo y estar recién casada con el fotógrafo que conocí en este periódico haciendo el mejor oficio del mundo, era una especie de montaña rusa de emociones, en resumen, una locura.

No es pensar en negativo, porque todo el que sabe un poquito de mí podría afirmar que soy un bochinche con piernas, pero una cosa sí es cierta, y es que el camino puede ser una suerte total o un sendero raro en el que hay que buscar y rebuscar un chance.

La segunda opción fue la mía, le eché un camión, aún sigo.

La razón que me llevó a España fue una elección sin nada que tuviera que ver con un estudio exhaustivo de oportunidades o algo parecido, fue más un tema de facilidad por tener “donde llegar”.

 

Primer asalto

Empecemos por el principio. ¿Cómo es posible que hablando el mismo idioma no nos entendamos en muchas expresiones?

Fue una locura cuando salí a trabajar por primera vez de cara al público, parecía Tarzán, el guayuco lo tenía puesto, pero pegado con teipe de plomo.

Cuando empecé a ganarme la vida siendo una “sin papeles” la situación era entre chistosa, torpe, loca y atrevida.

Mi primer empleo fue como camarera de barra y sala (mesonera en criollo) y no tenía ni la más mínima idea.

En España ser camarero más que un oficio es casi un arte, una filosofía de vida, un máster en psicología y autoayuda.

Eres básicamente el amigo de todos que no siente ni padece, una máquina de trabajar horas interminables de pie y sonriendo a todo el que se te atraviese.

Cuando evidentemente notaban mi acento “rajao” comenzaban las adivinanzas, que si de dónde eres, qué haces aquí tan lejos, que si tienes novio o qué edad tienes.

No hay nadie más chismoso que un cliente de un bar español.

Y me perdonan los susceptibles al tema, pero es que en serio quieren saber todo de ti.

Al fin y al cabo, pasarás a ser su médico de cabecera, consejero espiritual y psiquiatra.

Este primer contacto fue en Vigo, Galicia, y aunque aprendí a defenderme la prueba de fuego estaba después en Madrid, no sin antes enterarme de la gran sorpresa: estaba embarazada.

No teníamos dinero, ni muchos amigos, ni casa. Teníamos una voluntad del tamaño de La Gran Sabana, casi nada.

 

La candela

Aterrizamos en Madrid, ¡vaya monstruo de ciudad! No fue fácil resaltar entre todo el mundo para optar por un empleo.

No creímos en nadie y con el apoyo incondicional de nuestra familia en Venezuela fuimos capaces de vencer todos los peros.

Tuvimos una niña, nuestra Isabella Savanna, que se llama así en honor al mejor lugar del mundo, a los tepuyes y a las caritas de los pemones de nuestro estado Bolívar.

Mi esposo tuvo que guerrear de mil maneras para llevar el pan a la casa, pasó de reportero gráfico a pintor, carpintero, camarero y hasta cuidador de ancianos.

Es gratificante saber que estamos preparados para escenarios que tal vez nunca antes nos imaginamos, yo a eso le llamo magia.

Con el paso del tiempo logramos el hogar que tanto anhelamos para nuestra hija, siempre con nuestra bandera y nuestras hallacas en diciembre.

Los tropiezos que vivimos nos hicieron indestructibles, somos un triángulo de amor, que lucha y anhela corretear por los rincones sabaneros.

Soñamos con nuestra empresa de turismo en La Gran Sabana, le vamos a enseñar al mundo que el mirador del Oso no tiene rival y que el casabe que hacen los indígenas no juega carritos.

Estamos aquí, pero con la raíz intacta.

Mi corazón es guayanés y tengo el anaranjado del atardecer de Puerto Ordaz tatuado en el alma. Nos vemos en el espejo, panitas.

 

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