El exceso de política digital

Hoy los venezolanos tienen la certeza de que si algo cambia será para peor. No hay expectativas de cambio y la percepción sobre el sistema político es totalmente negativa. Las razones sobran; el entorno no le trasmite un mínimo de confianza o de esperanza a la población. Desde hace mucho tiempo los venezolanos se desconectaron del ritmo político del país y de las repetitivas declaraciones de los dirigentes de turno. Cada quien está sumergido en su propia dinámica económica y de supervivencia.
Los problemas de la cotidianidad y el exceso de información sobre la caótica realidad no permiten que sean visibilizados los asuntos de mayor impacto en la calidad de vida de las personas. El tablero internacional o el mismo Donald Trump opacan lo prioritario para el ciudadano de a pie. En el interior del país la gente se queja principalmente por la deficiencia de los servicios públicos y el restringido acceso a las divisas. Aquellas personas que logran llegar a las redes sociales a través de fotos o videos, terminan desapareciendo en la gran nube de temas conflictivos e hiperpersonalistas. La gente queda rezagada por la discusión entre el oficialismo y la oposición.
En Venezuela la desinformación constituye un arma de manipulación efectiva. Grandes bulos y fake news dominan las redes sociales. Antes de que pueda verificarse un contenido, la cyber audiencia sacó sus propias conclusiones y las difunde como verdades incuestionables. La gente no está leyendo, solo está mirando. Lo que en realidad necesita ser posicionado termina por ser olvidado. La hiperactividad política y el masivo consumo de noticias no solo genera desasosiego en los lectores, sino que muchas cosas nunca quedan claras, se trata de versiones, narrativas, relatos y pocas verdades.
En este contexto, ¿los políticos están siendo escuchados? La respuesta es no. Desde hace mucho tiempo se generó una desconexión entre las palabras y las acciones, entre lo que se dice y la emociones. Algunos voceros, por no decir todos, han perdido la brújula en cuanto a sus verdaderos interlocutores. El político le está hablando al político y no al ciudadano. Los venezolanos no saben qué esperar ya de María Corina Machado, quien se ha diluido entre su excesiva comunicación cargada de frases, promesas y palabras bien entonadas.
Es decepcionante para una población que espera un cambio, encontrarse con políticos que dicen más de lo mismo, que no tienen mucho que ofrecer salvo un tuit o una transmisión en vivo. Los ciudadanos no pueden percibir cambio sin antes percibir que sus políticos tienen la capacidad de lograrlo. La política en Venezuela se redujo a un tuit, a una declaración o a un titular. La confrontación sobrepasó los límites de la racionalidad y la sensatez y el liderazgo opositor fija la mirada en sus aliados internacionales y no en el tablero nacional. La dependencia absoluta en el gobierno de Donald Trump es algo hasta incomprensible.
Parte de la solución pasa por reconocer estas debilidades, así como también comprender la importancia de una verdadera comunicación política en tiempos de hostilidades. Gestionar las emociones en una población cansada y llena de incertidumbre no es tarea fácil, pero es prioritario reactivar a la ciudadanía desde una comunicación diferente, más cercana y más propositiva. A pesar de la dependencia de las redes sociales, la actividad política se sigue concentrando en lo presencial, en el lenguaje y la persuasión.
En Venezuela, los políticos necesitan entender que sin estrategia, sin organización y sin comunicación no se llega a ningún lado. Es necesario reconstruir este gran rompecabezas, afrontar los dilemas con responsabilidad y criterio de oportunidad. Caer en fantasías que eleven las expectativas, sin que se materialicen en acciones concretas, es retroceder. La gente espera políticos con capacidad de decisión, carácter y autonomía, no políticos reporteros que se quejen a diario describiendo lo que la gente ya sabe.
Pablo Quintero
quinteromolinar@gmail.com
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