Opinión

Cuenta la leyenda: Tratado de paz en el Orinoco

No habían encontrado a Guayana, habían descubierto un gran río. ¿Pero… a quien le importaba eso, un río?
Evelio Lucero
miércoles, 13 agosto 2025

En junio de 1.531 llegaron a oídos de Ordaz de un grupo de blancos que, al parecer, habían quedados abandonados en un brazo del Delta. Envió a su mejor hombre, Jerónimo de Oral, con 100 soldados en la búsqueda de los infelices náufragos. Los encontraron casi muertos de hambre y sitiados por los indios. Pero el comendador no consideró justo castigar a los nativos, pues <<más castigo merece el español que no sabe ganarse la buena voluntad de ellos>> De modo que repartió camisas, machetes, espejos y cuentas de vidrio entre los indígenas; ganándose así el apoyo.

Hizo con ellos un tratado de <<ayuda mutua>> (nadie sabe en qué idioma) y obtuvo muchas informaciones sobre el rio Uriapari o Huyapari. Y, lo que era mas importante, sobre el país del oro. Con esa ayuda pudo conseguir madera para construir bergantines ligeros, más adecuados para el río. Dejando los grandes barcos en algunos de los caños que se comunican con el Manamo.

CONTRACORRIENTE A BASE DE JACULATORIAS. Los primeros intentos de los españoles para subir por el Delta fueron el más divertido espectáculo aplaudido por los indios. No soplaba viento las mareas subían y bajaban a los bergantines. Los tripulantes, empuñando los remos, braceaban, gesticulaban, maldecían y, al cabo de una semana, estaban en el mismo sitio; mientras los pobladores sentados en las riberas, se desternillaban de risa, aplaudían y merendaban langostinos y filetes de pescado a la brasa.

Tripulantes y soldados tuvieron que remar desde pequeñas chalupas, arrastrando a los bergantines que parecían muy reacios a subir por el Uriaparia. Se llegó a decir que: los indios escucharon complacidos todo tipo de jaculatorias sobre Diego de Ordaz y su honorable madre.

DESTROZOS EN URIAPARIA Y CARUAO. Por fin, agotados por el esfuerzo, picados por zancudos y jejenes, hartos de gritos y dispuestos a defecar sobe la tumba de su jefe, los expedicionarios llegaron al poblado de Uriaparia, cuyos habitantes tenían fama de belicosos y crueles. Ordaz trato de ganárselos con baratijas y ofertas de paz, pero ellos le atacaron por sorpresa.

El resultado fue un poblado en llamas. Con gran satisfacción de los indios de caño Manamo que iban como guías y consideraban enemigos a los otros. En cambio, las relaciones con los indios de Buraturaru, Cumaca y Tuy fueron cordiales. En esta ultima aldea oyeron por primera vez el nombre de una provincia riquísima llamada Guayana, rio arriba, al otro lado de la cordillera, donde encontrarían mucho oro. Era lo único que deseaban escuchar aquellos codiciosos españoles.

Ya con algo de viento y gran entusiasmo, los bergantines llegaron a Caruao (actual San Rafael de Barrancas) buen recibimiento, intercambio de regalos, promesas de paz eterna, etc. Allí le confirman que la provincia de los tesoros se llama Guayana. Y los animan para que se marchen cuanto antes. Uno de los capitanes, Juan González, sale con varios nativos en expedición para encontrar as datos sobre Guayana por los alrededores. No encuentran oro, pero regresan cargados de carne y otras provisiones. Indios y blancos celebran el éxito de la expedición con parrilla y frutas tropicales.

No se sabe por que se volvieron los indios contra los viajeros. Probamente, porque los españoles se comían en una sentada lo que para ellos eran provisiones para un mes. Y no se conformaban con las indiecitas que les habían regalado, querían probar a todas. Lo cierto es que prepararon un ataque por sorpresa. Ordaz lo supo y simuló no estar enterado.

Invitó a los notables a su bohío, y cuando ya estaban adentro y confiados, se salió, cerró la puerta y le dio fuego al bohío. Murieron achicharrados. esta vez muchos expedicionarios consideraron que no era la mejor manera de ganarse amigos. Los únicos felices eran los guías de caño Manamo, tradicionales enemigos de los de Caruao. Otro caso de solidaridad patriótica.

LOS RAUDALES DE ATURES Y EL META. Con suficientes provisiones para un mes aproximadamente, Diego de Ordaz, siguió río arriba con buen viento. Claro que no divisó sino insignificantes poblados en las riberas, y algún pescador que huía al encontrase con las extrañas embarcaciones. Solo un inmenso río con toninas y manatíes. Nada de oro.

Por los lados del actual San Félix dejó un modesto fuerte con los tripulantes y soldados enfermos. Vio gente por los lados de Angostura, Caicara y la Urbana, comió tortuga, pero tuvo que pasar de largo. Por los lados del Suapure probó carne de caimán para ahorrar provisiones, pero no vio la provincia riquísima que venía buscando. Era demasiado pronto.

Por fin llegaron a los raudales de Atures y el indio guía les explicó por señas que aquel era el termino del río y del viaje. Bum! Bum! Y nada más. ¿Y el oro? No es por aquí, por otro río, al otro lado de la cordillera. También se enteraron de que el gran río se llamaba Urinoco y que Uriaparia era el nombre que le daban los del Delta.

UN INTENTO POR EL META. Frustrados y rabiosos se volvieron al Meta, pero apenas lo subieron unas pocas jornadas, ahí encontraron a los indios amistosos, pero el diálogo por señas termino por desanimar a todos. Ordaz mostró al cacique una pieza de hierro, y este le, indicó que no conocía ese material, luego le enseñó un brazalete de cobre, obtuvo la misma respuesta, en cambio reconoció el oro de un anillo, entonces soltó un discurso completo del que captaron lo principal: que había mucho oro al otro lado de la cordillera, que el viaje era muy largo, y que un cacique “tuerto “les impediría el acceso.

CABIZBAJOS Y FRUSTRADOS. Realmente, la expedición había fracasado en sus objetivos, solo quedaban privaciones, penurias, picaduras de insectos y fiebres mal curadas. El botín de un poco de onzas de oro las cuales no alcanzaban ni para medicinas. No habían encontrado a Guayana, habían descubierto un gran río. ¿Pero… a quien le importaba eso, un río? El retorno fue muy triste. Aún los indios se percataron del fracaso. Iban recogiendo a los enfermos que esperaban angustiados en diminutas aldeas y en el fuerte junto al Caroní. Y así llegaron a Uriaparia en octubre de 1533, donde encontraron el galeón encallado en el estiaje, un bergantín ya no estaba en condiciones de navegar, quedaban muy pocas provisiones alimenticias y mucho dolor en el alma.

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