Una joven estuvo en “La Pica” cinco años “por ir a una fiesta”
La salida en un carro que no era de ella a comprar licor para reponer el que se había acabado en una fiesta en el sector La Murallita de Maturín, terminó enviando a Joeldi Ribas por cinco años al Centro Penitenciario de Oriente, conocido popularmente como cárcel de La Pica.
Tras comprar la mercancía y cuando iba rumbo al lugar donde se celebraba la “Friends Party” (fiesta de amigos), las sirenas de la policía le hicieron saber que algo no estaba bien. El conductor estacionó el vehículo ante la presencia de los efectivos quienes efectuaron una revisión de la unidad vehicular, encontrando armas de fuego, sustancias estupefacientes y comprobaron que el carro era robado.
“Jamás me imaginé que algo así me podía suceder, estábamos un grupo de amigos, algo así como un reencuentro, la bebida se acabó y uno de ellos me invita a una licorería cerca a comprar en su carro sin saber yo que era robado y muchos menos lo que allí había”, comenta la chica de tan solo treinta y dos años.
Joeldi, pasó 5 años de su vida en la cárcel, nada ni nadie le devolverá el tiempo perdido en el encierro. Quienes se hacían llamar sus amigos nunca la visitaron, “no movieron ni un dedo para ayudarme, entiendo que tal vez no querían estar involucrados en asuntos legales, pero al menos pudieron dar su testimonio cosa que tampoco hicieron”.
Relata que nadie se imagina lo que es estar dentro del penal, “quienes lean esto no tienen la más remota idea de lo que uno vive y padece allá adentro, lo que se cuenta afuera no es nada en comparación con lo que se padece allí adentro”. Las cicatrices que tiene en la cara, brazos y espalda pudieran ser referencia de lo que cataloga como “el infierno en la tierra”.
“Me tocó ver varias veces riñas y peleas donde se apuñaleaban unas con otras, aunque por dentro estaba que me moría, me toco hacer de tripas corazón y dármela de fuerte, allí adentro hay más de uno que está pagando injustificadamente los delitos de otros mientras andan viviendo la libertad por estas calles”, resaltó mientras las lagrimas inundaban su rostro.
Sus primeros meses, según lo relatado por Ribas, fueron de zozobra, angustia y mucho llanto. Luego que la jueza determinara su grado de responsabilidad como cómplice, sus familiares trataron que su reclusión se mantuviera en los calabozos de alguna policía en la capital monaguense, sin embargo, la encargada de hacer cumplir la ley ordenó el traslado inmediato al mencionado centro de reclusión.
“Yo no comía, solo lloraba. Luego con el tiempo uno se va acostumbrando y poco a poco va haciendo trato con el resto de las reclusas y se va ganado la confianza hasta que se logra entrar al anillo donde se cuidan unas con otras”.
La hoy expresidaria, al momento de su detención ejercía la profesión Recursos Humanos en una empresa de alimentos situada en la Zona Industrial de Maturín, obtuvo la licenciatura en la Universidad de Oriente, Núcleo Monagas. Actualmente tiene ocho meses de haber salido de prisión y se encuentra sin empleo, en su historial de vida, hay un sello que nadie podrá borrar.
Los recuerdos de tantos momentos vividos detrás de las rejas los mantiene frescos en la memoria y en las preguntas que con frecuencia le hacen quienes la conocen. En cuanto a su acompañante de vehículo esa noche, asegura no saber detalles, “lo que me cuentan mis familiares es que a él le dieron más años de detención y aun está adentro”, dijo.
Ahora que está nuevamente con su familia asegura que su delito fue haber asistido a una fiesta. “Todos podemos cometer errores y estos nos pueden llevar a estar en la sombra un largo tiempo. Muchas veces juzgamos como lo hicieron conmigo, sin embargo, cada uno tiene su historia que en la mayoría de los casos no se cuenta”.
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