Paris Hilton diseña una ‘suite’ de su hotel familiar para que puedas vivir como ella
Rosa, rosa, rosa, rosa. El mundo de Paris Hilton se alimenta del color rosa.
Todo lo que puede ser rosa lo es, y lo que parecería imposible, también. Sumergirse en el particular universo de la cantante, heredera, estrella de la telerrealidad y personaje consagrado —amado u odiado, pero constante— de la cultura americana es entrar de lleno en una fantasía de luz y de color.
Brillo, pelo, lentejuelas, metacrilato y todas las variaciones del rosa, del palo al fucsia, pasando por bronces y malvas, son los elementos sobre los que ha forjado su imagen pública, pero realmente son su vida. Y así lo plasma en un nuevo proyecto, muy vinculado a sus raíces.
La neoyorquina de 43 años se ha aliado con la cadena hotelera que lleva su apellido para diseñar dos habitaciones donde reflejar su vida y para que sus fans (tiene casi 27 millones de seguidores solo en Instagram) puedan vivir por un día cómo es ser, dormir, bañarse y desayunar como Paris Hilton. La experiencia, eso sí, es limitada, porque durará solo el mes de octubre, y tiene un precio, también muy Paris Hilton: 1.111 dólares la noche.
Hilton es una maga de los negocios, como lleva décadas demostrando. Desde que empezó a ser una estrella de las noches angelinas —aquellas en la que una muchachita desconocida llamada Kim Kardashian la acompañaba sujetando su bolso— ha sabido cómo sacarle partido a su imagen de heredera dulce y aniñada, naíf en las formas pero inteligente en el fondo. Eso le ha supuesto problemas familiares que se han vuelto en su contra, como cuando en 2007 su abuelo la desheredó de sus 40 millones de dólares correspondientes, harto de sus escándalos.
Paris es la bisnieta de Conrad Hilton, la mente tras la cadena hotelera, y aunque se crió entre algodones y riqueza, nunca fue la destinataria de la inmensa herencia familiar.
El propio Conrad, que falleció en 1979, le dejó casi toda su herencia a la iglesia católica. Y cuando Barron, el segundo hijo y continuador del legado de Conrad, murió en 2019 a los 91 años, destinó 97 % de sus 2.300 millones de dólares de herencia a la beneficiencia.
Solo 3 % quedó para sus descendientes. Pero eso nunca fue un obstáculo para ella. Al contrario. Le dio alas para evolucionar, sabiendo mezclar lo personal con lo profesional, lo que la convirtió en una de las primeras influencers, cuando estas ni existían, con un público que le ha sido fiel a lo largo de los años no solo en seguimiento, sino también comprando sus perfumes, su línea de hogar (tiene de sartenes a tostadoras, de calidades decentes y módicos precios) o sus discos. Y, ahora, gastándose más de mil euros por vivir con su estilo de vida por un día.
Hilton ha sabido muy bien qué establecimiento elegir, porque está vinculada al Beverly Hilton desde que era una niña. Aunque nació en Nueva York, se crió en Los Ángeles, y este hotel era para ella una especie de centro de encuentro y familiar con su hermana, Nicky, y sus primos; era habitual ver a los niños y luego adolescentes en sus salones y pasillos.
Todavía recuerdan los botones, esos que llevan más de 40 años sonriendo maleta en mano, cómo pasaban tiempo allí los niños Hilton y ellos, casi parte de la familia, iban al supermercado en bicicleta a comprar pañales para la familia.
Con el tiempo ese cuarto de juegos se fue convirtiendo en el epicentro de la sociedad angelina: desde 1961 se celebran en su conocido Salón de Baile y ante más de 1.200 invitados los Globos de Oro, pero también el resto de premios de la temporada cinematográfica de la ciudad, a excepción de los Oscar (que sí festejan aquí su tradicional almuerzo previo), así como muchas galas (170 al año). De ahí que para la heredera sea un lugar especial.
Hoy, lejos de la fiesta y la noche y convertida en la madre y esposa tradicional que siempre quiso ser—tiene dos hijos, nacidos ambos por vientre de alquiler—, sigue explotando su imagen como su mejor escaparate y entrelazando sus negocios.
La creación de las dos suites efímeras en el hotel Beverly Hilton, uno de los más conocidos de toda la ciudad angelina (técnicamente de la ciudad de Beverly Hills, situada en el corazón de Los Ángeles pero independiente de ella; cuenta con ayuntamiento y código postal propio), están ligadas al lanzamiento de su segundo disco, Infinite Icon.
Hilton ya probó suerte como cantante allá por 2006, y tras una exitosa etapa como DJ, vuelve a los micros. Y nada como darse publicidad a sí misma con una habitación decorada con las fotografías de su disco en las paredes.
Más que dormir en la suite, el cliente busca vivir una experiencia à la Paris Hilton, sentirse como una heredera de brillante melena dorada por unas horas. De ahí que el check in sea temprano (desde las tres de la tarde) y que uno pueda quedarse hasta las 12.30 del día siguiente, tarde para los hábitos estadounidenses.
El alojamiento se ha preparado a fondo para la experiencia: Paris ha decorado y pensado al milímetro las estancias, las ha visitado en numerosas ocasiones, y de hecho ha realizado fotos y entrevistas de su nuevo lanzamiento, observando todos los detalles. En recepción hay un mostrador y un carro para llevar las maletas específicos para la ocasión (rosa, obvia decirlo).
Es fácil identificar las habitaciones desde el pasillo, iluminadas de rosa por fuera. La 811 y la 817 están en el octavo piso, el más alto y noble del hotel, y cuentan con un salón-comedor, un dormitorio y un gran baño, todos decorados al estilo obvio de la empresaria, con fotografías suyas y mensajes en los espejos: “Camina siempre como si llevaras una tiara invisible”.
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Las alfombras son de pelo rosa; las cortinas, largas y tupidas, de tul rosa; las sillas, de diseño, de terciopelo rosa; las servilletas y los cubiertos, lacados en rosa; el hielo se guarda en una cubitera rosa con forma de bola de discoteca; el columpio de la terraza es de metacrilato transparente y forrado de rosa; la iluminación tiene luces rosas regulables.
Un par de copas de champán rosado reciben al huésped, además de unas fresas bañadas en chocolate rosa, una tabla de picoteo y una docena de botellas de agua plateadas y rojas (¡casi!). Los detalles de la heredera se aprecian rápidamente. Hay un aro de luz (rosa) preparado para hacerse selfis, y también un karaoke (rosa) con dos micrófonos (rosas) para pasar la noche cantando.
En la pared principal del salón, de falso bronce (rosa), se alzan dos columnas de estilo romano con los DVDs favoritos de Paris, la mayoría comedias románticas como Princesa por sorpresa, Una rubia muy legal, The Holiday o 27 vestidos. Tampoco falta uno de sus aventuras en la granja junto a su amiga Nicole Richie en el reality A Simple Life.
A quien duerma en la habitación Paris le regala su pack completo de básicos: antifaz y funda de almohada de seda (rosa), una botella metálica de agua cuajada de brillantes (rosas), su perfume y su álbum, en vinilo.
A lo largo de la velada se aprecian los detalles Hilton. El servicio de habitaciones vendrá hasta en tres ocasiones para traer los cócteles y mocktails (sin alcohol) favoritos de Paris (rosas), para preparar un Cosmopolitan con su vodka y su triple sec favoritos con zumos de limón y granada (la mezcla, claro, es rosa) y para traer un té con galletas (rosas).
A la mañana siguiente, el desayuno no es que sea muy nutritivo, pero sí perfectamente estético, que de eso se trata: sobre un mantel rosa llegan café, té, los cereales favoritos de Paris y yogur (rosa). Todo servido a las 11.11, para algunos considerada algo así como una hora mágica.
Una cifra que Paris aprecia especialmente, ya que la ha reflejado incluso en el precio de la estancia. Quien quiera llevarse algo de la decoración, habrá de pagarla: los cojines con forma de diamante cuestan 165 dólares; las alfombras, entre 675 y 850 dólares. Vivir como Paris Hilton puede ser muy rosa, pero jamás resultará barato.
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