Venezuela en Sopó demostró la grandeza de su futsal
Lo ocurrido el 6 de diciembre de 2025 en el coliseo Municipal de Sopó trasciende el simple resultado de 3-1, que le permitió el subcampeonato frente al quinteto de Colombia. La selección venezolana de fútbol de salón no solo jugó la final del XIV Sudamericano Masculino, sino que, además, dejó una huella que habla del temple, la madurez y la identidad deportiva del país. Venezuela no fue un participante más; fue un equipo que compitió con solvencia, que entendió el ritmo del torneo y que supo plantarse con dignidad ante uno de los retos más exigentes de la región. En tiempos donde el deporte suele medirse solo por el marcador, conviene recordar que el verdadero valor se encuentra en la calidad mostrada y en la forma en que un grupo de jugadores se entrega. Y eso, precisamente, fue lo que hizo esta selección. Lo visto en Sopó no fue casualidad, sino la prueba de que en Venezuela hay talento de sobra para seguir creciendo.
Mucho se ha dicho sobre la autoridad con la que los venezolanos llevaron buena parte del partido, y quienes estuvieron allí coinciden en que durante largos pasajes la final parecía inclinarse hacia la selección del salón venezolano. Adelantarse en el marcador y sostener el control de los tiempos no fue fruto de la suerte, sino de un trabajo táctico serio y de un carácter competitivo admirable. Estos “chamos” jugaron con valentía, sin achicarse ante la presión y dejando claro que el corazón también pesa en la cancha. Es fácil evaluar un partido desde la comodidad del resultado, pero quienes observan con mirada deportiva entienden que el desempeño de Venezuela estuvo muy por encima del marcador final. Hubo disciplina, hubo lectura de juego y hubo una convicción que habla de un seleccionado que sabe competir en grande.
Pero quizás lo más significativo sea lo que este torneo dejó al descubierto, el jugador venezolano de fútbol de salón está hecho de una mezcla extraordinaria de talento, sacrificio y resiliencia. En cada toque, en cada transición rápida, en cada cierre defensivo se notó esa esencia que caracteriza al deportista del país. Desde la columna La Gran Jugada, se le dedica un reconocimiento especial a todo el equipo por su entrega y su capacidad de elevar el nombre de Venezuela en un torneo de élite. Este gesto no solo valida lo que todos vimos, sino que confirma que la selección jugó con una identidad que merece celebrarse. El aplauso, esta vez, no fue solo por el juego, sino por la actitud, por la garra y por la emoción con que se defendió la camiseta.
Por eso, reducir esta final a un marcador sería un acto de injusticia deportiva. Lo que ocurrió en Sopó es una declaración clara, Venezuela está para competir mano a mano con los mejores, y su crecimiento es evidente y sostenido. La final del 6 de diciembre dejó enseñanzas que van más allá de la estadística, porque mostró un equipo que supo levantarse, insistir y pelear cada balón con la dignidad que define a los grandes. El reconocimiento que distintos espacios deportivos han expresado, entre ellos el presente espacio, confirma que este grupo dejó una impresión profunda. La selección venezolana, más que un equipo, se comportó como un símbolo de esperanza y de proyección. Y si algo quedó claro en Colombia, es que el futuro del fútbol de salón venezolano no está en construcción, está en plena demostración. Con el favor de Dios, nos volveremos a leer en la próxima entrega. Para contactos, pueden escribirme a través de @Joseceden o por Facebook en José E Cedeño González (el hijo mayor de Otilia González).
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