Sin desmayar
Suelo escribir todos los miércoles el artículo que aparece los jueves, pero cuyo contenido está relacionado con la liturgia dominical. Me tomo mi tiempo en redactarlo, pues le tomo el pulso a cuanto acontece en el país y en Guayana, deseoso de poder predicar el Evangelio por este medio, lo más aterrizado posible: la realidad vista desde la perspectiva del Evangelio; la Escritura leída sin descuidar la historia. El objetivo no siempre se alcanza, pero no desmayo en el intento.
24 de julio
Este miércoles se conmemoró el 236 Aniversario del nacimiento del Libertador. Apenas levantarme, pedí por Venezuela en fecha tan importante para nuestra historia. Repasando los compromisos del día, estaba en mi agenda la siembra de unos araguaneyes que nos donó el Rotary Club Caroní. E inmediatamente tuve mi baño de realidad: no había ni agua ni luz. No obstante, decidí plantar los árboles.
“Lo sembré y creció” es una afirmación del padre José Gumilla; la pronunció al traer y sembrar el café en el territorio de la actual Venezuela, en 1730. Este pensamiento nos acompaña no como una consigna vacía de contenido, sino como horizonte educativo, pues precisamente la educación tiene que ver con “cultivar”: en el Colegio sembramos valores, contenidos y actitudes, para que crezcan en y con la persona.
Después me dediqué a los araguaneyes. Mientras los plantaba, me invadió un sentimiento fuerte, esperanzador, por el simple hecho de imaginarme hoy cómo su amarillo vendrá a enriquecer y completar tanto verde que —gracias a Dios— nos rodea. Tiene razón quien afirma que el sembrador al lanzar la semilla en el surco, lo hace porque ve en ella el fruto que recogerá el día de mañana. La esperanza se cuela en el espíritu, dando fortaleza a las convicciones. La Verdad, la Bondad y la Belleza nos habitan y determinan nuestras acciones en beneficio de los demás, siendo esto la fuente de nuestra felicidad.
En medio de tanto desastre socializado, los árboles simbolizan la educación como uno de los medios privilegiados para superar esta situación. La esperanza acompaña a la siembra, pero también el debido cuidado hará sí que la esperanza no sea vana: la tierra se prepara, la mata se alimenta y cuida, y se la poda si fuera el caso, para que fortalezca el tronco y dé más y mejores frutos. El símil con el proceso educativo es total.
Pedir, buscar, llamar
El Décimo Séptimo Domingo de la liturgia católica ofrecerá la lectura del Génesis y del evangelio de san Lucas, donde se resalta la importancia de no desmayar… ¡en la oración!
Lo que la Biblia expresa de una de las actitudes básicas del encuentro con Dios, es decir, insistir sin cansarse, vale para otras realidades que nos atañen y que señalaré más adelante.
En la primera lectura, el protagonista es Abrahán, quien intercede por los habitantes de Sodoma y Gomorra. Dios decidió destruir ambas ciudades, dada la corrupción y el pecado presentes y actuantes en ellas. Abrahán, sin embargo, pide a Dios no lo haga porque seguramente cometería injusticia contra cincuenta justos que vivan en las ciudades en cuestión. El Señor atiende la llamada, y decide cambiar de idea si halla cincuenta justos en Sodoma y Gomorra. La historia se extiende hasta que Abrahán pone sobre el tapete no cincuenta, sino diez justos, consciente de que en semejantes urbes no habrá media centena de persona de bien. Y Dios accede. Lo que llama la atención del relato es la tensión que se crea en el oyente, expectante por ver hasta dónde llega “la paciencia” de Dios. Pero Abrahán sabe con quien está tratando.
Por otro lado, el relato evangélico nos muestra a Jesús hablando a solas con Dios, su Papá. Al concluir, sus discípulos —como entonces se estilaba— le piden que les enseñe a orar. Él les enseña el Padrenuestro y acto seguido da una recomendación a través de una parábola: aquel que, recibiendo una visita inesperada, toca impertinentemente la puerta de su vecino pidiéndole tres panes para atender a su huésped. El vecino se niega a hacerle el favor, pues ya está acostado. Jesús concluye que, si no se levanta por ser en definitiva su amigo, lo hará para que deje de “fastidiarlo”. Después agrega que, si los hombres siendo “malos” saben dar cosas “buenas”, cuánto más no hará el Padre celestial que es Bueno y solo hace el Bien.
Una de las claves de la vida espiritual es la constancia. Dios es Dios para que le pidamos, muy a pesar de que sepa lo que necesitamos. La oración de petición no puede decaer bajo ninguna circunstancia. A esta actitud permanente hay que acompañarla de la búsqueda y de la llamada. Nos activamos, pues, para propiciar el encuentro con el Señor de nuestros corazones, como si todo dependiera de nosotros, pero a sabiendas de que todo depende de Él.
Pedir sin desmayar
Muchas peticiones se agolpan en mi patena y en mi cáliz, al presidir la Eucaristía dominical. La que más espontáneamente brota es la libertad. Preso por la falta de luz, sediento por la falta de agua, me solidarizo con todos mis hermanos venezolanos que padecen injusta pero sostenidamente la calamidad provocada en la tierra que dio a luz a Simón Bolívar. La celebración de la Misa incluye durante el gesto de la paz la petición de la paz —precisamente—, de la unidad y… ¡de la libertad! Los eventos pueden opacar los ánimos, deprimir los espíritus, doblegar las voluntades. Hemos de pertinazmente no decaer: la Verdad nutre el ánimo de las personas, la Bondad da de comer al espíritu y la Belleza sostiene la voluntad.
A los acontecimientos nocivos, habrá que sumar la premura de quienes desean poder ir al supermercado y encontrar lo que se busca a precios accesibles, ir a la farmacia y conseguir los medicamentos a la mano, caminar por las calles sabiéndonos más valiosos e importantes que nuestros teléfonos celulares. La impaciencia puede truncar procesos.
Volvamos al Evangelio y a los árboles: insistamos sin desmayarnos en que el fruto futuro anime la siembra presente.
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