Pescadores de mi tierra
Por lo general, los pescadores de mi tierra, el Sucre del Gran Mariscal, no echan de menos un hotel cinco estrellas ni un chapuzón en la piscina, se conforman y deleitan con el infinito mar y con el manto de mil estrellas que cobija sus amaneceres.
Duermen en chinchorro, junto al bote. En sus días de pesca no usan relojes ni despertadores, su alarma es el despuntar del alba y sus ojos se espabilan con la madrugada, esa que fija la faena.
Los primeros recuerdos de vida que guardan son los de una estela, un canalete, un anzuelo, o la espuma marina salpicando sus ojos, pero casi ninguno recuerda cuando fue la primera vez que lo pasearon en un bote.
En la mar caminan lento con las manos en alto. No han estudiado las propiedades de las fuerzas viscosas, pero saben que entre más rápido pretendan caminar, más los frena el agua.
Su camisa casi siempre va desabotonada para sentir la brisa marina en sus torsos, alertas para el chapuzón la zambullida, ellos hablan a gritos, hasta en los velorios, porque piensan que la brisa marina se lleva sus palabras.
No van al gimnasio pero en sus labores cotidianas hacen rutinas de hombros, brazos, piernas y abdomen cada día; tampoco usan temporizador pero la sincronía de sus movimientos al remar son perfectos.
No han estudiado la astronomía en academias, pero saben dónde está la estrella polar, la osa mayor y saben diferenciar el norte del sur, aunque sea de noche. No usan GPS, no conocen la electrónica de cómo funcionan estos aparaticos, pero pueden ubicar la posición exacta de la nasa en el fondo del mar sin necesidad de conectarse con un satélite.
Su bote peñero no usa radar, sin embargo, ellos pueden perseguir el cardumen sin llegar a verlo. No necesariamente saben lo que es una yarda ni cuantas pulgadas tiene un pie, por lo general miden en brazadas y, sin tener sonar, saben a qué profundidad están las catalanas y a cuál los corocoros.
Quizás nunca alcanzaron a estudiar lo que es el Momento Angular y su conservación en el movimiento, pero si saben qué giro darle al plomo de la atarraya para que éste vuele y se abra como un abanico sobre los peces.
No estudiaron mucho lo que es el Principio de Arquímedes, pero saben que el pez pesa menos en el agua que en el bote, aunque sea el mismo pez. Quizás la gran mayoría de ellos tampoco llegó hasta los estudios para saber de eso que los ingenieros y arquitectos llaman la “dinámica” y la “estática” pero, todos saben que la tensión en el anzuelo no se debe al peso del pez sino a su movimiento; más aún, por la tensión adivinan qué presa trae su anzuelo sin que el cordel tenga cámara de fibra óptica en su extremo.
Sin tener mayores conocimientos de eso que se conoce como los servomecanismos, el pescador de mi tierra tiempla el extremo del nylon que aprisiona su mano al mismo tiempo que el pez comienza a cerrar su boca sobre la carnada en el otro extremo de la cuerda.Nuestros pescadores no usan sextante ni su bote lleva una Rosa de los Vientos pero nunca se pierden en la mar.
Se curan las heridas con agua salada y las punzadas de raya y pez sapo con cera caliente derretida, no usan protector solar ni los encandila el sol, la piel de los pescadores viejos parece papel cuadriculado color carne, fuente de inspiración de maravillosas obras de arte como las de Armando Reverón.
En sus faenas no usan zapatos sino chancletas; tienen cayos en los pies, los hombros y alrededor del dedo índice. Casi todos cortan sus pantalones a nivel de las rodillas y pudiera decirse que ninguno usa traje de baño, y que si lo usan va debajo de su pantalón brinca pozo.
No se rasuran la barba para las faenas de pesca y sólo lo hacen para alguna formalidad social, pero lo que nunca se han afeitado son las piernas. Les encanta una camisa a cuadros y comer con las manos, beben café en pocillo de peltre y endulzan con papelón, se curan la gripe con ron y limón, les gusta las peleas de gallos y jugar truco, no se pierden la narración por radio del partido de beisbol ni de un combate de boxeo.
A los chistes los llaman cachos y cuando escuchan uno que les gusta se aprietan la barriga y ríen a carcajadas. Casi todos tienen una cotorra y todos un perro cacri como fiel compañero que los sigue donde quiera vayan y los esperan en la arena de su vuelta de la mar.
No beben cuando pescan ni pescan cuando beben. Se persignan antes del primer lance del anzuelo y si la faena de un día es buena no pescan al siguiente. Son devotos de la Virgen del Valle pero en la tormenta se encomiendan a Santa Bárbara.
Ahuyentan la lluvia con una cruz de machetes, y cuando llueve con sol dicen que el diablo y la diabla están peleando. Siempre usan gorras y no les importa ponerse la de cualquier equipo aunque ellos sean del Magallanes.
Cuando garúa, levantan la cara y beben agua de lluvia, aunque no tengan sed; se refieren a su hijo menor como “el carajito chiquito”, saben silbar a los delfines para que les acompañen en su travesía y también a su amada compañera en su llamado cotidiano.
Comparten su pesca con el guanaguanare y con el alcatraz que los acompaña, pero también con su vecino. Han oído hablar del Efecto Doppler de la física pero no conocen esas complicaciones entre frecuencia y velocidad, sin embargo por el canto de la gaviota saben si ésta se acerca o se aleja del bote.
Devuelven al agua al pez pequeño, pero son implacables si lo que se ensarta en su anzuelo es una morena o un pez sapo; no comen langosta porque siempre hay un amigo a quien complacer.
Saben hacer garapiños y con ellos pescar lisas o lurias, saben escalar y salar pescado, comerlo crudo, hacer tiras de jurel, filetear un lenguado y asar sardina en una lámina de zinc. Conocen cómo pescar jaibas con puya y con cesta, diferenciar entre un cataco y un ojo gordo.
Llaman luria al calamar; y pargo blanco a la petota, a ver si encuentran un incauto quien lo compre. No conocen mucho de cómo se propaga el sonido en el agua y quién sabe si conocerán a qué velocidad se propaga, pero saben golpear la ola con su canalete para arriar el cardumen de jureles hasta vararlos en una orilla de playa.
Saben calafatear un bote y tirar el rezón, capturar sardinas en cambote y mantenerlas vivas en el mar.Los pescadores de mi tierra no son ni Sumito ni Escannone, pero cocinan muy sabrosas recetas de pescado frito, en tortilla, en paté, sancochado, al horno, a la parrilla, al ajillo, al mojito, al vapor, en salmuera, envinagrado, en tiras, asado, en sancocho, cocido, a la brasa, salado, empanizado, en escabeche, en “escorbuyon”, a la plancha, en leña; saben preparar pastel y cuajado de tripa de perla, calamar, langostino, almeja, arrechón, botuto, ostra, guacuco, chipichipi, pulpo, papo de la reina, vieras, pepitona, y hasta saben hacer lo que llaman “sancocho de perro” cuando lo único que hay es pescado y agua de mar.
Para deleite de todos y complacencia de los recién casados, los pescadores de mi tierra saben mezclar en su justa proporción una gran variedad de especies marinas para hacer “coctelitos” bautizados “rompe colchón” a los que además de ponerles sal, limón, vinagre, aceite, condimentos y especies, colman con el amor del pueblo oriental.
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