Luis “Pocho” Díaz, de Los Sabanales a la gloria del futsal

Luis Díaz, mejor conocido en el futbol de salón guayanés, como “Pocho”, nació en Caripito, estado Monagas, pero apenas tenía dos años cuando su familia se trasladó a San Félix, específicamente a Los Sabanales. Allí creció, y justo al frente de la casa de su madre, una plaza con una cancha pintada en el asfalto se convirtió en el escenario donde nació su pasión por el fútbol de salón. Observaba con fascinación a jugadores que mostraban habilidades desconocidas para él, en caimaneras improvisadas con arcos pequeños. Esa chispa encendió una llama que no se apagaría más.
En aquellos primeros días, “Pocho” era sencillamente un muchacho curioso que absorbía cada movimiento, cada jugada, no había escuelas de futsal cerca, así que el aprendizaje fue callejero, lleno de improvisación y creatividad. Poco a poco fue ganando confianza, hasta que su mirada se fijó en “Los Sabanales F.S”, un equipo legendario del barrio, con figuras respetadas y mucha experiencia.
Su primer gran anhelo fue jugar con Los Sabanales, tal oportunidad llegó durante un campeonato interno de la comunidad, donde su talento convenció a todos. A partir de ese momento, representó al barrio con orgullo, participando en su primer campeonato en la cancha Flamingo de la UD-145. Fue allí donde comenzó a escribir su historia dentro del futsal, enfrentándose a rivales que, aunque locales, ya exigían concentración y temple de jugador grande.
“Pocho” recuerda con gratitud a sus primeros mentores, entre quienes están: Manuel López, su amigo quien lo guió en los inicios; Del Valle Rojas, el popular “Vallito” de Venalum, a quien conoció cuando empezó a trabajar en la empresa; y Rubén Jiménez, de la selección del estado Bolívar. Cada uno le aportó disciplina, técnica y mentalidad ganadora, elementos que serían clave para su progreso.
El salto de los torneos locales a los nacionales fue duro, ya que la competencia era intensa y el talento abundaba, pero su disciplina y constancia le abrieron puertas. Pocho no era el más alto ni el más fuerte, pero su velocidad mental, capacidad para leer el juego y determinación lo pusieron rápidamente en el radar de entrenadores que valoraban más la entrega que la fama.
Su debut en los nacionales tuvo un episodio especial, el número 10, inicialmente asignado a otro jugador, terminó en sus manos por decisión de un compañero que reconoció su liderazgo. Desde entonces, ese dorsal se convirtió en símbolo de su protagonismo en la cancha. Fue un debut bajo presión, pero también la primera vez que sintió que podía ser el corazón de un equipo.
En el ámbito profesional, fue en el año 1993 con Caciques de Monagas bajo la dirección del entrenador brasileño Fariña, vivió momentos de tensión, su carácter de líder dentro del juego no fue bien recibido al inicio, pero con el tiempo demostró que su visión y capacidad goleadora eran imprescindibles. Así, terminó dirigiendo el rumbo del equipo desde el rectángulo de juego y consolidándose como uno de sus pilares. “Pocho” no solo fue un jugador talentoso, sino un competidor incansable.
Desde aquellos primeros partidos en San Félix hasta sus triunfos en torneos nacionales, su historia es la de un muchacho que aprendió en la calle, se curtió en canchas humildes y llegó a lo más alto gracias a su constancia. Sin embargo, lo mejor —y también lo más duro— de su carrera aún estaba por llegar: vestir la camiseta de la selección nacional.
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