Opinión

Los políticos y la disociación psicológica

Los trastornos disociativos también suelen alterar la identidad, la memoria y la percepción del entorno provocando que el razonamiento se altere.
pablo quintero
lunes, 11 agosto 2025

La disociación o distanciamiento de la realidad, es una condición psicológica que se puede presentar como un mecanismo de adaptación o de defensa con el que se busca minimizar el impacto del stress en una situación de conflicto y puede presentarse tanto en niños como en adultos.

Etimológicamente, la disociación viene del latín “dissociatio” y significa “acción de separar algo que estaba unido”. Esto explica que el individuo genera una construcción mental diferente a la realidad y vive como en una especie de “sueño o burbuja” mientras realiza sus actividades cotidianas. Según la corriente psicoanalista, la disociación es un mecanismo de defensa en la que la persona convive con fuertes incongruencias y no es consciente de esto.

Los trastornos disociativos también suelen alterar la identidad, la memoria y la percepción del entorno provocando que el razonamiento se altere. Esta es una situación delicada y dolorosa que requiere atención medica de la mano de especialistas.

En política, la disociación es igual de común como el histrionismo, el narcicismo, la evitación, la bipolaridad y el trastorno obsesivo compulsivo. Se suele pensar que los políticos al ser figuras de alta exposición personal y mediática, con responsabilidades en los asuntos públicos, no sufren este tipo de enfermedades, pero a veces es todo lo contrario. Son estas condiciones las que definen la personalidad del político y a veces sus decisiones. Es raro cuando un líder admite convivir con este tipo de padecimientos al temerle al escrutinio y develar una imagen débil e incapaz.

Lo mismo ocurre con la depresión y la ansiedad, son contadas las ocasiones en las que un político le revela a sus seguidores sufrir de un ataque de pánico o de un cuadro ansioso. Mucho menos atenderlo en un psicólogo. Sin embargo, suele ocurrir que el sistema político les brinda a estas personas un entorno adaptable donde la psicopatología termina por decantar en los asuntos públicos.

Para muchos políticos, el poder o la sensación que esto genera es el mejor antídoto. En 1978, el psiquiatra español Francisco Alonso Fernández, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid dijo lo siguiente: “¿Cuántos políticos, llevados por factores personales, han cometido errores en sus gestiones? (…) Cuando un político no disfruta de un estado de salud mental aceptable, su conducta rezuma peligrosidad”.

A su vez, el neurólogo David Owen, reconocido por estudiar el cerebro de los políticos, aseguraba que la política puede ser un factor de riesgo para desarrollar la locura y tanto poder puede afectar el juicio de los dirigentes. La megalomanía o el delirio de grandeza es algo muy común que la sociedad ve todos los días, en medios tradicionales y en redes sociales. ¿Cuántos políticos hemos visto que asuman sus errores en público o que renuncien a sus cargos? Seguramente muy pocos. Al menos Churchill, quien llamó a su depresión como “perro negro”.

Uno de los factores de riesgo para la sociedad es cuando el político entra en una etapa paranoide en la que considera que todos están en contra de él. Ya no basta con vigilar y desarrollar al máximo el síndrome de Hubris sino también en azotar con palabras a los traidores y premiar a los fieles, aquellos que nunca cuestionan. Esta situación encadena al político y lo aísla por completo de la sociedad, de sus asesores, del razonamiento y el sentido común.

Algunos optan por huir hacia adelante y llevarse por el medio al que sea con tal de que sus decisiones se cumplan, otros sucumben ante el baño de realidad y desarrollan una especie de duelo interno al ver como sus proyectos no se concretan. Es probable que, a este punto, el político desarrolle un cuadro depresivo.

Desde la Grecia antigua estas condiciones o enfermedades se manifestaron, incluso de peor manera, sin asesoramiento de especialistas. La simple manifestación de estos trastornos fue analizada como parte del autodescubrimiento del hombre en el campo de la psicología y la filosofía desde esa época hasta nuestros días. Eurípides: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco” frase que describe aquel impulso irracional que se ve en el síndrome de Hubris, otra de las condiciones psicológicas mas perjudiciales y antiguas en el mundo de la política. Este síndrome se caracteriza por un exceso de autoconfianza, superioridad, soberbia, convicción de que la lucha política es solo un asunto existencial, creencia irracional de infalibilidad, desprecio por la otredad, carencia de empatía y disociación.

En el transitar político se suelen normalizar los síntomas de estas psicopatologías al considerar que representan un comportamiento normal y justificado dentro del contexto emocional, cuando en realidad, en los detalles, se observar patrones, conductas y características que evidencian un problema de carácter psicológico.

Las señales conductuales son aquellas que nos permiten analizar no solo la comunicación, el entorno, la estrategia y los escenarios, también el actor protagonista y su desenvolvimiento personal. La Asociación Estadounidense de Psiquiatría describió las señales conductuales típicas de diversos trastornos que, además de facilitar el trabajo de los expertos, pueden ayudar a los ciudadanos no entrenados a identificar un fenómeno social complejo y polémico; en este caso, relacionando esas señales con las conductas observables de algunos líderes políticos, con el propósito de entenderlas y detectar su presencia.

El neurólogo y político británico David Owen, en su libro “En el poder y en la enfermedad” señala que los políticos suelen reconocer en público con mas facilidad las enfermedades físicas que las mentales, además, hay un punto importante, el juicio solo tiene sentido si es acompañado de un diagnostico por lo que es un asunto complicado concluir que alguien padece de “locura” “demencia” o “megalomanía”. En su libro, Owen explica al detalle como los periodos de tensión política, guerra y elecciones afectan a los políticos, como ocurrió con John. F Kennedy, Churchill, Francisco Franco, Charles de Gaulle, Philippe Petain, Stalin, Hitler entre otros.

La sociedad debe atender aquellos políticos que presentan características disociativas y procurar un mayor juicio al momento de darle atención a sus discursos y propuestas. Este tipo de conductas perjudican a la misma persona y a sus seguidores ya que se generan expectativas, ilusiones y decisiones contraproducentes para cualquier estrategia política y la convivencia pacífica en el resto de los actores de la vida pública. Las conductas disociativas también dan pie a otros problemas dentro del entorno político como lo es la demagogia, el populismo, el culto a la personalidad o fanatismo desbordado. Algo muy común en la política de estos tiempos.

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