Los excesos del discurso político, de las promesas a las decepciones

La beligerancia puede ser atractiva y seductora para las redes sociales, pero al no cumplirse las expectativas la frustración y pérdida de credibilidad es lo que queda. Cuando el termómetro mediático se calienta, aparecen los agravios, los desencuentros y los improperios. Situaciones desfavorables y muy poco estratégicas en un contexto político donde la oposición venezolana requiere de circunspección, prudencia, estrategia y racionalidad. Cada jugada en falso son tres pasos hacia atrás y eso es lo que ha ocurrido con los llamados a una intervención militar en Venezuela.
La elaboración de una estrategia como punto de partida es vital para alcanzar cualquier objetivo. Si se deja a la improvisación el accionar político, tal como ha sucedido, es probable que todo salga mal. En la mayoría de los casos, siempre gana en la lucha por el poder aquel actor político cuyos movimientos partan de una acción estratégica, aquel que conozca muy bien al adversario, pero más a sí mismo. Lo que ocurre en la actualidad en Venezuela es precisamente esto, un gobierno que se conoce a si mismo y una oposición que se desdibuja, que sigue proyectando una imagen de dependencia hacia los Estados Unidos.
La psicoterapia política es obligatoria para entender el fracaso de los actores políticos y las causas que movieron sus decisiones. En el pasado, un sector de la oposición condenó la vía electoral dejándose llevar por las promesas de cambio de Donald Trump. Muchos optaron por “salidas rápidas”, “uso de la fuerza”, “intervención militar”. Fueron voluntariamente instrumentalizados por actores internacionales que defendían sus intereses electorales tal como lo hace Rick Scott o Marco Rubio en la Florida. No obstante, la ilusión de la intervención militar sigue en la mente de aquellos venezolanos que ven a Rubio y a Trump como unos héroes.
Hoy la política plantea otras realidades. La agenda de confrontación no está cerca de la conversación ciudadana, el sentimiento de la gente está alejado de la ira y la confrontación. Quienes prometieron un “maduro vete ya” decepcionaron a la mayoría y generaron un cuadro de frustración en una población agotada de la supervivencia, la negligencia y la violencia política.
El narcicismo y la desmesura está acabando con la oposición. Quienes aspiran al poder deben avanzar en la construcción de una alternativa política moderada, amplia e inclusiva, con propósito de transición, no de venganza y destrucción. Un eventual cambio de dirección política en Venezuela pasa por negociar, dialogar y considerar a todos los sectores que hacen vida en el país. Nadie tiene la suficiente fuerza para sostenerse por sí solo y mucho menos María Corina Machado, un actor político extremadamente toxico incapaz de construir una oposición sólida, todo lo contrario, ha logrado cohesionar más al oficialismo.
La política mal comunicada, torpe y escandalosa se vuelve vulnerable, sorda y predecible. No le sirve a nadie, no llega al poder. El ciudadano fuera de los partidos no está en la misma sintonía de la militancia enardecida, instantánea y reactiva de las redes sociales. Aquella que defiende su verdad y no los hechos de la realidad.
Renovar la ilusión es parte del gran trabajo de movilización y reactivación político partidista, para ello es fundamental conectar el discurso con la realidad y eliminar el realismo mágico dentro de la política cotidiana. La grandilocuencia y el populismo son tóxicos y muy contagiosos, empujan a caminos sin oportunidad y sin salida.
Pablo Quintero
quinteromolinari@gmail.com
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