Opinión

Corazones de aceite

"Para un observador imparcial el espectáculo fue bochornoso: primero fue la violencia, después la burla, la humillación, la descalificación y un resultado de muerte, sufrimiento y destrucción".
sábado, 02 marzo 2019

Quien ganó el pasado 23 de febrero, los que querían que llegara la ayuda humanitaria o los que la rechazaron violentamente. Hay diferentes versiones que analizan los hechos desde la confrontación interminable que vive la sociedad venezolana. Y esto es lo que llama la atención, se ve como algo normal que el país esté totalmente fracturado y enfrascado en una lucha por el poder, que ha hecho que se olvide lo más importante, el bienestar de su gente.

Para un observador imparcial el espectáculo fue bochornoso: primero fue la violencia, después la burla, la humillación, la descalificación y un resultado de muerte, sufrimiento y destrucción. En fin, ¿Quién ganó? Depende de cómo se vea. Ahora bien, quien perdió; aquí no hay discusión: el pueblo venezolano sigue perdiendo y su gente sigue sufriendo, con la sensación de que su vida es más corta que el tiempo necesario para que llegue la solución a sus problemas.

El domingo pasado, en la misa dominical, después de la reyerta del sábado, el sacerdote se encontró con el problema de interpretar el pasaje evangélico que dice, “hay que amar a los enemigos”. ¡Qué cosa tan difícil es estos tiempos! Como difícil es entender al verdadero Jesús, que lloró, cuando vio lo que le esperaba a Jerusalén. De igual manera se puede sentir el venezolano en la actualidad, cuando ve que su hermoso país se lo tragan los peores demonios que surgen de los corazones humanos.

Y lo más irónico, es que hay quienes empuñando el hacha de la guerra, se presentan como promotores de la paz, Habría que recomendarles que leyera a San Agustín o Santo Tomas que, palabras más palabras menos decían que, la paz es la tranquilidad que produce el orden y la justicia, no la sumisión del adversario.

En este momento, el mejor camino para recupera la ruta de la paz, es que se celebre elecciones generales, libres y confiables, sin dejar de atender los asuntos urgentes de la cotidianidad. Mientras escribo este artículo, veo por la ventana de la oficina como el Parque Cachamay se quema sin que nadie se ocupe de apagar el fuego. Esto puede ser un ejemplo de lo que se vive: preocupados por “El gobierno” se olvidan de que hay que gobernar, y gobernar es mucho más que mandar, es servir a la comunidad.

Sin caer en cursilerías, hay que decir que los actores políticos no tienen un “corazón para la paz”. El poder es más importante que el sufrimiento humano y en definitiva, alcanzarlo o mantenerlo, justifica todo lo que se pueda hacer para lograr ese objetivo.

Las escenas de los últimos días me hacen recordar los poemas de Federico García Lorca, que retrataban la crisis que vivía el pueblo gitano, asediado por los enemigos y en permanente reyerta. A si se titula uno de los poemas que me enseñó mi padre cuando era niño y que hoy al releerlo adquiere significado especial, porque la grandeza del verso describe mejor el horror. Entre otras cosas dice: “En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria relucen como los peces. Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde, caballos enfurecidos y perfiles de jinetes… En la copa de un Olivo lloran dos viejas mujeres, el toro de la reyerta se sube por las paredes… Ángeles negros traían pañuelos y agua de nieve. …Ángeles con largas trenzas y corazones de aceite”.

Sin palabras: Federico García Lorca. Su pluma inmortal me hace pensar que, el país no tiene salida mientras su destino esté en manos de quienes no tenga la sensibilidad humana suficiente para escuchar las voces de la amargura. @zaqueoo

 

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