Opinión

Conversando con Ítalo Suárez, sobre cuando el talento asciende

Cuando un club profesional acoge a un talento local, está dando un mensaje claro: “que es reconocer lo que es el atleta y lo que el mismo representa”.
José Cedeño
domingo, 03 agosto 2025

Hace unos días, en una conversación sin apuro con Ítalo Suárez —ese hombre que lleva el deporte en la piel y en la mirada— surgió una pregunta que aún me acompaña: ¿Cuán importante es para una comunidad que uno de sus atletas llegue a un equipo profesional? La interrogante se deslizó entre palabras, como quien deja caer una piedra en un lago sereno, esperando que las ondas digan el resto.

Ítalo, con esa calma reflexiva que le conocemos, fue desgranando ideas con naturalidad. Hablaba del impacto silencioso, pero profundo, que tiene para una comunidad ver a uno de los suyos alcanzar el nivel profesional. Porque cuando eso ocurre, no se trata solo de una historia personal de éxito, sino de una afirmación colectiva: “sí es posible”. Esa afirmación es como un combustible emocional para quienes siguen abajo, soñando desde canchas polvorientas o gimnasios improvisados.

Decía Ítalo —y coincido— que con cada atleta que logra llegar, suben muchos más. Sube la madre que madrugó durante años para prepararle algo de comer antes del entrenamiento, el vecino que motivaba, el entrenador que creyó en él cuando aún no destacaba. Suben también los compañeros de infancia que compartieron balones, derrotas y sueños en igual medida. Además de los que empujaron en silencio, porque ningún logro individual lo es del todo.

Hablamos de cómo los clubes profesionales, en su afán legítimo por buscar talento, algunas veces olvidan mirar con atención el contexto, ya que un atleta de élite que proviene de entornos difíciles no solo entrega rendimiento físico. Trae consigo una historia de lucha, una carga emocional que lo hace único, una conexión profunda con una comunidad que lo sigue, lo celebra y lo respalda. Esos vínculos no se fabrican en oficinas ni se compran con contratos, los mismos se construyen en años de sacrificio y perseverancia.

La conversación nos llevó a otra arista, la responsabilidad que asumen, sin pedirla, estos atletas cuando llegan, ya que se convierten en referentes, en espejos donde muchos se miran. Y ese rol, aunque intangible, pesa. Pesa en cada palabra que dicen, en cada decisión que toman, en cada vez que regresan —o no— a su barrio de origen. Por eso, también, el acompañamiento debe ser integral, no basta con firmar un contrato y ponerlo en la cancha, es necesario cuidar al ser humano detrás del número.

Y es que, cuando un atleta llega a la alta competencia o al deporte espectáculo, su historia puede volverse semilla para muchos más. Por eso, el deporte profesional tiene también una responsabilidad social, la de abrir puertas, pero también de mantenerlas abiertas. A veces, todo lo que necesita un niño, o un adolescente para no rendirse es saber que alguien de su comunidad lo logró, y si lo logró, entonces tal vez él también pueda.

Cuando un club profesional acoge a un talento local, está dando un mensaje claro: “que es reconocer lo que es el atleta y lo que el mismo representa”. Ese gesto, bien entendido, tiene efectos expansivos, ya que no es solo un fichaje, es un acto simbólico, un puente entre el deporte de alto nivel y la realidad de miles de jóvenes que, al verlo triunfar, se atreven a soñar. Muy buena la conversación con Ítalo Suárez, pero el silbato de la autoridad de la cancha hace el llamado y quedan temas pendientes para una futura oportunidad. Amigas y amigos que siguen el presente espacio no encontramos en la próxima oportunidad con el favor de Dios. Para contacto @Joseceden o por Facebook / José E Cedeño González (El hijo mayor de Otilia González).

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