Mundo

Voluntarios al rescate de animales en el Pantanal brasileño

Capturar un jaguar es una operación titánica, que incluye dardos de sedación y un abordaje de fuerza.
Por: AFP
jueves, 17 septiembre 2020
Cortesía | En la reserva hay unos 150 ejemplares identificados

Pilotando de pie una lancha rápida y escaneando el horizonte con la mirada, la joven Eduarda Fernandes recorre el río Piquiri, en el Pantanal brasileño, en busca de jaguares heridos por el fuego.

Desde que los incendios llegaron al Parque Encontro das Aguas, el mayor santuario de las Américas de este felino, ‘Duda’ se dedica a rescatarlos y curarlos, junto a un equipo de veterinarios y biólogos que acuden a los lugares donde se les señala su presencia.

“Nuestro objetivo es reducir al máximo el impacto del fuego, dejándoles agua y comida o patrullando el río para rescatar animales heridos”, explica esta guía de tan solo 20 años, que hace cinco dejó su vida en Cuiabá (centro-oeste) y se instaló en la región de Porto Jofre, a 250 km, principal destino ecoturístico para observar jaguares.

En la reserva hay unos 150 ejemplares identificados –se cree que son más- y durante la temporada seca es muy fácil verlos en los barrancos o los bancos de arena a orilla de los ríos.

Pero con el fuego, que consumió el 85 % de este parque de 109.000 hectáreas, muchos han desaparecido, y se ignora si están heridos, si migraron hacia otro lugar o si murieron.

¿Cómo se rescata un jaguar?
Tras dos horas de travesía río adentro, el equipo llega al lugar donde un jaguar macho descansa junto a la orilla, bajo un árbol del que cuelgan lianas. Observa fijo al grupo que se acerca en barco, equipado con una jaula.

Le toman fotos y constatan que tiene una pata delantera lastimada, por el fuego o en una pelea con otro macho.

Capturar un jaguar es una operación titánica, que incluye dardos de sedación y un abordaje de fuerza con al menos tres barcos.

El sedante tarda unos 10 minutos en surtir efecto y en ese lapso el animal –un hábil nadador- puede intentar huir, con riesgo de ahogarse al perder gradualmente sus funciones motoras.

“Todo puede salir mal”, resume Jorge Salomao, veterinario de la ONG Ampara Animal, que se sumó hace algunas semanas al esfuerzo liderado por Fernandes para socorrer animales.

Mientras los veterinarios debaten en voz baja, bajo un calor acuciante, rodeados de vegetación parcialmente quemada, el jaguar se pone de pie y camina hasta la orilla para beber.

“Mueve la cola al estar echado, está atento y su postura no es de dolor agudo. Le incomoda caminar, pero creemos que puede recuperarse solo, así que abandonaremos el procedimiento de captura”, indica Salomao, que volverá en unos días para comprobar su evolución.

La semana pasada este mismo grupo rescató un jaguar con severas lastimaduras en las patas y lo transportó en helicóptero hasta Cuiabá para tratarlo.

Brigada animal especialista en desastres
Otros voluntarios recorren en un 4×4 la Transpantaneira, una polvorienta ruta de tierra batida de 150 km que conecta Porto Jofre y Poconé. Su misión: depositar en unos 70 puntos geolocalizados agua y frutas –bananas, manzanas, papayas- para los animales que han perdido su fuente de nutrición por las fuegos y la sequía.

Se trata del Grupo de Rescate de Animales en Desastres (Grad), un equipo multidisciplinario especializado en atención a la fauna durante grandes catástrofes.

Con la experiencia de los deslizamientos de tierra en Nova Friburgo (2011) y las roturas de diques de residuos mineros de Mariana (2015) y Brumadinho (2019), fueron llamados para intervenir en el Pantanal, el mayor humedal de agua dulce del planeta, compartido por Brasil, Bolivia y Paraguay.

“El incendio en sí es un gran problema; pero el después, el hambre y la sed que los animales van a sufrir, es otro problema”, explica Enderson Barreto, estudiante avanzado de veterinaria de 22 años que integra la brigada, financiada con recursos propios y donaciones.

“Estamos encontrando animales enflaquecidos junto al camino”, añade, mientras deja otro cajón con frutas bajo uno de los puentes de madera que atraviesan los riachuelos secos.

Todos usan guantes gruesos y protectores rígidos hasta la rodilla para evitar la mordida de serpientes venenosas, comunes en la región.

La veterinaria Luciana Guimaraes sostiene en sus manos un pequeño mono aullador que fue atropellado al atravesar la pista.

“Probablemente va a aumentar el número de animales atropellados, porque están desesperados buscando agua y alimento”, lamenta esta especialista en fauna silvestre, de 41 años, que vino desde Sao Paulo.

“La fuerza de la naturaleza es muy grande, tiene un gran poder de recuperación, inclusive en un escenario así, donde todo parece haberse quemado”. Pero “lamentablemente, eso puede tomar tiempo”, alerta.

 

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