Mark Carney y Donald Trump se reunieron en medio de las tensiones comerciales

El encuentro de este martes entre el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Canadá debería haber sido una pura formalidad entre dos vecinos, socios y aliados históricos, pero nada en la presidencia de Donald Trump es normal.
Había enormes expectativas, mucha tensión y máxima presión, después de que en noviembre Trump arrancara una inexplicable campaña abogando por la anexión de Canadá, un proyecto delirante para convertir a una nación soberana, rica, orgullosa e independiente en su “estado número 51”. En seis meses, Canadá ha ido al choque, ha despedido a un primer ministro y ha aupado a otro sobre única idea: la resistencia ante Washington.
En seis meses, Estados Unidos ha insultado, ofendido, amenazado y castigado con aranceles. Por lo que esta cita, viendo los precedentes con otros líderes mundiales, era más que importante. Y de forma casi milagrosa ha salido razonablemente bien para la diplomacia, después de rozar eso sí, en varias ocasiones, el desastre.
Trump ha recibido a Mark Carney con una actitud diametralmente opuesta a la que le dedicaba a su predecesor, Justin Trudeau, al que odiaba e insultaba. Le ha elogiado y felicitado por su victoria en las elecciones de hace una semana, “una remontada histórica, de las más grandes en política, quizás incluso más que la mía”, ha bromeado, añadiendo que Carney era un gran líder y Canadá un “gran país, un lugar muy especial”.
El canadiense ha respondido también en términos conciliadores, aplaudiendo “el liderazgo del presidente Trump” incluso en temas tan sensibles como la guerra contra el fentanilo. Pero la luna de miel fue breve.
En términos prácticos, todo se reducía a una duda: ¿qué pasaría cuando se abordara el elefante en la habitación, la idea de una gran anexión? La respuesta llegó rápido. Trump, respondiendo a un periodista, insistió en que lo mejor para todo el mundo sería que Canadá se incorporara a Estados Unidos, “lo que traería rebajas fiscales para los canadienses y mucha más seguridad”, y repitió su retahíla habitual de argumentos. Así que la pelota quedó en el tejado de Carney, que con mucha cautela respondió.
“Señor presidente, como sabe por su experiencia en el sector inmobiliario, hay lugares que nunca estarán a la venta. Estamos en uno ahora mismo, la Casa Blanca. El Palacio de Buckingham, que usted conoce bien, es otro. Tras haberme reunido con los dueños de Canadá durante los últimos meses de campaña, puedo decirle que el país no está a la venta. Nunca estará a la venta. Nuestra gran oportunidad reside en la colaboración y en lo que podamos construir juntos”, ha afirmado.
Ha sido una afirmación tajante, pero con un tono y una actitud dialogante, destinada a no irritar ni provocar una reacción. “Hemos colaborado en el pasado, y parte de ello, como acaba de decir el presidente, se refiere a nuestra propia seguridad, y mi Gobierno está comprometido con un cambio radical en nuestra inversión en la seguridad canadiense y nuestra colaboración.
Y también diré que el presidente ha revitalizado la seguridad internacional, ha revitalizado la OTAN”, ha dicho Carney, agradeciendo la hospitalidad y aplaudiendo “el liderazgo del presidente Trump”, que ha parecido aceptar bien la respuesta. Cuando otro periodista le ha preguntado si esa afirmación de Carney haría las negociaciones comerciales más difíciles, el estadounidense ha dicho que no, pero no sin tirarle un cable envenenado a su vecino. “Nunca digas nunca”, le ha repetido varias veces pensando todavía en su sueño de adquisición.
Pero, a partir de ahí, todo empezó a volverse más incómodo, con la sensación de que podía estallar en cualquier momento. No ha habido tensiones entre ambos líderes, pero sí varios momentos en los que la cerilla se acercó al fuego. Trump, que empezó conciliador, se fue irritando en algunas respuestas generales, enfadándose, despreciando la economía de su vecino, insistiendo en que están hartos de “subvencionarlos”.
Para Carney era mucho más que una primera toma de contacto. Su campaña electoral se ha sustentado sobre la resistencia y la oposición a Trump y sus intenciones. Defendiendo la soberanía del país y avisando a sus conciudadanos que el mundo en el que han vivido durante las últimas ocho décadas ya no existe. Que la relación de siglos con Estados Unidos ya no existe. Que el sistema financiero y económico global, con Washington en el centro y de su lado, es pasado.
El primer ministro, que apenas ha hablado en dos o tres ocasiones en la comparecencia, a pesar de que intentó hacerlo sin éxito en otras, repitió que la idea del “estado 51” era absurda, pero sin entrar en los detalles cuando Trump insistía en que una buena relación económica es vital para sus vecinos, pero casi irrelevante para Estados Unidos. “Tenemos un déficit tremendo, ellos superávit, así que no hay razón para seguir subsidiándolos. Trudeau, al que yo llamaba ‘gobernador’, me decía que los aranceles serían el final de Canadá”, se ufanó Trump.
En los minutos finales de la comparecencia, tras algo más de media hora, la tensión se volvió máxima. La coreografía optimista estuvo a punto de saltar por los aires, y sólo la decisión de Trump de poner punto y final de golpe evitó la tragedia. Carney, intentando en vano intervenir, se veía forzado a defender a su país. Y el presidente, en casa, ante su equipo, estaba perdiendo la paciencia sin que nadie hubiera hecho nada en realidad para ello.
Atacando los acuerdos de libre comercio, tanto el NAFTA como el que él mismo impulsó en su primer mandato. El tono empezaba a parecerse demasiado al que provocó el incidente con Volodimir Zelenski, y la propia Casa Blanca era consciente.
“Esto llevará tiempo y debates, y por eso estamos aquí, para tenerlos”, dijo el presidente sobre las negociaciones comerciales.
“Pero esto es muy amistoso. No vamos a… esto no será como si hubiéramos tenido otro pequeño altercado con alguien más, esto es muy diferente. Esta es una conversación muy amistosa, pero queremos fabricar nuestros propios coches. Realmente no queremos coches de Canadá, y les imponemos aranceles, y en cierto punto dejará de tener sentido económico para Canadá fabricarlos. Y no queremos acero de Canadá porque estamos fabricando nuestro propio acero, o estamos construyendo enormes plantas siderúrgicas ahora mismo. Realmente no queremos acero canadiense, ni aluminio canadiense ni otras cosas, porque queremos fabricarlo nosotros mismos. Y debido a, ya saben, una mentalidad anticuada, tenemos un enorme déficit con Canadá. En otras palabras, tienen un superávit con nosotros y no hay razón para que subvencionemos a Canadá”, ha zanjado antes de que la reunión descarrilara antes siquiera de empezar.
Era un encuentro muy esperado y que llega apenas una semana después de que Carney lograra una histórica victoria en las elecciones de su país, resucitando a su partido, el Liberal, que apenas unos meses antes lideraba las encuestas por más de 25 puntos. Carney, ex gobernador de los bancos centrales de Canadá y de Inglaterra, entró formalmente en política este mismo año, y si se impuso claramente a sus rivales conservadores fue casi exclusivamente por Trump. Por sus ataques brutales, por las amenazas, por los desprecios y porque los ciudadanos percibieron que el líder conservador no se desmarcó lo suficiente.
Minutos antes del encuentro, sin embargo, Trump había enfriado el tono, al menos el tono público, publicando en las redes sociales un mensaje sobre sus vecinos del norte. Mucho menos agresivo y despectivo de lo habitual, pero aun así poco esperanzador.
“Espero con ansias conocer al nuevo Primer Ministro de Canadá, Mark Carney. Tengo muchas ganas de trabajar con él, pero no entiendo una simple VERDAD: ¿Por qué Estados Unidos subvenciona a Canadá con 200.000 millones de dólares al año, además de brindarles protección militar gratuita y muchas otras cosas? No necesitamos sus coches, no necesitamos su energía, no necesitamos su madera, no necesitamos nada de lo que tengan, salvo su amistad, que ojalá siempre mantengamos. Ellos, en cambio, ¡necesitan TODO de nosotros! El Primer Ministro llegará pronto y esa será, probablemente, mi única pregunta importante”, avisó.
Algo parecido hizo la víspera, en los programas de televisión nocturnos, el secretario de Comercio, Howard Lutnick. “Es muy complejo, muy complejo”, afirmó sobre la posibilidad de lograr un acuerdo sobre los aranceles. “Básicamente, se han estado alimentando de nosotros durante décadas y décadas. Tienen su régimen socialista y se alimentan de Estados Unidos… ¿Por qué hacemos allí nuestros coches? ¿Por qué rodamos nuestras películas en Canadá? ¡Venga ya!… Va a ser un encuentro fascinante”.
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