Guardias nacionales gravemente heridos en tiroteo cerca de la Casa Blanca
Disparos a la cabeza, a bocajarro. Así quedaron en estado crítico dos reservistas de la Guardia Nacional de Virginia Occidental que patrullaban el centro de Washington, a apenas una manzana de la Casa Blanca. El atacante, un hombre con barba y sobrepeso, abrió fuego pasada las 14.25 en la entrada de la estación de Metro de Farragut West, un punto habitual de presencia militar. Eligió el lugar y el momento. Sabía dónde estaba y a quién se dirigía.
Los soldados intentaron cubrirse mientras agentes federales y policías vestidos de negro se abalanzaban sobre el tirador. Fue reducido en plena calle, inmovilizado sobre el asfalto y trasladado desnudo en una camilla a un hospital cercano. Varias manzanas quedaron acordonadas y los equipos de emergencia ocuparon, en minutos, una de las zonas más transitadas de la capital: un corredor de oficinas federales, hoteles y accesos al perímetro presidencial por el que pasan a diario miles de funcionarios y periodistas.
La alcaldesa, Muriel Bowser, calificó la agresión como “un tiroteo dirigido”. Un responsable policial apuntó que, por ahora, todo indica que se trata de la acción de «un único atacante», un lobo solitario capaz de sembrar el caos en uno de los lugares más vigilados —y teóricamente más seguros— del país.
El tiroteo ha puesto a prueba un dispositivo que Donald Trump desplegó en agosto, cuando declaró una emergencia por crimen y ordenó sacar a más de 2.300 guardias nacionales a patrullar avenidas, estaciones y cruces estratégicos. Durante semanas, el presidente sostuvo que esa presencia militar había reducido drásticamente los índices de delincuencia. Defendía que homicidios y robos retrocedían gracias a la visibilidad constante de los uniformados.
Pero el ataque, ocurrido en plena festividad de Acción de Gracias mientras Trump descansaba en su mansión de Florida, devolvió a la ciudad a la realidad: esos jóvenes soldados, ya convertidos en parte del paisaje urbano de Washington, también pueden ser objetivo. La imagen de dos guardias nacionales abatidos, sangrando en plena calle y a escasos metros de la Casa Blanca, ha sacudido a la capital y a un país que, pese al despliegue excepcional, no logra blindar ni siquiera a quienes patrullan su corazón institucional.
Rahmanullah Lakanwal, ciudadano afgano de 29 años, identificado como sospechoso del tiroteo.
La reacción fue inmediata
El secretario de la Guerra, Pete Hegseth, ordenó el envío de otros 500 efectivos a la ciudad, pese a que una jueza federal dictaminó la semana pasada que el presidente no puede emplear a la Guardia Nacional para tareas de control del crimen sin el consentimiento del Distrito de Columbia. Su resolución quedó temporalmente suspendida durante tres semanas, y debía entrar en vigor el 11 de diciembre.
Ha habido resistencia política al despliegue, especialmente entre los demócratas, pero su margen de maniobra es escaso: en la capital federal el presidente puede movilizar tropas y agentes federales sin autorización local, y Trump lo ha hecho. La alcaldesa Bowser, sin herramientas legales para impedirlo, ha acatado las órdenes. Este miércoles se presentó en la escena del ataque junto al director del FBI.
El director de ese Buró Federal de Investigación, Kash Patel, aseguró en la lugar de los hechos que los dos miembros de la Guardia Nacional no han muerto, aunque permanecen en estado crítico. Añadió que el sospechoso será acusado de agresión contra un oficial federal.
La confusión sobre el estado de las víctimas marcó la tarde
El gobernador de Virginia Occidental, Patrick Morrisey, afirmó en un primer comunicado que ambos militares habían fallecido, dado que pertenecen a la Guardia Nacional de ese estado y estaban desplegados en Washington desde septiembre. Horas después rectificó: «Estamos recibiendo informes contradictorios sobre su estado. Ofreceremos más información cuando contemos con datos completos. Nuestras oraciones están con estos valientes, con sus familias y con toda la comunidad de la Guardia».
Tras el tiroteo, la Casa Blanca activó la alerta roja, el nivel reservado para amenazas directas contra la vida. Más tarde la rebajó a naranja, un estatus de «riesgo alto» que mantiene al Servicio Secreto preparado para evacuar a quien sea necesario. Como Trump, sus principales asesores no estaban en el complejo presidencial por el descanso de Acción de Gracias.
La investigación continúa abierta. Washington permanece bajo una tensión que no vivía desde hace años, marcada por un despliegue inédito, un pulso político por el control de la seguridad y la constatación de que, incluso con miles de uniformados en las calles, la capital sigue expuesta a este tipo de agresiones.
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