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En este pueblo del Esequibo están más pendientes de sobrevivir que del conflicto

Desde que inició la escalada los precios de la comida y combustible han aumentado.
Por: AFP
miércoles, 20 diciembre 2023
AFP | La mayoría del pueblo trabaja en la minería

Mango Landing se encuentra en plena selva del Esequibo, lejos de la acalorada pugna entre Venezuela y Guyana por este territorio. En este pueblo aislado, donde todo es caro y el principal sustento, la minería, está menguando, la mayor preocupación es sobrevivir.

Guyaneses, venezolanos, brasileños e indígenas viven en este poblado de unas 100 personas, también bautizada “Mangolandia”.

“Convivimos todos bien, sin problema”, dice a la AFP Doriely García, una cocinera venezolana de 30 años cuya pareja es un guyanés de origen indígena.

Venezuela reclama desde hace más de un siglo soberanía sobre este territorio de 160.000 km2.

Pero su reclamo se intensificó tras el descubrimiento de vastas reservas de petróleo en esta región en 2015, al punto que en los últimos días despertó temores de un posible conflicto.

“Los políticos hacen lo suyo y nosotros pagamos los platos rotos”, afirma Robinson Flores, venezolano de 52 años que vive desde hace ocho en “Mangolandia”, a pasos de Venezuela y frente a las aguas fangosas del río fronterizo Wenamu. Para llegar desde Georgetown, la capital guyanesa, se necesitan varios días en barco.

Los presidentes de Guyana, Irfaan Ali, y Venezuela, Nicolás Maduro, se reunieron el 15 de diciembre en una cumbre que ayudó a aliviar la presión, con el compromiso de no utilizar la fuerza, pero no resolvió la disputa.

“Sobrevivimos con lo que tenemos”

Venezuela sostiene que el río Esequibo debe ser la frontera natural, como lo era en 1777 durante el imperio español. Guyana argumenta que la frontera actual, que data de la época colonial británica, fue ratificada en 1899 por un tribunal de arbitraje de París.

Mango Landing está controlado por una comisaría de la policía guyanesa que fue reforzada hace varias semanas con soldados.

Algunas partes de “Mangolandia” dan la impresión de un pueblo fantasma. Muchas casas de madera están abandonadas, con los tejados rotos, y una exuberante vegetación se apodera de ellas.

“Aquí sobrevivimos con lo que tenemos”, resume Flores, que tiene en su pantorrilla izquierda un corte de machete cubierto con una venda hecha con “vinagre, crema antihongos, papel” y cinta adhesiva.

En este lejano oeste de Guyana, como en Estados Unidos en tiempos lejanos, la fiebre del oro ha desplazado poblaciones. Los mineros no lo ven rentable al sopesar el elevado costo de vida con lo que se extrae. Y muchos se dan por vencidos.

En pocos años, Mango Landing pasó de 400 o 500 habitantes a un centenar, la mayoría de ellos venezolanos.

La escasez de oro es la principal causa del éxodo, y la “crisis de Venezuela fue transportada hasta aquí. Los precios se dispararon”, apunta Flores.

“Todo lo que llega aquí, llega por Venezuela: alimentos, gasolina, medicinas, ropa”.

-“¡Poco importa!”-

Desde el inicio de la crisis diplomática, el precio de la gasolina se ha duplicado o incluso triplicado, de dos dólares el litro a seis. Una lata de atún cuesta cinco dólares, una Coca-Cola más de siete.

Todo aumenta por la constante extorsión a la que son sometidos los pobladores.

“Antes, le pagábamos a los soldados venezolanos y a los sindicatos (grupos criminales), luego a la policía aquí. Ahora hay más puestos militares, piden más dinero”, explica un minero venezolano.

“Hasta ahora todo estaba bien, pero ahora todo es demasiado caro”, afirma Cindy Francis, una guyanesa de 33 años casada con un minero.

¿El Esequibo es venezolano o guyanés? “¡Poco importa!”, responde la mujer. “Tenemos que pensar en ganarnos la vida sin ayuda de los gobiernos. Así que eso no cambia nada”, añade, sentada en su casa cerca de un retrato del presidente Irfaan Ali.

Asegura saludar tanto a los soldados guyaneses como a los venezolanos que pasan cerca de su hogar.

“Perderemos todos”

En las tres o cuatro calles de tierra que conforman este pueblo abunda la publicidad de bebidas alcohólicas. Los bares están abarrotados de botellas a la espera de algún cliente. Cerca de allí, dice un vecino, está el sitio en el que trabajan las prostitutas de noche, fundamental en un pueblo minero.

“Mucho trabajo, sin distracciones. Venimos aquí a beber, a divertirnos, a escuchar música”, dice la persona, mientras comerciantes resaltan la necesidad de que mejoren las condiciones de vida para la zona.

Milton Shaomeer Ali, de 64 años, tuvo “un cliente esta mañana, el anterior hace dos días” en su ruinoso comercio. Pide “buenas relaciones políticas y económicas con Venezuela”.

Lionel Coro solo quiere “trabajar tranquilamente”. Este venezolano de 30 años se gana la vida transportando en mula petróleo, diésel y comida por 100 dólares los 100 kg.

“Aquí vivimos mucho mejor que en Venezuela. Como bien, mi situación es estable. Si hay un problema (con el Esequibo), perderemos todos, los venezolanos y los guyaneses”.

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