En Ecuador salvan una variedad de sapos de desaparecer
Iban camino a la desaparición. El calentamiento global los había convertido en animales tan frágiles que los científicos temieron que no tuvieran una segunda oportunidad, hasta que crearon un arca para salvar a una gran variedad de sapos en Ecuador.
En cajas de plástico o de vidrio, con hojarasca, agua o rocas -según las necesidades de cada especie-, el Centro Jambatu reproduce en cautiverio 34 tipos de sapos, cuyas poblaciones han disminuido dramáticamente por el aumento de la temperatura y cambios en las condiciones de humedad.
Fundado en 2011, el centro de investigación opera cerca de Quito y tiene amplios jardines, con una hilera de habitaciones interconectadas en las que científicos imitan los diferentes climas.
“El sueño es que estos animales regresen. Se extinguieron de los parques nacionales (protegidos). Eso es una alerta máxima. Es decir, que un animal se extinga de un parque nacional quiere decir que algo estamos haciendo mal. Ese algo es el cambio climático”, sostiene Luis Coloma, director del centro.
Entre anfibios del género Gastrotheca y de la familia Dendrobatidae, sobresale el Atelopus ignescens o jambato negro, un sapo que fue abundante en páramos y ciudades de Ecuador y que regresó de entre los muertos.
Después de tres décadas de su aparente extinción, reapareció y hoy es el primer huésped del arca que roza la libertad.
Cuatro jambatos dejaron la vida segura dentro del laboratorio y se internaron en un terrario en los jardines del centro ubicado en San Rafael, localidad vecina a Quito.
Ahí, por primera vez, científicos hacen ensayos de preadaptación, a los que accedió la AFP, para evaluar cómo responden a predadores, enfermedades y variaciones en el clima, con miras a una posible reintroducción en su hábitat. Las hembras de esta especie alcanzan los 42,5 milímetros y son más grandes que los machos.
Se busca vivo
En el terrario, que recrea un ecosistema de páramo con un río artificial y vegetación andina, uno de los animales se lanza a la corriente provocando el alborozo de Coloma.
“¡Es la primera vez que ese animal está nadando! Eso debe estar en su memoria genética”, exclama.
Como en otras especies de anfibios, el cambio climático y patógenos como el hongo quítrido mermaron la población de jambatos, hasta su desaparición en la década de 1980.
El Centro Jambatu ofreció recompensas por uno de estos individuos. En 2016 un niño indígena de Cotopaxi (centro) lo encontró y obtuvo 1.000 dólares.
Esto motivó una intensa búsqueda que dio frutos con el hallazgo de una colonia de 36 ejemplares que se integraron al “arca de los sapos” donde nacieron cientos de renacuajos, de los cuales sobreviven 200.
En los laboratorios se generan “poblaciones que tienen suficiente diversidad genética para subsistir en el tiempo”, explica Andrea Terán, encargada del proyecto.
Lograr la reproducción del jambato fue casi que un milagro bíblico. “Son muy difíciles de reproducir en laboratorio porque tienen un comportamiento que se llama hogareño, es decir que siempre regresan a reproducirse en el mismo sitio en el que nacen”, señala Coloma.
Para ayudar a los jambatos y otras variedades, los investigadores han criopreservado en nitrógeno líquido esperma de los machos. Sin embargo, dependen de hallar hembras pues los óvulos al congelarse se dañan.
“Aquí tenemos un tesoro invaluable”, dice Terán refiriéndose al material genético, que incluye semen y muestras de la piel de los anfibios, rica en componentes usados para obtener analgésicos y antibióticos.
Sin protección
Los sapos y ranas son importantes para el control de las poblaciones de insectos. En Ecuador, un país pequeño pero megadiverso, hay 623 especies de anfibios y de ellas casi un 60 % está catalogado hasta en peligro crítico de desaparecer.
Devolver a los anfibios a su hábitat natural es un proceso difícil. No conocen a los predadores ni han enfrentado enfermedades.
También están las amenazas de las truchas introducidas, que consumen los huevos y los renacuajos, y de la minería, que contamina el ambiente natural de los sapos.
“Las ranas no están a salvo en la naturaleza, no tenemos todavía medidas de mitigación, no tenemos medidas de adaptación para el cambio climático” para ellas, sostiene Terán.
La piel, que es el atractivo de los anfibios por sus vistosos colores, es su condena. Si bien su pellejo húmedo les permite vivir en muchos ambientes, también los hace permeables a las enfermedades derivadas de la alteración de su hábitat.
“Para estas especies que están en peligro en la naturaleza, si es que no hay colonias a salvo en laboratorios es muy probable que su futuro sea la extinción”, advierte Terán y lamenta que para muchas ya sea “tarde”.
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