De día es sepulturero y de noche un pastor: La vida de Izaías
Izaías Nascimento tiene una doble vida: de día, presta servicios funerarios a familias pobres que pierden a sus seres queridos, muchos por el coronavirus en Manaos, en el corazón de la Amazonía brasileña. Entrada la noche, es un pastor evangélico que da consuelo en tiempos de pandemia.
Dios, asegura, lo llamó hace cuatro años: “Vas a cuidar de mis hijos que están necesitando una palabra amiga”, cuenta Izaías que oyó en sus oraciones.
Desde entonces, se convirtió en pastor de la Iglesia Pentecostal Alcanzando Vidas. Una misión que cobró más sentido cuando llegó el coronavirus a Brasil, el segundo país más azotado por la pandemia, detrás de Estados Unidos.
Con casi 70.000 contagios y casi 3.000 muertos, el estado Amazonas figura entre los más afectados por el virus y su capital, Manaos, estuvo al borde del colapso en mayo cuando los óbitos diarios subieron un 200 % y el sistema de salud estaba saturado.
Su facilidad de palabra y empatía ayudan al pastor Izaías durante sus horas de trabajo en SOS Funeral, un programa social de pompas fúnebres de la alcaldía para familias de escasos recursos.
A las siete de la mañana, día por medio, comienza su jornada de 12 horas. Este hombre de 49 años, de aspecto fortachón, se viste de pies a cabeza con equipo de protección anticoronavirus y en una furgoneta, con ataúdes a bordo, sale a buscar los cadáveres en los hospitales o en las casas.
“Siento el dolor del prójimo. Este trabajo es lo que más amo, Dios me puso ahí”, dice a la AFP, explicando que el programa ayuda a las familias con el ataúd y con el traslado del cuerpo hasta el cementerio.
Durante el pico del virus “no teníamos descanso”, recuerda Izaías. Su equipo -uno de los ocho de SOS Funeral- llegó a realizar casi una decena de entierros diarios. Pero las cosas volvieron a la “normalidad” y hoy son tres funerales al día.
Dolor y consuelo
Muchas familias pasan del sufrimiento a la rabia cuando llega el momento de desprenderse de sus seres queridos para que Izaías los lleve a cementerios públicos, donde son enterrados en fosas comunes desde que la pandemia golpeó con fuerza a Manaos.
Los familiares “quedan desesperados, salen gritando ‘no te lleves a mi mamá, no te lleves a mi papá’. Nosotros tenemos que aguantar. A veces somos agredidos, pero tenemos que quedarnos callados porque yo sé que duele”, relata.
Usando una mascarilla negra con la frase estampada ‘SOS Funeral’, Izaías consuela a un joven que acaba de sepultar a su padre, víctima del coronavirus. Por normas de la alcaldía, el joven debe hacer la despedida en solitario en el cementerio público.
“Dios me dio ese don de la palabra, lo hago con amor y dedicación a pesar de ser un trabajo de riesgo”, afirma el pastor, que en toda la crisis asegura que no tuvo miedo del virus ni de la muerte.
Ahora como pastor
A las siete de la noche, Izaías regresa a su casa, se da un baño y cena con su familia. Pero su jornada continúa, porque sale de nuevo para oficiar una misa en la casa de algún miembro de su iglesia.
Su voz enérgica resuena en la pequeña cocina de una de las “hermanas” que ofreció su humilde casa de ladrillo para realizar el encuentro. Las autoridades prohibieron las misas para evitar aglomeraciones.
El pequeño grupo, con mascarilla y brazos elevados al cielo, agradece a Dios y recobra fuerzas con las palabras que vocifera Izaías.
Cuando pase todo, tal vez, este pastor retomará la construcción de su propia iglesia sobre la casa que su suegra le regaló años atrás.
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