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Retornar a Guayana: el testimonio de quienes eligieron volver

El retorno no siempre responde a una resolución de los problemas de fondo. En muchos casos, vuelve quien necesita sanar, comprender o cerrar ciclos.
sábado, 27 diciembre 2025
migración
Archivo | El reencuentro de familias que el éxodo fragmentó

Ciudad Guayana ha sido, en los últimos años, territorio de despedidas; familias fragmentadas, maletas hechas a contrarreloj y decisiones tomadas bajo presión marcaron una etapa de desplazamiento masivo que aún deja huellas. 

Sin embargo, también es escenario de retornos, se trata de esas personas que, tras vivir en otros países, vuelven a Guayana con una mirada distinta, atravesadas por la experiencia, el duelo, el aprendizaje y la necesidad de recomponer vínculos.

El retorno no siempre responde a una resolución de los problemas de fondo. En muchos casos, vuelve quien necesita sanar, comprender o cerrar ciclos.

Yajaira Rojas, trabajadora del sector salud, madre y abuela, resume esa complejidad desde lo íntimo. Su salida hacia Trinidad no fue una huida económica, sino un reencuentro familiar postergado. “Tenía muchos años sin ver a mis hijos”, relata. 

Cuando viajó por primera vez, su motivación fue abrazarlos, conocer a su nieta más allá de una pantalla y recuperar el tiempo que la distancia había erosionado.

La segunda experiencia fue distinta. Llegó en medio del duelo por la muerte de su hermana y terminó quedándose más tiempo del previsto, asumiendo responsabilidades que la desbordaron emocionalmente. El idioma, el encierro y la sensación de no pertenecer a Trinidad agravaron un cuadro de depresión. 

Volver a Ciudad Guayana significó, para ella, recuperar el equilibrio. “He mejorado bastante de salud”, afirma, y también de comprensión: ver de cerca la vida de sus hijos migrantes le permitió entender que estar fuera no es sinónimo de abundancia ni facilidad. “No son un cajero automático”, dice, aludiendo a una idea extendida que ignora el peso del alquiler, el trabajo y la supervivencia cotidiana en otro país.

Desde otra orilla migratoria habla Fabricio da Silva, comerciante brasileño que llegó a Ciudad Guayana a inicios de los años 80 huyendo de la situación política de su país. Aquí formó familia y desarrolló su vida laboral durante décadas. Ante la agudización de los desafíos cotidianos en Venezuela, regresó al norte de Brasil con su esposa e hijos. Allí encontró estabilidad, educación y acceso a la salud.

Tras la pandemia, volvió a Guayana con reservas y temores, pero afirma que lo que encontró fue distinto a los años más críticos: una ciudad golpeada, pero en movimiento. “La gente está tratando de reinventarse”, observa. 

Da Silva reconoce la resiliencia como rasgo persistente de los venezolanos, aunque admite que hoy le resulta difícil establecerse nuevamente con su familia en Ciudad Guayana. Las dificultades para el comercio binacional y la incertidumbre frenan su actividad. Aun así, no reniega del vínculo: “Como Venezuela no hay. Aquí me gusta todo, tengo a este país maravilloso en mi corazón”.

José Antonio Parra, ingeniero, emigró a Colombia cuando la compleja situación económica y social venezolana se agudizó. Vivió las dificultades propias del inmigrante, la xenofobia y el proceso de abrirse paso profesionalmente, sin embargo, logró establecerse, ganar confianza y recomendaciones. 

Pero José Antonio decidió volver, no cruzó el Darién rumbo a Estados Unidos porque eligió regresar a Venezuela por su familia y por la convicción de seguir en su país.

Entre sus recuerdos, guarda una escena en un caserío de Cartagena: un anciano que, al escucharlo hablar, evocó la Venezuela próspera donde fue bien tratado y defendió a los venezolanos frente a los prejuicios actuales. Son anécdotas que, según dice, hoy forman parte de su identidad migrante.

Las historias de Yajaira, Fabricio y José Antonio no idealizan el regreso ni romantizan la migración, más bien, revelan que volver tampoco es retroceder.

Es una decisión atravesada por la salud emocional, la familia, el sentido de pertenencia y la necesidad de entender lo vivido.

Ciudad Guayana vuelve a recibir a quienes retornan con cicatrices visibles e invisibles. No siempre ofrece respuestas, pero sí un punto de anclaje.

El retorno se convierte en una forma de resiliencia silenciosa: la de quienes, aun habiendo partido, deciden volver para recomponerse, acompañar o simplemente estar.

 

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