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Quién fue José “Pepe” Mujica, el expresidente de Uruguay que hizo de la austeridad su mayor poder

Mujica se caracterizó por permanentes sorpresas, salidas de protocolo, declaraciones rimbombantes y transformaciones históricas.
martes, 13 mayo 2025
Cortesía | Sobre él se han escrito decenas de libros, traducidos a decenas de idiomas

Activista, guerrillero, revolucionario, preso político, rehén, legislador, ministro, presidente, líder mundial, José “Pepe” Mujica cerró una vida de película.

El carismático líder del izquierdista Frente Amplio de Uruguay fue bautizado por la prensa internacional, entre 2011 y 2012, como “el presidente más pobre del mundo”. Aunque en rigor no lo haya sido, simplemente, por elección, no vivió como viven la mayoría de los presidentes; vivió, decía él, “liviano de equipaje”.

Desconfiaba de las cosas y del consumo. Donó siempre su sueldo de legislador, ministro y presidente casi íntegro, porque decía que con el de su mujer le alcanzaba y le sobraba hasta para ahorrar.

“Yo tengo un patrón y una forma de vida que no la cambio por ser presidente. Entonces me sobra. A otros tal vez no les alcance, pero a mí me sobra”, dijo cuando fue presidente.

Leía denodadamente, pero no tenía una biblioteca frondosa porque regalaba los libros. Usaba casi siempre la misma ropa, aunque ya tuviera varios años con ella. Tenía un viejo celular, porque solo lo usaba para comunicarse, y las noticias las leía en papel, religiosamente. Esa parecía ser la única religión de este hombre que se definía como ateo y amante de la naturaleza.

La suya fue una vida de película. Sobre él se han escrito decenas de libros, traducidos a decenas de idiomas, cientos de entrevistas para todo el mundo, se han hecho varios documentales y películas.

Más de 89 años vividos con toda intensidad, que pasaron de la niñez humilde y trabajadora a la presidencia de Uruguay, pasando por una juventud que abrazó sueños políticos primero con el Partido Nacional uruguayo —al que después se enfrentó con vehemencia — luego por la revolución armada, por la tortura recibida y por la cárcel.

En los años 60, cuando tenía 29 años, cofundó el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana de izquierda, influida por la revolución cubana y el marxismo. En 1970 fue acribillado a quemarropa: recibió seis balazos y sobrevivió por milagro.

Fue encarcelado, pero en 1971 se escapó. Una fuga cinematográfica: la mayor de la historia uruguaya. Ciento diez presos se fueron en una noche del Penal de Punta Carretas, por un túnel subterráneo, hasta una casa lindera ubicada en el que hoy es uno de los barrios más pudientes de Uruguay.

Fue nuevamente capturado en 1972 y ya no pudo escapar. Al año siguiente, una feroz dictadura se instaló en Uruguay.

Mujica permaneció preso hasta 1985. Fueron más de 14 años de reclusión, durante los cuales fue torturado salvajemente y estuvo la mayor parte del tiempo en absoluto confinamiento y soledad, considerado por la dictadura como un “rehén”, es decir, alguien a quien estaban dispuestos a ejecutar ante cualquier desliz de los tupamaros.

Durante su encarcelamiento recibió golpes, humillaciones, picana eléctrica. Comía poco. Se enfermó de los intestinos y riñones. Perdió su dentadura. Su completa soledad lo llevó a descubrir, entre otras cosas, contó después, que las hormigas sí hacen ruido, que cualquier papel sirve para leer o para escribir, y que el tiempo no puede ser desperdiciado.

Cuando Uruguay recuperó la democracia, Mujica fue liberado y, al poco tiempo, abrazó la democracia con la misma pasión y convicción con la que antes la había atacado. Fue consecutivamente diputado, senador, ministro… iba a trabajar en moto, junto a su pareja, Lucía Topolansky, y cuando pudo cambiar la moto adquirió un Volkswagen escarabajo azul, que conservó hasta el final de sus días, aunque le ofrecieron fortunas para comprárselo.

En su auto o en cualquier vehículo, recorrió incansablemente el país, transmitiendo sus ideas y sueños, con su peculiar manera de hablar: lisa, llana, reflexiva, que se adaptaba al público con el que estaba.

Presidencia

Cuando su nombre surgió como precandidato a la presidencia de Uruguay, en 2008, muchos creían que se trataba de una broma. Parecía imposible que ese anciano, por entonces desdentado y desaliñado, pudiera ganar una campaña electoral y llevar las riendas de un país. Pero aceptó el desafío: se arregló la dentadura, aceptó peinarse y arreglarse un poco.

Sus asesores incluso lograron que por momentos se pusiera un saco de vestir. Corbata jamás. Lo suficiente como para ahuyentar algunos temores y ganar las elecciones en 2009, con el 53% de los votos y mayoría parlamentaria para su partido, el Frente Amplio.

En marzo de 2010 asumió el cargo, con un discurso histórico ante el Parlamento. En una guiñada del destino, fue Topolansky quien le tomó juramento. Mujica se convertía en presidente democrático y tal vez en el presidente uruguayo más popular de la historia, tanto dentro como fuera de las fronteras.

El país del año

La presidencia de Mujica no fue menos apasionante ni cinematográfica que su vida hasta entonces. Se caracterizó por permanentes sorpresas, salidas de protocolo, declaraciones rimbombantes y transformaciones históricas.

Revolucionó el ambiente político local e internacional con leyes que ampliaron las libertades individuales: la ley de despenalización del aborto, la ley de matrimonio igualitario (entre personas del mismo sexo), la ley de regulación y legalización del cannabis, que por primera vez fue producido y comercializado por el propio Estado.

Cuando en 2014 Europa cerraba sus fronteras a los refugiados de la guerra de Siria y velaba en sus playas a niños que llegaban muertos, él decidió ir a buscar a esos niños y traerlos a Uruguay, en un plan piloto de reasentamiento de familias sirias refugiadas. Cuando el expresidente estadounidense Barack Obama le pidió ayuda para recibir expresos de la cárcel de Guantánamo, a la que quería cerrar, él aceptó recibirlos.

Intentó intermediar en el proceso de paz que llevó adelante el gobierno colombiano con la guerrilla de las FARC. Dio discursos con lecciones de vida contra el consumo, las adicciones y en defensa de la libertad, de la vida y del medio ambiente en distintos foros globales, que fueron reproducidos hasta el hartazgo en YouTube y las distintas redes sociales.

Aunque tenía altos porcentajes de popularidad, dentro de su país no concitó jamás unanimidades y fue tan amado como odiado: fue muy cuestionado por una parte de la ciudadanía que consideró que su Gobierno malgastó los recursos públicos durante una época de bonanza económica.

En 2014 fue postulado para el premio Nobel de la Paz por la ONG holandesa Drug Free Institute, por 115 profesores de la universidad alemana de Bremen y por el expresidente soviético Mijail Gorbachov, quien lo definió como un “ejemplo vívido del valor de los valores”.

Fue elogiado por personalidades internacionales del más diverso origen y bajo su mandato The Economist declaró a Uruguay “el país del año 2013”, por sus reformas que “podrían beneficiar al mundo”.

Una forma de vida

La casa en la que vivió Mujica, y en la que permaneció siendo presidente, está ubicada en una zona rural de Montevideo llamada Rincón del Cerro. Toda la casa es probablemente más chica que el dormitorio de la mayoría de los presidentes del mundo. Consta de una cocina, un baño, un pequeñísimo “living” — en el que apenas caben apretadamente una mesa para dos personas, una biblioteca y un escritorio — y el dormitorio, con una cama de dos plazas y una bicicleta fija.

En total son unos 50 metros cuadrados, con techo de chapa verde, un alero al frente y pintura descolorida por el tiempo, la humedad y la lluvia.

Es una casa que, aunque no deja de ser acogedora, invita más bien a estar afuera, en contacto con la naturaleza. Alrededor pueden verse un aljibe, decenas de árboles y arbustos autóctonos y, a la sombra de una lavanda, un palo borracho y un ceibo, hay un banco reciclado, hecho con tapas de refrescos. Ese banco se volvió famoso, porque allí Mujica hizo sentarse al rey Juan Carlos de España, mientras le explicaba por qué tuvo “la desgracia de nacer rey”.

Aunque la casa es chica, el terreno es grande, de unas 25 hectáreas. A lo largo y ancho de su chacra hay otros ranchos y casas, tan austeras como la suya, en las que viven otras familias o amigos, a quienes les cedió espacios para vivir allí, junto a cultivos de acelgas y otras legumbres para la venta, una pequeña huerta para consumo propio y dos invernaderos donde cultivaba flores. Durante años, las flores fueron su principal ingreso.

La chacra, además, está habitada por varios perros, gatos y gallinas. Pero la mascota más conocida de todas era Manuela: la perra de tres patas que lo acompañó durante años y que falleció en 2018.

Mujica y Topolansky no tuvieron nunca servicio doméstico, ni aparatos de confort, como lavavajillas o secarropa. Topolansky insistió siempre en que ellos podían con todo: lavar los platos, la ropa, cocinar y limpiar la casa.

Pese a su popularidad, ambos pretendieron siempre que su vida y sus costumbres no cambiaran.

Mujica defendió ideas tal vez diferentes. En un mundo de ostentación, consumo y búsqueda del éxito, él pregonó, también con el ejemplo, la sobriedad, la amistad, el cuidado del planeta y el dar prioridad a pasar tiempo con uno mismo y con sus seres queridos.

Amó la vida. Tanto que, en 2023 dijo al diario El Observador: “Cuando llegue esa señora que nos lleva, si estoy consciente, le podría decir: por favor, sirva otra vuelta”.

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