Mariíta Ramírez y su matrimonio con las tradiciones bolivarenses
Mariíta Ramírez fue una niña prodigio, siempre presta al canto en cuanto acto escolar le convocaran. Fue creciendo y además de dar pininos en los concursos de las radios de la ciudad, lograba ser seleccionada para viajar fuera del estado Bolívar a representar a la entidad en otros festivales.
En la interacción con gente de otros estados no faltaba quien le preguntara que de dónde venía, ella muy risueña contestaba, “de Ciudad Bolívar”, a lo que le respondían de forma despectiva “monte y culebra”. Eso la llenaba de ira, recuerda, pero también encendió una chispa para, primero, educarse e investigar aún más sobre las tradiciones y lo que representaba su estado Bolívar natal y segundo, idear maneras para difundir y que más personas lo conocieran.
Unos cuantos años después, aquella niña que, dicho por ella misma, no era buena para las tareas pero sí para todo lo artístico, creció y conserva su esencia. Sigue en pie de lucha con el trabajo en pro de las tradiciones desde la Fundación Grupo Cultural Parapara en la capital bolivarense.
De una familia musical
En Ciudad Bolívar conocen su faceta de risueña y cantora pero también la de una mujer que siempre por la calle del medio, no anda con tibiezas cuando debe reclamar algo.
María del Valle Ramírez dice en su documento de identidad pero es más fácil que la identifiquen si le consulta a alguien en Ciudad Bolívar por “Mariíta”.
“Elegí nacer en la puerta mágica del sur, Ciudad Bolívar. A orillas del río más grande de Venezuela, la Angostura del Orinoco y escogí el día 2 del mes 9, 2 de septiembre de 1951. Nací bajo el signo, como las misses, de Virgo. El signo de la perfección. Pero no para los virgos sino para perfeccionar a los demás”, se presenta entre risas.
Continúa: “Elegí unos maravillosos padres. Mi papá Don Antonio Pulido, lo llamaban ‘el Conde Pulido’ porque le encantaba vestirse elegantísimo, usaba hasta bastón. Fue artesano de la zapatería. Y mi mamá, una ama de casa que vino evolucionada, su forma de ser era de estos tiempos de ahora, le gustaba mucho leer y fue lo único que aprendió porque a la escuela no fue, su nombre: María Auxiliadora Ramírez”.
Le emociona poder hablar de sus orígenes. “La familia la conformaron ocho hijos. Siete hermanos varones y yo, la única hembra. Ya tres de mis hermanos partieron a su viaje eterno y quedamos los demás. Era un hogar musical, no de músicos, siempre cantando, esto porque mi mamá tenía todos sus oficios y todo lo que ella realizaba era cantando. Tenía una memoria extraordinaria para aprenderse canciones de todos los estilos y modas”, comparte.
“Y de allí cada quien fue agarrando su pedacito. Mi madre era una lectora de los grandes escritores del mundo y nos enseñó todo lo que era La dama de las Camelias, El jorobado de Nuestra Señora de París, Los Miserables, desde niños esos eran los cuentos que ella nos hacía. Y todo eso motiva, alimenta. El hogar es para mí, la base fundamental, el pilar fundamental, aunque todo eso está escrito y está dicho, pero yo lo confirmo, todo lo que yo realizo o lo que he hecho de importante y valioso en mi vida viene de mi hogar”, dice sin chistar.
“Siempre cantábamos porque a mi papá también le gustaba mucho cantar cuando estaba haciendo sus zapatos, construyendo y cortando sus cueros y mi mamá, mientras hacía sus oficios domésticos. Y el primer sentido que desarrolla el ser humano es el auditivo desde el vientre de la madre, muy importante, todo lo que ese bebé está escuchando, porque lo está grabando con la mejor computadora del universo, su cerebro, su subconsciente y su consciente”, indica la cantante y gestora cultural.
Nacida para el arte y la cultura
Los recuerdos la mantienen dichosa. “En mi hogar musical, estaba mi hermano Cigilberto Antonio que hace un año pasó de plano. Es autor del bolero ‘Rincones compartidos’, que aparece en nuestro único CD y que se popularizó al menos aquí en Ciudad Bolívar, porque habla de sus calles. Él lo escribió dedicado a su esposa Iraida que es caraqueña, a ella le gustaba muchísimo venir a Ciudad Bolívar. Él desde muy niñita me motivaba a que cantara y siempre me ponía lo que se llama a ensayar, a memorizar las canciones y todos los demás apoyaban todo eso”, rememora.
A la pequeña Mariíta la sobreprotegían en casa. “Por ser con ciertos grados de sobreprotección en el hogar, me costó mucho adaptarme a la escuela, amé la primaria o aprender las primeras letras que siempre mandaban a uno a la casa de alguna persona especial que le gustaba enseñar, a los niños bien niños, de 5 o 4 años. Creo que cuando me tocó estudiar la primaria fue en la Escuela Bolívar u Orfanato Bolívar, hoy Escuela Particular Bolívar que inclusive tiene hasta liceo en este tiempo”, señala la cultora.
Se enseña con el ejemplo
Está muy segura de algo: “fue muy buena mi primaria, no yo como estudiante. Yo creo que los artistas nunca nos caracterizamos por ser cerebros científicos, sin más cerebro artísticos, más soñadores, recreadores, idealistas. En la escuela en todos los actos culturales y musicales, pues, ahí estaba Mariíta Ramírez moviendo la falda”.
Vuelve a aparecer Doña María Auxiliadora en la conversa. “De las cosas que también te puedo decir de mi mamá, es que me alimentó mucho de todo lo que ella fue aprendiendo y ella es una de esas cosas especiales que pasan en Ciudad Bolívar, que mayormente las personas, que no son, no nacen, en Ciudad Bolívar, la quieren más, la admiran más, que los que nacen aquí”.
Su mamá era de la Mesa de Guanipa de Caura, era descendiente kariña y aprendió a querer a Ciudad Bolívar. “Se vino a Ciudad Bolívar, aquí encontró al amor de su vida, a Don Antonio y bueno, nacimos todos estos preciosos diamantes tallados y sin tallar”, dice entre risas.
“Ella por dondequiera que íbamos me iba explicando cómo se llamaba la calle, qué existió allí y qué importancia tenía, y eso fue haciendo en mi la motivación por eso jamás me cansaré de repetir, a todo el que le guste tener hijos: ¡asúmalos!, ¡enséñelos!, ¡cánteles!, cuéntele el cuento, que ahora no se hace, porque todo lo hace el teléfono, la televisión, el programa, el juego de moda y lo que inventa el Diablo, la otra energía, es lo que sirve para educar al futuro monstruito, y después nos quejamos. Siempre hay que cantar, siempre hay que contar el cuento y siempre hay que pasar la manito, porque es lo que vamos a guardar allí”, subraya a modo de reflexión.
Creció muy cerca del cultor Alejandro Vargas, músico y parrandero, autor de grandes melodías como “Casta Paloma”, “La barca de oro” y de las múltiples guasas para acompañar los llamados “Pájaros de Carnaval”. Con un cuadernito y lápiz, la niña registraba letras y otros detalles a petición de Vargas pues en ese tiempo no había grabadores portátiles.
Sin saberlo ya estaba recibiendo una herencia que hasta el sol de hoy protege: destacar la “guayanesidad”, destacar lo autóctono y enseñarle al mismo bolivarense que sí tiene valores y elementos que los identifican.
La defensora
“Mi empeño siempre buscar para encontrar, para preservar, todo lo que he considerado es el arraigo de mi pueblo Ciudad Bolívar en la Angostura de Orinoco”, enfatiza Ramírez, quien durante más de dos décadas apoyó actividades en la Casa de la Cultura de Ciudad Bolívar.
El trabajo lo realiza desde la Fundación Cultural Grupo Parapara que en diciembre de 2021 arribará a 41 años de historia.
“Comencé a hacer el grupo Parapara, que en principio quería que fuera de muchachas, de mujeres guayanesas, pero la vida no lo quiso así y fue mixto. (…) Iniciamos siete personas en el grupo Parapara haciendo la preservación, la difusión y el respeto por la parranda de Ciudad Bolívar, de allí seguimos con las guasas, los bailes, merengues, joropos, boleros, todos los ritmos que existen en el mundo, están también en Ciudad Bolívar cantándole a los espacios de nuestra ciudad”, apunta.
“Desde el año 90, comenzamos a celebrar nuestro Día del Congreso de Angostura (15 de febrero de 1819) con un programa que se llama “Nos vemos en el Congreso”. De allí siguiendo el calendario de las guasas y los pájaros de Carnaval de Don Alejandro Vargas en el Carnaval angostureño que tenía sus características propias, manifestadas por el pueblo bolivarense”, detalla la investigadora cultural.
“Ojalá que las nuevas generaciones asuman el compromiso de proyectar y respetar lo que tenemos, de amarlo y sentirlo profundamente, así venga la era robótica siempre un pueblo tiene que saber de dónde es la raíz del árbol principal para que no se lo lleve cualquier ventolera”, anhela.
Parranda guayanesa
Desde Parapara, Ramírez recorre todo el calendario cultural venezolano con énfasis en las expresiones locales como la parranda guayanesa, la guasa y los pájaros de Carnaval, el Congreso de Angostura y los Caballitos de San Juan.
Celebra que por decreto municipal cada 13 de noviembre se festeje el Día de la Guasa Guayanesa pero no se conforma, la difusión del trabajo de Alejandro Vargas y de todos los músicos y cultores de Ciudad Bolívar debe ser siempre, todo el año.
“Desde este puntal debería Ciudad Bolívar o los que están al frente de instituciones que tienen que ocuparse de difundir y promover, hacer, preservar, amar, querer lo que somos y lo que tenemos, de salvaguardar los Pájaros de Carnaval de donde Alejandro Vargas, el hombre que hacía y escribía y construía sus ‘pájaros’ con el conocimiento de la flora y la fauna guayanesa. Asimismo debería toda la gente que se ame, que quieran a la ciudad, difundir esos “pájaros de Carnaval” e inclusive recrear los que quieran componer, mantener ese pedazo que es tan nuestro. Que es la base de identidad y arraigo de nosotros”, exhorta.
Su sitio favorito en el mundo es el paisaje con el río Orinoco. Le aterra el tema de la contaminación del agua, del Río Padre y de cómo el bolivarense no reacciona al respecto.
“No podemos apartarnos del collar de plata que tiene la puerta mágica del sur, el río Orinoco, el más grande de Venezuela y todo lo que él representa para nosotros los angostureños. Ese es mi sitio de admiración, inclusive hasta de orar porque esté lleno de vida y limpio porque de allí bebemos el agua que es la vida y lo sabemos y no lo cuidamos. El llamado es a hacer el resguardo del río, hay una frase que dice ‘el hombre es el único animal que escupe el agua que se ha de beber’. Debemos reflexionar”, apunta Mariíta.
“Quisiera ser recordada como un espejo de claridad donde puedan ver el buen ejemplo de construir, de amar, de preservar, de cuidar todo lo que tenemos”, dice la cultora que fue reconocida como Maestra Honoraria por la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte) en 2019.
Toma como referencia el regionalismo de los zulianos con su gaita y anhela que los bolivarenses logren ese nivel de arraigo algún día, que se conozcan y respeten las raíces sin querer cambiar o dejarse desplazar la rica herencia cultural.
Preservar la identidad
Retirarse no está en el panorama de Mariíta aunque ahora dedique un buen tiempo a estar con sus nietos. “Preservar las tradiciones con valor de identidad bolivarense, guayanesas, angostureñas es una tarea que no se termina nunca. Lamentablemente, la memoria del bolivarense es frágil y olvidan todo rapidito, hay que estar como de la gotica en la piedra, tiqui, tiqui, tiqui, hasta que se abriera el hoyito. Yo sigo”, afirma la mujer de amplia sonrisa.
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