La violencia envuelta en rosas amarillas
Atento. Detallista. Caballero. Durante 8 años de relación, Óscar fue el novio ideal para Daniela.
No había cumpleaños, celebración de amigos o reunión social en la que la pareja no acudiera tomada de manos y despertando los suspiros y hasta la envidia de los presentes. Él parecía orgulloso de su novia y ella le correspondía.
Daniela era chef profesional y además una chica dotada de muchos talentos: cantaba, dibujaba y era un imán para los niños. Siempre risueña, extrovertida, creativa, amable, atenta. Óscar era amante de los deportes, ingeniero, reservado pero amable, podía a veces pasar por tímido y en otras pasar al frente del karaoke y hacer el ridículo, sin problema, frente a su grupo de amigos.
Además de buena química, de los planes a futuro, de los viajes juntos y de ese muro de fotos en el cuarto de Daniela en donde se daba cuenta de tantos momentos compartidos, no había nada en particular de esta pareja.
Al cumplir los nueve años de noviazgo, con una habitación llena de globos y un inmenso ramo de rosas amarillas, las favoritas de Daniela, Óscar le pidió matrimonio. Ella no dudó en dar el “sí, acepto”, y se embarcó en la aventura de planear la boda: algo íntimo pero lleno de muchos detalles especiales.
Óscar se mantuvo entusiasmado en todo este proceso, no hacía malas caras, más bien participó activamente en la elección de la iglesia, del salón y hasta del menú.
La ceremonia religiosa y la fiesta salieron hasta mejor de lo planeado. Esa noche, mientras iban en el carro rumbo al hotel antes de partir, Daniela no dejaba de llorar de la emoción. Ya eran esposos, una nueva etapa.
Comenzó la pesadilla
Con la ilusión a tope entraron a la suite nupcial. Y lo que se esperaba fuera una noche de desenfrenada pasión se quebró ante los ojos de Daniela con una serie de actos que la llevaron a desconocer al hombre de los últimos años.
Obstinado, malhumorado… la retiró cuando ella buscó besarlo. Le dijo luego que la cama era muy muy pequeña (él medía 1.90 cm, ella 1.60 cm) y por tanto la hizo dormir en el mueble. Impactada, calló, prefirió pensar que era producto del cansancio.
La “luna de miel” fue de todo menos dulce. La humilló durante el viaje, le criticó toda la ropa y no la dejó usar traje de baño para que no estuviera “provocando a otros hombres”.
Daniela calló todo. Cuando volvieron, la convivencia no fue mejor. Se quejaba sin razón de todo cuanto hiciera ella. Una vez le echó sopa caliente porque “era una porquería, no sabía a nada”.
La hizo renunciar al trabajo porque él ya podía mantenerla. Daniela casi no salía de casa y se alejó por completo de su grupo de amigos. Ya no iba a ningún evento y no faltaban las excusas para ausentarse de las reuniones familiares que antes ella misma organizaba.
Con una rutina de violencia psicológica, todos los días le reforzaba que era una inútil y una prostituta. El primer golpe llegó de compras en una cadena de comida rápida. Entraron en la taquilla para ordenar desde el auto y al cerrar el pedido ella pidió que agregaran un helado. El empleado le sonrió, ella también solo como gesto amable.
Al recibir la orden y avanzar el auto, con el puño cerrado, Óscar golpeó a Daniela “por buscona”. En la casa, las palizas se volvieron parte de la cotidianidad: por la comida, por la ropa que usaba, por el color de las paredes. Después de eso regresaba con un ramo de rosas amarillas y pedía disculpas.
Daniela ocultó todo a su familia y amigos. No creía que eso le pasara a ella. Parecía vivir dentro de un capítulo de esas novelas latinas de las que la gente se burla en redes sociales. Pero era real.
Denunciarlo jamás fue una opción, ella no quería que se lo llevaran detenido. Buscó terapia de pareja a la que él accedió a asistir, no sin antes darle una tunda por ponerse a inventar cosas. Durante la terapia, Óscar volvió a ser el de antes, lloró y reconoció que lo que hacía estaba mal. Se comprometía. Más rosas amarillas.
En casa, el villano retornaba. Daniela bajó de peso, estaba muy delgada y ojerosa. Ahora solo usaba ropa holgada o suéteres manga larga: lo hacía para ocultar los moretones.
Resistió un año: hasta el día en que Óscar la dejó “monstruosa” tras una de las peleas a la que ella jamás le encontró motivo. Ya era un saco de boxeo de su marido. Se sentía nada.
Tras el encuentro Óscar se fue de la casa. Ensangrentada, Daniela pudo salir al pasillo de su apartamento y unos vecinos le prestaron apoyo.
Vino la denuncia respectiva. Y a Óscar le llegó la hora de rendir cuentas: esta vez no hubo tiempo de rosas amarillas.
Daniela sobrevivió y pudo relatar esta historia para dar voz y apoyar a tantas mujeres que pasan por una situación similar.
Señales de alerta
-¿Sientes que tu pareja te controla constantemente?
-¿Te acusa de infidelidad o de que actúas de forma sospechosa?
¿Has perdido contacto con amigas, familiares, compañeras/os de trabajo para evitar que tu pareja se moleste?
-¿Te humilla y/o te critica, en público o en privado, sobre tu apariencia, tu forma de ser o el modo en que haces tus tareas hogareñas, entre otras?
-¿Te ha golpeado con sus manos, con un objeto o te ha lanzado cosas cuando se enoja o discuten?
-¿Te ha amenazado alguna vez con un objeto o arma, o con matarse él, a ti o a algún miembro de la familia?
Si respondiste afirmativamente a estas preguntas es momento de buscar ayuda.
Fuente: Salud180
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