Falta de transporte y negocios cerrados aislan al Centro Cívico
Caminar por el Centro Cívico de Puerto Ordaz es hacer un ejercicio de memoria que duele.
Las calles, que alguna vez concentraron comercio, movimiento y voces de la gente que iba a diario, hoy se presentan desoladas, como si el tiempo hubiera quedado suspendido y la rutina diaria ya no sucede.
El deterioro económico que atraviesa el centro antiguo de la ciudad se siente con especial fuerza en esta zona, donde los locales vacíos y negocios cerrados dominan el paisaje urbano.
Pocas unidades de transporte público
A esta imagen se suma un problema que los vecinos describen como determinante: la falta de transporte público.
Las unidades pasan con poca frecuencia y generan una incertidumbre que atraviesa a quienes necesitan desplazarse diariamente.
“Casi nunca hay transporte, no pasan mucho; por eso hay que aprovechar apenas se pare alguno”, relata la señora Luisa Rondón, acostumbrada a transitar por el centro.
“Normalmente voy de aquí a Alta Vista y me cobran 40 bolívares”, añade mientras espera bajo el sol, atenta al sonido de cualquier motor que anuncie una oportunidad de avanzar.
Para los jóvenes, la situación no es distinta. Daniel Hernández, estudiante universitario, reconoce que asistir a clases requiere una planificación marcada por la paciencia.
“Es muy difícil ir y venir a estudiar porque el problema del transporte es grave. Es rudo, pero uno hace el esfuerzo para poder superarse en la vida”, comenta con la serenidad de quien ha aprendido a adaptarse a un sistema irregular.
Cada vez menos comercios
El Centro Cívico, que antes era el corazón comercial del casco histórico, evidencia con crudeza la transformación de la ciudad. Allí permanecen abiertos apenas cinco comercios, entre ellos un supermercado de propietarios asiáticos que luce casi vacío, con pasillos silenciosos donde antes se cruzaban compradores y conversaciones cotidianas.
En los alrededores, los restos de lo que alguna vez fue un sitio vibrante se hacen visibles letreros envejecidos, mobiliario abandonado, vidrieras oscurecidas por el tiempo y la ausencia.
La actividad que sobrevive proviene sobre todo de iniciativas improvisadas. A un costado de la vía, un barbero atiende en un pequeño puesto callejero donde una silla, unas tijeras y un espejo son suficientes para ofrecer el servicio.
Al otro lado, un mecánico trabaja sobre una camioneta envejecida, recordando que —a falta de locales formales— la calle se convierte en taller y sustento.
Por otra parte, sobreviven dos o tres locales donde se sacan copias y se venden insumos escolares, así como dos pequeños expendios de comida rápida frecuentados principalmente por estudiantes de la universidad y el colegio cercano.
Soledad en sus calles
La sensación general entre los transeúntes es de inseguridad, la gente camina nerviosa viendo hacia los lados. La soledad de las calles, el escaso tráfico y el abandono del entorno generan un ambiente de vulnerabilidad que poco se parece al dinamismo que caracterizó al centro en décadas anteriores.
Caminar por estas calles significa encontrarse con el pasado, pero también comprender la magnitud de los desafíos que enfrenta la ciudad.
El centro de Puerto Ordaz no solo alberga estructuras deterioradas: guarda una memoria colectiva que todavía late en quienes lo recorren por necesidad o costumbre.
Recuperarlo no será solo una labor material, sino un acto de reconstrucción simbólica de la Ciudad Guayana que muchos recuerdan y que, de algún modo, esperan volver a ver.
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